En naciones como la nuestra, y más en el ejercicio de la política, las lealtades son como muelas de gallos, y muchos dirigentes, entre ellos el de más dilata y fructífera vida pública, llegaron a quejarse de no contar con amigos leales que velaran realmente por los intereses de sus obras, o por los éxitos de sus gobiernos.
Fue el propio Balaguer, un político fuera de serie, digno de un estudio profundo con el devenir del tiempo, quizás quién más sufrió las deslealtades de quienes todo se lo debían, y quizás ya muerto, Trujillo fuera el segundo en ver como le negaron más veces de la que negó Pedro a Cristo.
Un Presidente por más que no quiera necesita a su lado, sino un familiar cercano, su esposa, o un amigo entrañable, un funcionario que sepa interpretar sus deseos, y que se ponga a ejecutarlo sin que importe para nada el hecho de que el fracaso o el éxito del mismo pueda ir su propia desaparición como profesional o como político.
Ese es el caso de Diandino Peña, a quienes muchos atacan, pero a quienes muchos igualmente le reconocen el valor para poner en ejecución sin dilaciones y sin miedos los proyectos que han de ser en el futuro la cara de los gobiernos de su amigo de la infancia.
Ahora es el Metro, una necesidad real para el transporte, duramente atacada por quienes han entendido que no debe ser en estos momentos, y defendida por quienes entendemos que sí, y que más que eso se debieran poner de nuevo en funcionamiento los ferrocariles que antes tenía el país, y que ahora serían de una utilidad impresionante.
Todo el mundo quiere opinar sobre Diandino y el Metro, todo el mundo lo quiere acusar de algo, todo el mundo quisiera para sí la confianza y la obra que ha puesto en manos de Diandino el Presidente de la República, pero ese es un tema que nadie toca, porque seria enfrentar los escrúpulos de Maria gargajo que tienen algunos dirigentes políticos, y algunos periodistas o comentaristas de radio y televisión, que igualmente sirven de bocinas a los intereses de los grupos opositores, y están hoy, como ayer, siendo beneficiados de esos grupos en lo económico.
Juzgar a un hombre de las condiciones de Diandino, con quién jamás he tenido una conversación directa, ni un acercamiento, no porque no lo quiera, sino por sus muchas ocupaciones, es en un terreno tan resbaladizo y tan lleno de suciedades como el dominicano un ejemplo del cinismo y de la falta de visión de lo que es un ejecutor de un proyecto presidencial, a un beneficiario de la amistad y el afecto de un Presidente.
Ese es quizás parte del problema, porque el otro, el que subyace en los insultos al Ingeniero ejecutor de la obra no es más que una especie de ver como consigo lo mío, porque algo debe de tocarle siempre al boa.
Como dijera ese conocedor del dominicano que fué Joaquín Balaguer, la ración del Boa, nada más, pero nada menos.