Da pena lo que pasa en el Congreso. El mal viene de lejos. Desde mucho antes del tristemente célebre "hombre del maletín". De nada vale que la Cámara de Diputados se gaste millone$ en publicidad tratando de mejorar su imagen. Poco valen esos esfuerzos y el de la minoría de legisladores serios de ambas cámaras, ante la inconducta avasalladora de una mayoría, a quienes sólo les importa el poder y el dinero. Vale decir, las millonadas, la influencia y todo lo que huela a intereses particulares y pingües beneficios.
Los hay en ambos hemiciclos, pero sobre todo en la Cámara Baja, que actúan con desproporción y descaro, mientras otros, entre ellos reconocidos banqueros que aspiran a otras posiciones públicas, lo hacen de forma velada, como la "gatita de Mariaramos", que tira la piedra y esconde la mano. La comisión y la complicidad, siempre con los mismos espurios fines, se mantienen de las manos en el Congreso, en el "primer poder del Estado", como le gusta llamarlo "putico"; órgano soberano donde se hacen las leyes y sirve de escenario para eventuales modificaciones constitucionales.
Como casi todas las instituciones del Estado y desde el primer gobierno peledeìsta, el Congreso dominicano discurre hoy con un sentido modernista. Las modas de la sociedad global lo han contaminado, entre ellas, el chaquè, el aceleramiento y la forma festinada con que, (como el "salcoho prieto de la carne desconocida"), aprueban y desaprueban proyectos casi siempre en contra los mejores intereses de la patria, y de la sociedad dominicana. Ahí tienen ustedes el caso de la conversión en "ley", de un proyecto que anduvo de mano en mano, a merced de diablos conspiradores y de nomos, hasta que se logró -como por arte de magia dahomeyana- el consenso para aprobarlo.
Me refiero al proyecto sobre la regulación de los juegos de azar, que una mayoría abusiva de disputados metió de contrabando un sábado aprovechando la convocatoria "extraordinaria" para conocer la Reforma Fiscal del gobierno. Me cuentan que a favor de la pieza, tal y como llegó del Senado, con todo su maldito veneno, votaron algunos de los pocos mansos, los cimarrones y todos los diablos cojuelos.
En lo esencial ese proyecto constituye una estocada contra la sana marcha de la sociedad, contra la familia y contra las generaciones que constituyen el porvenir de la patria dominicana. Y lo es, porque plantea que las máquinas tragamonedas, que al igual que la droga estimulan al vicio y a la delincuencia, operen en nuestras comunidades y barrios, ya no sólo para atraer malignamente a nuestros jóvenes, sino, a muchos trabajadores y obreros que de seguro acudirán allí a perder el fruto de su sudor y el sustento de los suyos. Pese a los nobles esfuerzos del Ministerio Público, esos artefactos proliferan hoy por campos y ciudades de nuestro territorio.
Por un momento se creyó que desaparecerían de los establecimientos públicos, cuando el Procurador General de la República, el correcto Francisco Domínguez Brito, ordenó recogerlos. En patios de palacios de justicia de Santo Domingo y Santiago, se vio a cientos de ellos amontonados, pero valieron más los intereses, y los traganíqueles como el vampiro que atrae a sus víctimas para succionarles su sangre, volvieron a nuestros barrios a expensa de adultos, adolescentes e incluso de niños que son vistos perder el dinerito que se ganan limpiando zapatos y cristales de carros en una esquina. De nada valieron tampoco los llamados de la sociedad civil, de la Pastoral Juvenil de la Iglesia Católica y de otros sectores sensibles dominicanos.
Los senadores y disputados, con la comisión de unos, entre ellos reconocidos banqueros, y la complicidad de otros que les hacen "el juego", no hicieron reparos. Todo lo contrario, le dieron carácter de ley a un proyecto que establece que los traganíqueles operen fuera de los casinos de juegos de los hoteles, vale decir, en las bancas de apuestas deportivas que funcionan (en competencia con las bancas de juegos de lotería), prácticamente en cada enclave de nuestros barrios y en cada esquina de mucha afluencia de público.
Ahora, la pieza irá a manos del Presidente de la República para su promulgación y es allí donde la población sensata ha puesto su último aliento. Lo que se espera es, tal como lo ha pedido el jefe del Ministerio Público, que el presidente Fernández la observe, para que la pieza regrese de nuevo al Congreso Nacional, donde se pondrá de nuevo a prueba el grado de responsabilidad y compromiso de unos legisladores que la población eligió para que lo representara dignamente y no para que pusieran en la almoneda pública la conciencia de su pueblo.