Se acerca el final de otro campeonato de pelota profesional y ello quiere decir que el estadio Quisqueya ha cumplido otra jornada más.
Lamentablemente, esta vez el vetusto parque enclavado en el ensanche La Fe lució su peor gala, no estuvo a la altura de la ocasión, presentó precarias facilidades para el usuario, y un entorno que dista mucho de lo que debió ser la celebración de sus 50 años (1955-2005), cuando todos pensábamos que se aprovecharía el momento para que luciera “pepillito”.
Sucede que la mayoría de los deportes tienen instalaciones de primera en el país, casi todas heredadas de los Juegos Panamericanos del 2003.
En levantamientos de pesas, por ejemplo, el gran orgullo era decir que el Parque del Este alberga el mejor gimnasio de esa disciplina, en el mundo.
Eso pudiera ser bueno o malo, pero lo importante es que es cierto.
Entonces, no se sabe por cuáles razones no se aprovechó la ocasión de los Panamericanos y se construyó un buen play al deporte más popular del país, y el único que por diversas razones tiene figuras al nivel de los mejores que pudieran aparecer en el mundo: los peloteros.
Era asunto de “invertir” unos 30, 40 ó 50 millones de pesos más, en tiempos en los que se le ha perdido el respeto al dinero.
Se sabe que tenemos a Félix Sánchez, pero esa es una “golondrina”, que sin quitarle méritos, ha realizado “su verano” en otras latitudes.
No tenemos como explicar al mundo que siendo República Dominicana el país que más y mejores beisbolistas posee, libra por libra, no tenemos una instalación que honre la categoría de esos jugadores.
Es por ello que ya nuestro país no monta juegos de exhibición de las Grandes Ligas, nunca ha podido albergar un juego de un calendario oficial de las Mayores, y ahora no ha sido tomado en cuenta para ser sede del famoso Clásico Mundial de Béisbol.
Sencillamente nuestros estadios dan vergüenza.
Lucirá irónico, ilógico, y hasta inconstitucional, dirían algunos, pero el estadio Quisqueya necesita un Diandino Peña para que inmediatamente se haga el último out de la serie final, entre el miércoles y el viernes, las mandarrias comiencen a derribar sus legendarias estructuras, que ya no aguantan más maquillajes.
Total, después del “palo dao” ni Dios lo quita.
El Metro es una buena muestra.
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