sANTO dOMINGO. -Acabo de regresar de Blanco Arriba, allá en las lomas de Tenares, provincia Salcedo, a donde acudí a despedir los restos de mi hermano Antonio, quien fuera el primogénito de mi papá. Como soy el mayor de la segunda familia de cinco hijos que mi padre Lucas Evangelista Tejada Marcelino (Gelo) procreó en Moca con mi madre Isolina Gómez, se imponía la doble obligación de mi presencia.
Durante años todos me echaban de menos en La Jíbara, lugar residencial de Antonio con su familia, donde circunstancias que no vienen al caso, me llevaron a vivir por un buen tiempo, desapareciendo después para no volver hasta este diciembre, cuando acudí con nostalgia y vergüenza a dar el último adiós a mi hermano. Dolor y compromiso me movieron, más que formalidad. Antonio Tejada Castillo fue el primero en nacer en el seno del primer hogar que mi padre formó en Moquita con Cristina Castillo, mujer extraordinaria que le parió 12 hijos, ocho varones y cuatro hembras, muriendo de parto del último, Andrés, que al nacer quedaría en brazos de la Tía Ninìn, la partera, a la sazón también parida y quien lo amamantó y lo crió hasta la mayoría de edad. Antonio acaba de morir a los 81 años. Nació en 1925. Era físicamente idéntico a papá, aunque más alto y de piel más oscura.Lo mató la enfermedad que ha perseguido desde siempre a la familia, el asma y la agonía de la laboriosidad, la misma que mató al abuelo Quintino Tejada Guzmán en 1930, camino al cafetal, tumbándolo de una mula. El cafetal lo era todo para la familia hasta que el grano aromático de la drupa roja comenzó a desaparecer de la verde plantación que mi padre heredó de su progenitor y la cual cuidaba con el mismo esmero con que pulía el astil de su machete de hoja ancha para mitigar la ansiedad. Un día, viviendo ya en la capital a la que nunca se acostumbró, y después de años de padecimiento, mi padre fue encontrado frisado en una silla, sobre cuyo fieltro pasó los últimos años de vida. Yo no lo vi, porque no quise verlo. Preferí recordarlo como lo que era para mí: el orden de todas las cosas, como un guardián en mi memoria. Antes que él, murieron todos sus otros hermanos. Juan Antonio, el más viejo, de un infarto al miocardio; Carmela barriendo, sobre una escoba; Ninìn ordeñando una chiva; José regresando del conuco del que no se separaba; Toña de un derrame después de haber sobrevivido a otros conatos que la habían prácticamente paralizado, y Cándida, la más pequeña, la que usaba un sable amarrado de su falda cuando soltera, murió de parto de Héctor García Tejada y a quien mi padre criara hasta los 17 años de edad, para engancharse a la guardia, perseguir guerrilleros por las montañas, llegar a secretario de las Fuerzas Armadas y luego morir de la misma enfermedad.Es el sino de la familia, que Antonio intentó combatir con capa y espada. Una trombosis lo inutilizó por la mitad y otra le quitó el habla, pero el hermano mayor, seguía con su mismo semblante y el sentido humor, que según, mis otros hermanos de la primera familia, era lo único que lo diferencia de papá. Julio que parece el biógrafo oral de Los Tejada, dice que Papá Gelo era una montaña de honestidad, y que su mayor defecto estaba en la ira que con frecuencia lo atacaba, y que a veces, lo llevaban a castigar a sus hijos con brutalidad. De Antonio dice que sólo vivió para hacer feliz a los demás y lo define como un dechado de corazón…. En el entierro de Antonio y durante sus rezos, sentí la misma sensación que cuando se murió papá, con aquel dolor repartido y tan profundo de su esposa Antonia que en el recordatorio lo dijo con estas palabras: " Antonio, nunca te olvidaré porque siempre fuiste para mí la otra mitad. Agradezco a Dios por haberme dado un esposo como tú, fuiste compañero ejemplar y buen padre".¡Que dura se hacen las horas cuando vemos a un hermano que se nos va! Más si se trata de un hermano que como Antonio vivió para abonar la tierra y hacer feliz a los demás. Con su muerte se repitió la historia de papá, mi primer ídolo, y sólo me queda el aliento de saber, que ambos se reencontrarán en el lugar que le reserva a Dios a las buenas almas, donde deberán estar mis otros hermanos Carlos, Ramón y Eligio, fallecidos con anterioridad. Quiero que sepa Antonio, que si la diáspora, que tanto se parece a la guerra, nos puso por diferentes caminos aquí en la tierra, la muerte segura, algún día nos reunirá. Entonces ni la diáspora, ni la guerra ni la maldita enfermedad se impondrán en la familia para distanciarla, sino la paz. Y confío que ese día, recordado hermano, nos encontremos todos con papá.