Ignacio Ramonet compara el control de Internet con el de las vías de navegación planetarias en el siglo XIX que consolidó a Inglaterra como la primera potencia. No es para menos si se tienen en cuenta la cantidad de información y los millonarios flujos de dinero que viajan gracias a la Red. Así se explica que, a pesar de la evolución espectacular e imprevisible, otras cosas no hayan cambiado tanto como la gestión de Internet. Un organismo dependiente del Departamento de Comercio de Estados Unidos, el ICANN, gestiona un sistema tan importante como es el de las direcciones de la Red.
En la Cumbre de la Sociedad de la Información celebrada en Túnez, el secretario de Estado adjunto de Comercio, Michael Gallagher, dijo que “el objetivo de Estados Unidos es proteger la estabilidad de Internet”. Defendió su papel como una forma de evitar que la censura de algunos gobiernos, como el de China, se extienda por todo el mundo. El fin no justifica los medios. Estados Unidos podría limitar el acceso a todas las páginas en nombre de la calidad de las comunicaciones, incluso bloquear los envíos de mensajes electrónicos.
La red se creó a instancias de su Departamento de Defensa sólo para asegurar una comunicación militar fiable en el mundo de la Guerra Fría. No se pensó para las universidades y mucho menos para los varios cientos de millones de usuarios que décadas después la utilizarían para informarse, jugar, comprar, mandar correos electrónicos o realizar transferencias bancarias. Internet se ha alejado lo suficiente de su origen como para ser un patrimonio de la humanidad. Y las cosas no pueden ser por siempre de su dueño, sino del que lo necesita.
Menos en el caso de esta tecnología indispensable de comunicación global. La sociedad de la información puede sucumbir bajo los intereses particulares. De negarse un control más democrático, algunas naciones amenazan con desarrollar redes independientes. Es contradictorio que se les aliente a colaborar en la reducción de la brecha digital mientras se bloquea el control global de Internet.
Se trata de dos aspectos relacionados. América Latina y África han experimentado un crecimiento en la población conectada en los últimos cinco años de un 200%. En la Cumbre de Túnez se presentó un ordenador de 100 dólares pensado para conectar a toda la población. La brecha digital se puede reducir hasta acabar con ella con unas inversiones moderadas. Pero resulta atrevido asegurar que una gestión autoritaria no imponga nuevas desigualdades en el acceso a la información. Internet es una tecnología de comunicación formidable para el mundo real, donde a veces los intereses económicos prevalecen.
Ante la negativa de Estados Unidos a cambiar el modelo de gestión actual, se pondrá en marcha un foro internacional para discutir sobre la red. Se habla de transferir la gestión a un organismo dependiente de las Naciones Unidas, como la Unión Internacional de Telecomunicaciones. Pero algunos países se han manifestado en contra. Un sistema organizado de este modo sería beneficioso para los avances de la sociedad de la información. Permitiría abordar problemas como la diversidad lingüística, la brecha digital y la gestión de una forma global. Que Internet sobrepase las fronteras impuestas es motivo de inquietud para los países y también razón suficiente para establecer un control más audaz y justo.
Aún es pronto para un Internet democrático porque sólo hay 890 millones de internautas en el mundo. África es, a pesar de los logros, un país invisible con el 1,5 por ciento de los internautas y un 15% de la población mundial. Son necesarios avances democráticos para garantizar la presencia de toda la sociedad en la era digital. El acceso a la información hace posible el desarrollo, pero las nuevas tecnologías pueden ser un arma contra él según cómo se gestionen.
* Periodista