Por Luis R. Decamps R. (*)
El autor de estas líneas no tiene medios a su alcance -y lo debe decir de entrada con absoluta honestidad- para validar o invalidar de manera incontestable las declaraciones del señor Quirino Ernesto Paulino implicando al ex presidente Leonel Fernández en hechos éticamente reprobables y con gran potencial de punibilidad penal… Y, por esa razón fundamental, no se atreve a hacer juicios de valor sobre el fondo de tales imputaciones.
Ahora bien: que narcotraficantes, lavadores de activos y delincuentes de toda laya (disfrazados de empresarios, comerciantes o profesionales de “éxito”) han financiado en su totalidad o en parte campañas electorales en todos los niveles a lo largo y ancho de la geografía nacional en procura de “facilidades” operativas y eventuales impunidades, no es primicia… Intentar “hacerse el sueco” y vender eso como nuevo o ignorado, sería una mera tomadura de pelo.
Más aún: es un secreto a voces que cada partido tiene sus “simpatizantes” o “amigos” en los grupos que manejan el tráfico de estupefacientes en el país, y que más de un dirigente político ha alcanzado posiciones de mando (partidario, administrativo, legislativo o municipal) y “mejorado” sus condiciones de vida (léase: adquisición de viviendas, automóviles, fincas o numerario) gracias al patrocinio o la “ayuda” de aquellos… Desde luego, pese a las ostensibles “evidencias materiales” no hay prueba específica y judicialmente procesable de nada de eso.
Dicho lo que precede para tomar distancia de la hipocresía (porque si algo tiene la política dominicana es que no está libre de ningún pecado), entonces es plausible reseñar lo que se cae de la mata: resulta obtuso -por no decir ridículo- empeñarse en desconocer que, independientemente de su veracidad o su falsía, las citadas declaraciones del señor Paulino contra el doctor Fernández no sólo le han “metido” ruidos letales a la precandidatura presidencial de este último (desde antes sometida a un focal e incesante fuego de artillería política desde diversos bastiones partidarios y periodísticos), sino que le han producido daños de muy difícil reparación (por lo menos para el presente y el futuro inmediato) al costado moral de su liderazgo.
(Me adelantaré a la reacción de los ingenuos, los politiqueros y los chupamedias: como se ha visto en otros casos -aquí o en el exterior-, se trata de imputaciones cuya gravedad -por su potencial de emporcamiento, sobre todo ante poderes nacionales y foráneos de gran influencia tras bastidores- es tan portentosa e indeleble que puede liquidar carreras políticas, por lo que, más allá de las reacciones de prosélitos y adversarios -unos vociferando la defensa enardecida y otros frotándose las manos con fruición casi infantil-, las contestaciones al tenor deberían ser menos evasivas de lo que han sido hasta el momento… Constituyen una mortífera granada de fragmentación lanzada a los pies del doctor Fernández, y no entenderlo a tiempo aumentaría sus riesgos).
La aparatosidad de las acusaciones (aún omnipresentes a contrapelo de los esfuerzos por ignorarlas de gran parte de los comunicadores y medios convencionales del país), las “calidades” del individuo que las formula (narcotraficante confeso avenido en su momento a una acuerdo de colaboración o “chivateo” compensatorio con las autoridades de los Estados Unidos) y la pobre reacción tanto del doctor Fernández como de sus defensores (el uno con más silencios y simplicidades que respuestas creíbles, y los otros con argumentos manidos y pueriles), ennegrecen el panorama para éste último: pudieran provocar severas laceraciones en su imagen política e histórica.
No importa que como sociedad sigamos tratando de hacernos los zoquetes o los payasos ante la situación, pues ésta tiene una dimensión insoslayable: de cierto y sin eufumismos, lo que ha afirmado el señor Paulino constituye el escándalo político extragubernamental más grande de la historia dominicana, ya que amén de su vasta resonancia pública por los asuntos involucrados (que en cualquier otro país ya hubiera provocado el retiro aunque fuese momentáneo de las aspiraciones presidenciales del señalado y la apertura de una investigación por parte de las autoridades judiciales correspondientes), apunta hacia un conspicuo y aclamado ex gobernante que es, al mismo tiempo, presidente (y precandidato “vivo y viable” al Ejecutivo) de la más poderosa organización partidista del país.
Igual o parecida significación, en cuanto a peso específico y proyecciones de corto alcance, tiene el hecho de que las acusaciones no provienen del rumor público, de testimonios colaterales, de informaciones periodísticas amarillistas o de interpretaciones de fotografías (como ocurre con la mayoría de las que se hacen contra otras figuras de la política, la economía o el entretenimiento nacionales), sino que las ha lanzado -de viva voz y con manifiesta disposición de acudir ante el ministerio público y los tribunales para ratificarlas- el protagonista fundamental -convicto, reiteramos- de las incidencias que les han dado origen… Es cierto que no es una típica confesión de parte (“probatio probatissima”, según la vieja dogmática jurídica), pero se parece bastante.
A todo ello hay agregar, además, acaecimientos posteriores más que insólitos desde el punto de vista de la ética y el respeto debido a la ciudadanía: el doctor Fernández ha respondido con una declaración trivial, titubeante y contentiva de una simplona “devolución de pelota” (esto es: tangencial, huérfana de explicaciones convincentes e impropia de su alta gradación política e intelectual, como si fuera dirigida al señor Paulino y no al país), y sus conmilitones -incluyendo ahora al presidente Medina- se han limitado a cerrar filas en su derredor o a “ripostar” con insolencias de poder e insultos dirigidos contra el acusador y la oposición política… Nada nuevo, habida cuenta de que no estamos en presencia de un pleito de Montescos y Capuletos.
(La presencia del presidente Medina entre los que fueron a ofrecerle su “solidaridad” al doctor Fernández sólo tiene una lectura posible: al margen de la protocolar obligación partidista, le cayó como “anillo al dedo” -¡qué suerte tiene el hombre, pues todo le cae de este modo!-, básicamente porque le ha permitido desmentir “in loco” y “face to face” la campaña que estaba en marcha en el sentido de que desde su entorno y con su venia se le disparaban balas de diferentes calibres a este último a propósito del candente tema de la candidatura presidencial del PLD para las elecciones del año venidero… O sea: se está ante una muestra de “solidaridad” bastante funcional al rol y los intereses del mandatario dentro de la controversia interna sobre la repostulación y la reelección).
Por supuesto, en términos de “realpolitik” es perfectamente entendible que el doctor Fernández y sus consejeros hayan decidido aplicar la antiquísima táctica de no “batir” más de la cuenta el asunto -por aquello de que la materia fecal mientras más se mueve más hiede- y de esperar que se les acaben los cartuchos a sus adversarios para responderles con calculada puntería y todas las armas posibles… La táctica en cuestión, sin embargo, cojea de un lado (estén o no haciendo conscientemente como el avestruz ante lo nodal): las alegaciones del señor Paulino han sido aireadas desde territorio estadounidense y están relacionadas con un proceso criminal llevado a término allí mismo y, por lo tanto, presentan una especificidad demasiado gorda: si bien la bazuca se ha disparado hacia la media isla, el caso todavía está dentro de la “jurisdicción” política gringa.
Por lo demás, hay que insistir en que las respuestas peledeístas han sido guturales y fofas, comenzando por la más apendejada de ellas: que el señor Castillo sea un narcotraficante confeso y penado no significa de ninguna manera que su versión pueda ser descartada de plano (de hecho, los tribunales estadounidenses le dieron credibilidad a sus palabras y la gran prensa internacional las está reseñando ahora). Todo lo contrario: justamente por su procedencia, debería ser investigada a los fines de procurar la verdad. Total: de la indagatoria sólo podría salir una de dos conclusiones: o lo que dice él es cierto (lo que en buen derecho daría lugar a la apertura de un proceso al tenor), o todo es un invento (con lo que se limpiaría la imagen del doctor Fernández y su acusador podría ser convertido en acusado)… Una vez saldado el costo político, lo que es igual no sería ventaja.
Tampoco luce muy feliz el argumento (tomado prestado del arsenal retórico del licenciado Vinicio Castillo Semán) de que se trata de una “venganza del narcotráfico internacional” por la actitud frontal del doctor Fernández contra éste, pues aparte de que esa es una verdad relativa (abunda por ahí la prueba fotográfica reciente de la comodidad de ciertos personajes del submundo de las drogas en la relación política o el trato personal con el líder peledeísta) y de que ese nunca ha sido el “estilo” de combate ni de los “dones” ni de las “familias”, en todo caso el señor Paulino ya “cantó” y, por lo tanto, debido a que es un “traidor” para sus antiguos socios, no parece que sería el mejor mensajero o instrumento para ello… El argumento es, pues, muy bueno para hacer política entre los mentecatos, pero definitivamente mísero y poco convincente a la luz de la lógica y del más primitivo razonamiento.
Igualmente, la cantaleta político-mediática que intenta responsabilizar a la oposición de “usar” o “darle manigueta” al señor Paulino para dañar la “buena imagen” y las “excelentes posibilidades” del doctor Fernández de cara a los comicios del año que viene (premisas también cuestionables conforme a las últimas encuestas), no deja de ser una barrabasada parecida a la primera… Primero: porque son excesivamente torpes los opositores si eso es lo que están haciendo, pues usan los cañones de alta envergadura antes que la metralla menuda (con lo cual agotan sus tiros mas devastadores en la víspera de la batalla electoral) y le abren “cancha” al que aparenta más imbatible de los precandidatos del PLD: el presidente Medina… Y segundo: que sea o no así, por razones más que obvias, no implica necesariamente que lo que el señor Paulino ha dicho sea totalmente falso. Y si realmente lo fuera, mucho mejor: ese tipo de tinglado a la postre puede desmontarse y ser expuesto ante la sociedad.
Naturalmente, el récord nacional e internacional de los grandes timbales se lo lleva ventajosamente en esta ocasión el planteamiento, realizado por un viejo y avispado dirigente del PLD, de que todo es obra de una “conspiración” estadounidense como parte de los “planes de fusión” de los dos Estados de la isla (¡sopla: sólo eso nos faltaba!)… La consideración parece más un exceso verbal de raíz etílica que una “conceptualización” sobria, pero no por eso deja de constituir un nuevo intento de “cogernos de pendejos” a todos y a todas con base en las proclamas ultranacionalistas (que tienen la inefable virtud de que eventualmente sirven para cualquier cosa)… Y es natural: ciertos peledeístas están tan acostumbrados a ello, tras casi once años de ejercicio continuo del poder, que han perdido el sentido de las proporciones y los límites.
De todos modos, antes de concluir permítaseme insistir en la idea original de estas glosas: los daños a la imagen política e histórica del doctor Fernández ya están hechos (y ello vale tanto para lo doméstico como para lo extranacional), y sus honduras y efectos dependerán, más que de la bravuconería política o de los gritos desaforados de la prensa asalariada, de la forma en que él y sus consejeros se administren frente a la exuberante verbosidad y las amenazas de regreso al país del señor Paulino (para “enfrentarme cara a cara” con aquel): si insisten en ignorarlo o en simplemente tratar de desacreditar sus aseveraciones (lo repito: sin importar si son ciertas o mentirosas), las contusiones podrían ser incurables, definitivamente incurables…
(*) El autor es abogado y catedrático universitario.
[email protected]