En lo personal me simpatiza la idea del Metro. Creo que tarde o temprano esa debía ser una meta: Dotar al país de un sistema moderno de transporte.
Es como los elevados y túneles. Siempre lo creí necesarios, y aun más, creo que faltan varios en esta tumultuosa ciudad de Santo Domingo.
Incluso, creo que mejorar el transporte es una prioridad. Todo depende desde la óptica que usted lo vea.
Si usted sale de su casa con un hijo enfermo, su prioridad es la salud.
Pero si sale al trabajo a pies, de seguro que la prioridad es un mejor transporte.
Y así, van apareciendo prioridades de acuerdo a las necesidades.
El transporte debe de estar entre nuestras cinco prioridades. Si no fuera así no hubiésemos tenido los pollitos y ahora el plan Renove.
Y los sindicados de choferes no fueran un dolor de cabeza al ciudadano.
Ahora bien, lo que no comparto es la tesis de quienes defienden el metro, que soslayan la parte ética del asunto.
Es la parte que se refiere al presupuesto para construirlo. ¿Cómo es posible que ese punto no sea considerado en el debate?
Lo primero es que toda obra del Estado debe ser aceptada y autorizada por la sociedad y sus instancias, Ayuntamiento y Congreso.
Y para ser aceptada debe ser presentado el proyecto, con todas las implicaciones, incluidas las económicas.
Ese no ha sido el caso del Metro. Se ha iniciado por la voluntad de unos cuantos funcionarios del Gobierno, obviando las consideraciones éticas del asunto.
De manera burlona y poco seria se ha avanzado ¡a la mala! en su construcción, teniendo a regidores, legisladores y otros sectores de espectadores, cuando debieron ser consultados muchos de ellos.
Y los defensores, pagados a no, se han lanzado a justificar un metro sin presupuesto y sin control. Lo que no es bueno a la salud de la nación.
Finalmente, con eso lo que se hace es despreciar el empeño mostrado y reclamado por mucho sectores que desea transparentar la administración pública.
Yo seguiré creyendo que el metro no es malo, lo malo es cómo han querido hacerlo, con total falta de transparencia, a la brava.