Los ruidos constituyen uno de los principales factores de contaminación ambiental en la República Dominicana.
Santo Domingo, por cierto, figura como una de las ciudades más ruidosas del mundo, ya que los ruidos se han convertido en parte de su vida cotidiana.
Está científicamente establecido que además de reducir la capacidad auditiva y generar otros trastornos físicos y emocionales, los ruidos crean serios problemas de convivencia en nuestras comunidades.
Reportes médicos especializados afirman que los ruidos producen sordera, dolores de cabeza, dificultad para dormir, tensión nerviosa, trastornos cardiovasculares, pérdida de la concentración, aumento de las tendencias agresivas y reducción de la productividad laboral.
En los barrios y en muchas urbanizaciones tenemos no sólo el problema de los colmadones, las plantas eléctricas, las motocicletas con resonadores, los vehículos con plantas y amplificadores, las iglesias improvisadas, sino también la práctica de algunos vecinos que acostumbran a escuchar música a todo volumen, violentando la privacidad de los demás vecinos, impidiéndoles conciliar el sueño, descansar, estudiar o sencillamente escuchar su propia música.
En virtud de lo que establecen la resolución 198-57 del Ayuntamiento del Distrito Nacional sobre ruidos innecesarios, la Ley 64-00, sobre Medio Ambiente y Recursos Naturales, y la Ley 42-01, o ley General de Salud, cualquier ciudadano afectado por ruidos ofensivos tiene derecho a reclamar la intervención de las autoridades, ya sea del Ayuntamiento, la Policía Nacional, la fiscalía correspondiente, o la Procuraduría Ambiental de la Secretaría de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
Si los ciudadanos asumen conciencia del grave problema del ruido y las autoridades ejercen su responsabilidad en el control y penalización de esta práctica, sin duda alguna estaríamos haciendo de cada una de nuestras comunidades, un mejor lugar para vivir.