Con todas las reservas que la realidad pueda sugerir, quisiera pensar que no es un bulto para engatusar a la opinión pública el milagroso crecimiento de un 9.3 por ciento en la economía de que se vanagloria el Gobierno. Que no se refleje en el estilo de vida y hasta contraste con el griterío al menos de las grandes mayorías por la escasez de circulante y los altos costos de bienes y servicios no niega el apoteósico incremento del Producto Interno Bruto (PIB).
Porque, como dice Galeano en su obra "Patas arriba, la escuela del mundo al revés", si una persona recibe mil dólares y otra no recibe nada, cada una aparece como si recibiera 500 dólares en el cómputo del ingreso per cápita. Puede parecer absurdo y hasta una burla, pero ese es el baremo que todavía se utiliza para promediar el ingreso. Aún así, las estadísticas del Banco Central despiertan suspicacias tanto en especialistas como en profanos por el gran divorcio que observan frente a la realidad.
El más clásico de los ejemplos lo representa la denuncia del fin de semana de dirigentes de las principales organizaciones de comerciantes de San Francisco de Macorís en el sentido de que numerosos negocios han quebrado últimamente como consecuencia de los apagones y los aumentos de la tarifa eléctrica. Como que esos problemas resultan un poco contradictorios que una actividad que según el Banco Central creció 19.8 por ciento.
Las zonas francas perdieron más de 40 mil empleos por el cierre de muchas empresas bajo el alegato de elevadísimos costos de producción, comenzando por el factor eléctrico, que les restaban competitividad. El turismo no tuvo mejor suerte con la práctica desaparición de parques como el de Juan Dolio, la estrepitosa caída de Puerto Plata y el cierre de hoteles en Bávaro. En términos generales, un aparente incremento del desempleo por la desaparición de empresas o para reducir costos, así como un aumento del déficit comercial con Estados Unidos son simples elementos que conspiran contra el crecimiento económico de que ha dado cuenta el Banco Central.
Sin bien hay múltiples factores que chocan con las estadísticas oficiales, de ninguna manera quiero pensar que se ha recurrido deliberadamente al engaño y la mentira como armas para manipular conciencias. El derrumbe de los "tigres asiáticos", aquella economía que en un momento la propaganda erigió como modelo, es bastante elocuente como para ser cautos con el maquillaje. Porque por más que el maquillaje ayude a la gente a verse bien, no significa que en verdad sea así.
Con la salvedad, por supuesto, de que los países del sudeste asiático alcanzaron un crecimiento real, pero no sobre la base que le atribuía la propaganda. Sin entrar en mayores detalles, un movimiento del capital internacional fue suficiente para que esos modelos se derrumbaran y comenzaran a ser vistos como tigres de papel. Sofismas y mitos podrán ser partes de la política, pero alterar la realidad en beneficio de coyunturas es un arma no recomendable ni siquiera para captar inversión extranjera.