En un trabajo anterior he expuesto la reciente crisis abierta entre la prestigiosa CEPAL, Comisión Económica para América Latina y el Caribe, y el régimen de Fidel Castro en el último informe "Balance preliminar de las economías de América Latina y el Caribe 2005" , que termina de ser publicado.
La polémica se debe a la cifra oficial de crecimiento económico para Cuba, 11,8% que defiende el régimen castrista y que los economistas de CEPAL cuestionan con acierto. Aducen en la Isla que los servicios profesionales de los trabajadores cubanos en Venezuela, a cambio de las entradas de petróleo recibidas por la economía cubana están en el origen de un fuerte crecimiento de las exportaciones que explica el aumento posterior registrado por la economía, y que durante 2005 se han producido cambios en la estructura productiva cubana. Ni una cosa ni otra.
Cierto es que el régimen cubano ha obtenido beneficio de sus relaciones con Venezuela en términos de unas compras de crudo más barato. Cierto es que el castrismo ha enviado a Venezuela a profesionales de los servicios sociales (médicos, educadores, deportistas) que se configuran como ese nuevo aparato pseudoestatal que está financiando el régimen venezolano con cargo a los beneficios del petróleo.
La posición crítica de CEPAL, que comparto, tiene que ver con dos aspectos que el régimen de Castro aplica en las estadísticas, sin tener en cuenta las convenciones y estándares internacionales.
En primer lugar, se hace referencia a un nuevo sistema de valoración de los servicios sociales por el régimen cubano. No me parece desacertado. Durante décadas, el régimen cubano ha entregado gratis, en términos de una solidaridad mal entendida, patentes de investigación, diseños biotecnológicos en la lucha contra plagas y enfermedades tropicales, y otros avances conseguidos por los investigadores y tecnólogos de la Isla que posteriormente se aplicaban con éxito en la producción de caña de azúcar en Brasil o de plátanos en Honduras y El Salvador. Mientras que las subvenciones soviéticas existían, el impacto de estas decisiones no se cuestionaba puesto que los fondos para financiar la continuidad del proceso de investigación se encontraban garantizados.
Con el período especial, la situación cambia. Los científicos cubanos desarrollaban con su esfuerzo importantes avances tecnológicos y el régimen, en medio de su absoluto desconocimiento de lo que es el funcionamiento real de los sistemas económicos a nivel global, seguía regalando alegremente los inventos a otros países que, posteriormente. Y sin el más mínimo complejo, sacaban provecho de ello.
Ha sido frecuente escuchar a los científicos cubanos y los representantes de las nuevas fórmulas cooperativas agropecuarias de la Isla quejarse en foros internacionales de estas prácticas, que obviamente les perjudican, ya que ponen a disposición de foráneos gratuitamente los hallazgos que, de ser aplicados a la economía cubana, podrían proporcionarle claras ventajas competitivas en los mercados mundiales. Si ahora el régimen pretende fijar un precio a los servicios que presta (operaciones en los hospitales cubanos, tratamientos sanitarios, inventos y procesos tecnológicos, asesoramiento en sentido amplio) no es una mala idea. Cuba, por su capital humano, podría ser una potencia en ingresos por servicios tecnológicos a nivel continental, pero las cosas se deben hacer bien, y las normas de contabilidad nacional para valorar estos servicios tienen unas reglas que se deben respetar, que mucho me temo, no habrán sido debidamente consideradas por las autoridades del régimen castrista, de ahí el lógico desasosiego de la CEPAL. Hace bien esta organización en suspender las cuentas e investigarlas en profundidad. Más de una sorpresa nos vamos a encontrar.
En segundo lugar, estamos ante un problema de concepto que, hasta los estudiantes de las facultades de economía en los primeros cursos, conocen. El valor del trabajo de los profesionales cubanos en el exterior recibe el tratamiento en las cuentas nacionales de los países de una renta obtenida por los factores productivos en el exterior, y su destino es la balanza de servicios que es un subconcepto de la balanza por cuenta corriente, nunca de la comercial. La balanza de servicios incorpora precisamente el saldo entre el ingreso por los factores en el exterior, y el pago por los servicios a factores extranjeros en suelo nacional. Dado que en Cuba este último concepto adquiere una cierta importancia, como consecuencia de las inversiones extranjeras y el modelo de relación con el régimen cubano de las joint ventures, el saldo final debe ser estudiado con detalle porque quizás no sea tan elevado como apuntan las autoridades.
Además, el tirón que las rentas de factores en el exterior tienen sobre la economía de un país se produce solo de forma indirecta a partir del efecto de las remesas enviadas a las familias. Si se tiene en cuenta que existen en Cuba múltiples controles monetarios para acceder al control de esos ingresos, que terminan destinándose a productos procedentes del exterior (como el trigo y la carne que se compra al contado a Estados Unidos, por ejemplo) la situación no admite dudas al respecto. El cálculo hecho por las autoridades cubanas debe revisarse a tenor de lo expuesto. El comercio se refiere al intercambio de productos, automóviles, petróleo, alimentos, etc, así como a conceptos relacionados con los servicios. Cada uno en su sitio correspondiente. No se pueden mezclar alegremente los conceptos porque tienen un tratamiento distinto. Cierto es que las exportaciones de mercancías suponen un fuerte tirón a la oferta nacional: el país es competitivo, sus productos son atractivos en los mercados mundiales y por ello tienen demanda. Pero no parece que este sea el caso de la economía cubana. Con la única excepción del turismo, cuyas entradas se sitúan en 2,3 millones de viajeros (un crecimiento modesto si se compara con otras zonas del Caribe) no parece que níquel, tabaco o azúcar (en reconversión) produzcan atractivo alguno en los mercados mundiales.
A tenor de estas consideraciones, mucho me temo que haya que revisar en profundidad esa tasa de crecimiento del 11,8% que proporciona el régimen cubano para 2005, año que acaba de finalizar. Ni se han producido cambios en la estructura productiva cubana que justifiquen ese comportamiento, ni se puede aceptar que las rentas de los factores en el exterior se alineen con las exportaciones de bienes y servicios. En cualquier caso, los ingresos que obtiene Cuba con los servicios sociales en Venezuela se equilibran con las compras de crudo realizadas, y de esto no se habla en ningún sitio. Si se acepta que Cuba ha obtenido ingresos de enviar decenas de miles de profesionales a Venezuela, también hay que aceptar que las compras de crudo venezolano tienen su precio, nada se regala en esta vida, y que en estos casos, la diferencia es lo que interesa verdaderamente.
Por otra parte, tiempo habrá de profundizar con detalle en el Informe de CEPAL. Lo cierto es que hay otros datos que son más preocupantes en el horizonte de la economía cubana (inflación, descontrol monetario, insuficiente producción eléctrica, escaso poder de compra de los salarios, estancamiento del turismo y de las exportaciones de níquel) y todos ellos no significan una mejora de las condiciones de vida de los cubanos.