Un perfil del Irán de hoy puede ser mejor comprendido con la metáfora del maestro y del alumno. Una relación devota por parte del discípulo, que es nada menos que Mahmud Ahmadinejad, el intransigente presidente de la República BUENOS AIRES.-Islámica fundada en marzo de 1979, menos de dos meses después de que el 1ø febrero regresara el padre espiritual de la patria, el ayatollah Ruhollah Komeini. Lo recuerdo porque como enviado de Clarín me mezclé con los millones que acudieron aquel día en Teherán a las calles para festejar al retorno desde el exilio de París del hombre símbolo de la revolución islámica que había depuesto al Sha Reza Pahlevi.
El maestro del presidente Ahmadinejad es el ayatollah Mohammad Taqi Mesbah Yazi, quien dirige una sociedad secreta con sede en Qom, la ciudad santa de los shiítas iraníes. Una asociación muy poderosa, venerada por muchos notables de Irán, a cuya "madrasa" o escuela coránica acudía a aprender la doctrina el hoy presidente cuando era joven.
Esa sociedad, que el enviado de La Repubblica denomina "el Opus Dei islámico", se llama Hogiatieyeh. Se encarga de llevar a la universidad a los mejores jóvenes de las madrasas, adoctrinándolos y poniéndolos en los puestos clave, cuidando de que sean firmes guardianes de la ortodoxia islámica, en versión shiíta.
De allí que se puede afirmar que Ahmadineyad es un típico producto del ala dura de los líderes religiosos que hacen y controlan la política iraní desde hace 27 años. No es ni un "desbandado, ni un exaltado", como en Occidente se propaga para desacreditarlo. Este no es un elogio sino una constatación.
La política iraní ha sido siempre compleja y conflictiva. La antigua Persia, ha tenido históricamente un gran valor estratégico por su dimensión (1.600.000 kilómetros cuadrados), por haber controlado durante siglos el golfo Pérsico y por el petróleo y el gas.
Durante la Segunda Guerra, la Unión Soviética y Gran Bretaña ocuparon Irán para impedir a los alemanes que se apropiaran del petróleo. Pero los rusos no querían irse tras el derrumbe del nazismo. Así que el presidente norteamericano Harry Truman, que había ordenado tirar la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, amenazó a los rusos con tirarles otra. Los soviéticos abandonaron de inmediato Irán.
El episodio es poco conocido pero instruye acerca de como los conflictos geopolíticos con escenario en Irán revisten una gran importancia mundial.
La revolución islámica del ayatolá Komeini fue una aventura nacionalista muy sentida a nivel popular, como pude comprobar durante aquel mes de enero de 1979 que viví en pleno estallido las puebladas que abatieron al Sha, apoyado por Washington. No es cierto que EE.UU. sustentaba la democracia porque ellos y los británicos tiraron del poder al primer ministro Mohammad Mossadegh en 1953, para reponer en el trono a la dinastía del "pavo real" de los Pahlevi. Mossadegh había llegado al gobierno mediante elecciones y nacionalizado el petróleo, crimen imperdonable para Occidente.
Dominada la primera etapa de la revolución islámica por la figura carismática de Komeini (recuerdo que en los días de la caída del Sha, la gente de Teherán te mostraba la luna y te decía: ¿ve también usted el rostro del ayatolá Komeini como lo vemos nosotros? Yo siempre respondía que sí), la sociedad iraní se fue dividiendo entre una parte importante que quiere aliviarse de la asfixia de las imposiciones del islamismo puro y duro —y que encontró en el ex presidente Mohamed Jatami a su figura de referencia— y los radicales que siguen al ayatolá Kamenei, sucesor de Komeini, en las posiciones del integrismo intransigente.
Irán sobrevivió al duro trauma de los ocho años de guerra devastadora, con cientos de miles de muertos, que comenzó en setiembre de 1980 con la invasión del Irak de Saddam Hussein. Los guardianes de la revolución, y el pueblo de los "mostazafin" (sin zapatos), se constituyeron en los bastiones populares-militares que dieron nuevo impulso a los sectores islamistas radicales.
Hoy, ellos han nuevamente tomado las riendas del poder y los que quieren un Irán más libre, menos exasperado, mastican la desilusión que les causó el fracaso de la experiencia aperturista del presidente Jatami.