NUEVA YORK .- Durante el último verano, el ánimo declinaba en el ambiente del cine, ansioso por la caída en la venta de entradas. Los periodistas y los ejecutivos de los grandes estudios de Hollywood se preguntaban por qué cada vez menos gente iba a ver películas. La explicación más obvia -o aquella por la que me inclinaba entonces- era que las películas no eran lo suficientemente buenas. Pero ahora que ha llegado el momento de confeccionar listas y entregar premios, que los rumores de la caída de la taquilla se han aquietado, descubro con preocupación que hay una cuestión distinta que, sin embargo, guarda una relación con este fenómeno: ¿y si el verdadero problema de Hollywood es que las películas no son lo suficientemente malas? No quiero decir con esto que no haya suficientes películas malas. Por el contrario: nunca hay una sequía y, por momentos, parece haber una inundación. El número de películas que reseña The New York Times crece cada año: en 2005 se acercará a 600. Dado que gran parte de los emprendimientos humanos están condenados a la mediocridad, no es sorpresa que una buena parte de los estrenos dista de ser buena. Pero las peores películas, aquellas verdaderamente pésimas, se diferencian del resto vívidamente. Forman parte de una suerte de canon negativo, un panteón de antiobras maestras. Es este tipo de malas películas -el desastre artístico total y completo- las que parecen estar escaseando. Y es una muy mala noticia. Los desastres y las obras maestras, después de todo, suelen surgir de los mismos impulsos: ambición, falta de escrúpulos, un apego irracional a correr riesgos, una mezcla de vanidad, autoengaño y cualidad visionaria. El más pequeño error de cálculo por parte del artista -o de la audiencia- puede significar la diferencia entre la adulación y el desprecio. Es así que en el reino de la expresión artística lo peor no es sólo el opuesto de lo mejor, sino también su vecino más próximo. Este año ha producido muchos candidatos para una lista de "los peores 10" (o 30), pero temo que ninguna de las malas películas estrenadas este año merece un lugar en la historia. El bueno, el malo y el feo Es que el tipo de ambición que puede llegar a alcanzar la grandeza o la abominación no es algo que Hollywood quiera fomentar por estos días. Las recordadas debacles del pasado reciente, como "Showgirls", de Paul Verhoeven, o "Las puertas del cielo", de Michael Cimino, muestran una chispa de locura que las hace inolvidables. Una de las pocas películas recientes que podría estar a gusto en su compañía es "Alejandro Magno", de Oliver Stone, que es, sin dudas, un registro de la obsesión de su creador (y, en algún grado, su identificación) con el conquistador del mundo antiguo. Su estructura narrativa no tiene lógica, las motivaciones de sus personajes son exageradas e inexistentes a la vez, es demasiado larga, demasiado hablada, demasiado todo. Pero nadie osaría calificar a "Alejandro Magno" de mediocre o acusaría a Oliver Stone de pereza, indiferencia o conformismo. Al compartir la soberbia de su héroe -y sus excesos, que como a Alejandro terminan conduciéndola a la autodestrucción-, la película se convierte en una anomalía en el mapa cinematográfico actual, donde es común ver films ambiciosos arruinados por la cautela de sus realizadores o las convenciones de Hollywood. Por estos días, las películas deben ser, por sobre todo, adecuadas: tener buen gusto, ser prolijas y reconocibles. El fracaso de películas como éstas es tan poco interesante como su éxito. Hollywood, otrora famoso por sus excesos, ha terminado por odiar los escándalos. Aquellos delirios de grandeza -obras solipsistas, demasiado largas, demasiado caras, demasiado exageradas- están en peligro de extinción. Las historias legendarias de visionarios que no temen al peligro del fracaso (Francis Ford Coppola pasando meses y gastando millones en Filipinas filmando "Apocalypse Now!") se han convertido en eso precisamente, leyendas de un tiempo pretérito. Son consideradas también, dentro y fuera de la industria, parábolas admonitorias: todo el mundo parece estar de acuerdo en que Hollywood se beneficia con la disciplina y la sensatez. En este clima, las buenas películas son, frecuentemente, las películas chicas. Los estudios han delegado su ambición artística en sus divisiones independientes, que estrenan films sofisticados con presupuestos modestos, las mejores de las cuales muestran el sello de la visión artística de su director. Son esas películas – "Good Night, and Good Luck", "El secreto en la montaña", "Capote" o "The Squid and the Whale") las que llenan año tras año las listas de fin de año de los críticos. Bien por ellas. Pero no tanto por nosotros. Si cada vez se hacen menos películas capaces de hacernos dudar de lo que acabamos de ver o impulsarnos a pedir que nos devuelvan el importe de la entrada, también es menos probable que encontremos aquella película que nos hará volver a casa embelesados y sin aliento, ansiosos por verla de nuevo.