Una encuesta reciente realizada en España revela que los ciudadanos de ese país nos tienen poca estimación, a tal grado, que de todas las colonias latinoamericanas en esa prestante península, considerada "El trasero de Europa", en término de afecto y admiración, ocupamos uno de los últimos lugares. Sólo un 0.7 por ciento se llevó la colonia criolla según el muestreo hecho entre unos 2 mil 500 españoles y españolas por un denominado Centro de Investigaciones Sociológicas, cuyos resultados generales revelaron que menos de la mitad, el 49 por ciento de los habitantes de la llamada "Madre Patria", sienten admiración por los latinoamericanos. La comunidad dominicana ocupó justo el décimo lugar detrás de Argentina (20%), México (5.8%), Cuba (4.5%), Brasil (4.1%), Colombia (1.6% ) y Perú (1.3%). Los dominicanos figuramos en un paquete final que se llevó menos del 1 por ciento.. ¡Hurra! Faltó que nos ubicaran en el mismo lugar de los moros y los herejes, cuyo desprecio les viene en España desde la época (a partir del año 711), de los siete siglos de dominación árabe, durante los cuales, Tarik Musa, Ben Nosair y Ecipión el Africano, hicieron un centro de humillación y bacanales de la Península , a la cual, para colmo, dieron como nombre Gibraltar. ¡Gran cosa!, faltó que nos compararan con los infieles que durante las cruzadas ocupaban los santos lugares de la tierra. Luego fuimos nosotros, los dominicanos, los cuales, en 1492, nos lanzamos a mar traviesa para descubrir la península Ibérica, en una suerte de prehistórica invasión y sometimos a sus primitivos habitantes a la más bárbara y sanguinaria explotación. En la antigua Española y Cuba, la brutalidad del "amo español" y el sistema legal que le sirvió de soporte, tuvo efectos aterradores y desgarrantes, a tal extremo que de los 250 mil aborígenes que había en nuestra isla a la llegada de Cristóbal Colón y sus acompañantes, ya para 1520, se habían reducido a unos 12 mil, según el informe de los padres Jerónimos que fue tomado como base para la Repartición de Alburquerque. En esa misma fecha (1520) llegaban a la isla, los primeros negros bozales directamente desde el Africa, para sustituir la mano de obra esclava de los indígenas, completamente agotada en las explotaciones auríficas y otras labores no menos abusivas. Y para mitad de ese siglo, de los Taínos como seres humanos sólo quedaba el rumor, y las lamentaciones de buenos frailes al estilo Las Casas y Montesinos, porque a decir de obispos como Diego de Sarmiento en Cuba -que nada tuvo que ver con Sarmiento de Gamboa el célebre autor de la Historia de los Incas- en el Perú- los indios, "como no tengan que hacer, no se ocupan sino en areitos y otros vicios y disoluciones; como sean libres no harán sino holgar y hacer areitos y en ello perderán vidas y ánimos, los vecinos sus haciendas y vuestra Majestad la Isla". Como un buen cristiano, que por lo visto no lo fue, el obispo Sarmiento debió ser justo y reconocer que nuestros indígenas, más que del vicio y el placer, fueron víctimas de la explotación y más tarde del método de pureza de sangre que les aplicaron los españoles. Esa es una deuda histórica que los españoles de estos días deberían reconocer y pagar, por lo menos tratando bien a los dominicanos residentes en su territorio, a donde van a servir con honradez y con amor y no a repetir la historia del "virrey poeta", "clérigo vagante", el "pícaro aventurero" y el "rufián galoete" de la tristemente célebre época de la colonia según un glosario de calificativos levantado por el genio de Daniel Devoto en su Historia de la Conquista y Colonización Hispánica.