MADRID (El País) Desde 2005, globalización empezó a ser una palabra solidaria, patrimonio de la humanidad. Para llegar a este resultado han sido necesarios varios espasmos tecnológicos y una insólita explosión de la tragedia natural, desde el tsunami hasta el Katrina, desde la locura terrorista hasta el terremoto de Cachemira y Pakistán. La tragedia constituye la materia prima de la humanidad y de su infalible aura humanitaria. El bien que despide el mal total.
Nunca antes de 2006 se alcanzó una conciencia más integradora y dolorosa del mundo. Las desigualdades continúan, pero, paralelamente, se ha hecho crecientemente insufrible la injusticia, la miseria y la enfermedad de las multitudes. Los medios de comunicación -multiplicados en las pantallas; desplegados en los blogs, los wikis, los móviles o los podcasting- han producido el efecto paradójico de transformar en ciudadanos críticos a espectadores entretenidos y a consumidores locos. Porque nada hay más convincente que la emoción.
La satanizada televisión, por ejemplo, ha logrado, tras propagarse y diversificarse, desencadenar el máximo grado de conciencia revolucionaria posible en los tiempos de la posrevolu-ción. Como consecuencia, el Globo ha dejado de ser un juguete del poder para convertirse en una Tierra a mejorar, a sostener y a participar.
Y no ya de una manera idealista o evangélica, sino como forma de supervivencia radical y material. Hasta hace poco, las mejores empresas guardaban sus secretos bajo siete llaves. Ahora ya no es -ni puede ser- así. Muchas de las corporaciones que han crecido más aceleradamente en los últimos tiempos han desplegado modelos donde se comparte la información, desde Google hasta eBay o Amazon.com. Y Wikipedia, la enciclopedia de uso libre creada por voluntarios, es hoy la herramienta referencial de mayor uso en todo el mundo, según Newsweek.
El nuevo paradigma no es acumular, sino compartir, y Thomas Shelling recibió el Premio Nobel de Economía 2005 por demostrar que la gente tiende a cooperar más de lo que dicen los modelos económicos aceptados. Igualmente, el profesor Yochai Benkler, de Yale, ha decidido titular su próximo libro The wealth of networks: how social production transforms markets and freedom (La riqueza de las redes: cómo la producción social transforma los mercados y la libertad), apoyando la misma línea en boga.
Si la gente ha trabajado hasta ahora de dos modos, bien fuera bajo las órdenes de un gran jefe o para sí mismos, hoy, dice Benkler, estamos contemplando la emergencia de un tercer modo de producción: la nueva economía de una información trabada y tramada. Firmas como IBM, Intel, Dow, AT&T, Eli Lilly y muchos otros que han descentralizado su I+D, pero también Sony o Stanley Morgan, han deconstruido su organización jerárquica. A su vez, varios Gobiernos bajaron sus guardias y docenas de países han pasado de la propiedad y los softwares cerrados (de estilo Microsoft) al modelo de open-source en donde la programación tecnológica es libre y compartida.
Participar en multitud
Los mismos clientes son reclamados a participar en los muestrarios de las empresas, tanto a la manera en que los electores inspiran los programas políticos tras ser sondeados por las agencias de demoscopia como en una interac-ción real que muy pronto imitarán los ministerios. P&G, Coach, Toyota y Lego siguen el procedimiento de hacer probar sus productos a los usuarios antes de llevarlos al mercado, en una modalidad que un profesor del MIT, Eric von Hippel, llama "democratización de la innovación". ¿Reivindicación de la comunidad y el ciudadano común?
Los movimientos políticos espontáneos o semiespontáneos que han propiciado los móviles y los SMS en Ucrania, en Filipinas, en China o en Madrid se asemejan a las convocatorias de boca a boca para boicotear un artículo, para recomendar un libro, para difundir un rumor o para lanzar una petición de auxilio. Su protagonismo se encarna en las smart bands o bandas inteligentes que ha estudiado extensamente Howard Rheingold en una obra con ese título.
Más de cien millones de jóvenes entre los 12 y los 25 años (los screen-agers) se comunican a través de los messenger, con cámara incluida, de MSN, Yahoo! o Wanadoo para intercambiar escrituras, imágenes y música a lo ancho del mundo. Y estos muchachos, al revés que la mayoría de los adultos, se sirven de Internet menos como una reserva de saber que como un vehículo de contactos.
¿Desaparición de lo social? Nunca hubo más tejido social ni mayor intercambio afectivo, aunque los viejos registros no detecten estos nudos y sus particulares emoticones. ¿Reuniones breves, asociaciones suaves, grupos de viajeros? Sí, pero de este modo las ocasiones se multiplican de acuerdo al estilo del mundo; lo gozoso no es fundirse con una fe de hierro, ni hundirse en el seno de un cónyuge insoluble, ni marcarse con una sola identidad, sino experimentar la cinta tornasolada del nuevo ADN cultural, el nuevo deseo comunicacional del mundo.
Porque así como la invención de la pólvora o de la misma imprenta no desencadenaron ni mayor poder militar ni cultural en la China de hace cuatro siglos, la tecnología de la comunicación actual prende con voracidad porque coincide con una fuerte demanda de ella. El mundo se hace así mejor, más participativo, por donde menos se le esperaba. El consumo de bienes y de servicios, de sensaciones e informaciones, ha generado un nuevo sujeto más despierto y complejo.
Paradoja de la complejidad
¿Más complejo? ¿No se había convenido en que caminábamos a hacia la puerilidad y la incultura? La cuestión estriba en la misma noción de puerilidad o de cultura, tras haber triunfado el dominio audiovisual sobre el libro y el paradigma de la superficialidad compleja sobre el complejo de profundidad.
El paradigma de la complejidad se refiere a que el nuevo conocimiento no procederá ya de ahondamientos ni de mentes monumentales ("maestros pensadores"), sino de muchas mentes en archipiélago al estilo de las open source.
James Surowiecki, autor de The wisdom of crowds (El saber de las muchedumbres), asegura que una multitud puede ser más inteligente (tomar mejores decisiones) que cualquiera de sus miembros siempre que se den tres condiciones básicas: que la multitud sea suficientemente diversa; que sus componentes puedan pensar de manera independiente, sin manipulación, y que haya algún mecanismo fiable, democrático, para recoger sus opiniones. Opiniones heterogéneas, combinadas, destinadas a formar una inteligencia variopinta, nutricia y compleja gracias a sus interrelaciones. Un resultado que Edward Wilson, profesor de biología en Harvard, llama consilence, facultad de conocimiento nacida de descubrir e interpretar los cruces entre disciplinas.
Importando, pues, el conocimiento reticular de todos, aumentando el valor y el número de los conocedores en el amplísimo sector de los servicios, el trato laboral, en general, debería evolucionar desde la presión y el miedo hacia los estímulos y apoyos a la autoestima. Con lo cual desembocamos en uno de los problemas centrales de nuestro tiempo: la compatibilidad entre vida personal y vida laboral, o, también, en la cadena de odio al trabajo, baja productividad, agresividad desplazada y múltiple deterioro de la vida.
Política de personal
Este Gobierno socialista ha introducido, junto a los gratuitos desaguisados del Estatut, los "matrimonios" a peso y el grotesco galanteo con las feministas más rancias, algunos factores acertadamente relacionados con la calidad de vida, factor decisivo, inteligible y progresista respecto al nuevo ciudadano / consumidor.
Las leyes para favorecer el cuidado de las personas dependientes, para limitar la jornada laboral o para mejorar el acceso al ordenador, el inglés, la salud sin humo o la vivienda sin sobreprecio son indicios positivos.
Antes decíamos: actúa en local, piensa en global. Ahora, en 2006, hay que decir: actúa sobre la persona y mejorará el personal en general. La cultura de consumo ha ido instruyendo en esta ecuación, y la misma solidaridad global es ya un gesto y una actitud permanente menos política que consumista.
El consumo de bondad aumenta la calidad del espíritu propio, eleva el prestigio de las estrellas (de Bill Gates a Bono, de Agelina a Peter Gabriel). El mecenazgo, la donación hacen más sociales los beneficios de las empresas (bancos con microcréditos, aportaciones contra el sida, porcentajes del precio para atender la catástrofe, códigos éticos, "responsabilidad social" etcétera). El mundo se reencuentra a través de la compasión, pasiones compartidas, fenómenos simultáneos, estallidos imprevisibles y en cualquier lugar.
El alto interés por los fenómenos de epidemia, sea en el rumor, en la moda, en las patologías, se corresponde con el estilo de la época, los memes, los tipping points, el desencadenamiento de una influencia masiva en todas direcciones. La repetición de modelos y la celeridad de los contagios de cualquier tipo han crecido en paralelo a la globalización, las relaciones complejas, las relaciones peligrosas y las relaciones sin más.
El deseo de singularidad en esta época de la obsesiva customización se dobla con este otro placer de las interacciones sin fin, y la ambición de independencia se cruza con la orgía de la conectividad.
Nos sentimos, nos definimos a través de redes, nos amamos reticularmente. Aquello que nos distingue de los vegetales o de los animales no es, como se esperaba, el número de genes, sino la riqueza de las interconexiones. Tampoco el cáncer, como se suponía, procede de un maldito gen, ni la fabricación del ser perfecto es consecuencia de seleccionar algunos de ellos. La clave se encuentra en la interconexión, y, al cabo, somos el efecto no de una constitución, sino de una organización en marcha hacia un fin que, provisionalmente, indescifrablemente, todavía en este primero de año, is blowing in the wind.