Se anuncia que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, visitará República Dominicana a mediado del presente año. Lo que menos importa es la gestión protocolar. Si el asistente de Condoleezza Rice (Patrick Duddy) y el jefe del Comando Sur, general Bantz Craddock, en enero pasado preparaban aquí una parte del montaje de seguridad del potencial visitante, eso no causa sorpresa. En medio de la histeria antiterrorista, la labor es de alto nivel. Tampoco interesa demasiado el hecho de que la Presidencia de la República le cursara una invitación tras saber que a Bush le interesa hacer acto de presencia en lo que el presidente Leonel Fernández califica como una parte del patio trasero de Estados Unidos. Es lo predecible en un esquema de subordinación. Indigna, pero no sorprende.
Si Bush llega a visitar el país, lo que Jimmy Carter, Bill Clinton y George Bush, padre, hacen con frecuencia después que son ex presidentes, no hay que esperar la confirmación de si visitará o no Haití. Basta observar que Haití es un país ocupado y que, en pleno proceso de afianzamiento de la hegemonía estadounidense, la ocupación es encabezada, de hecho, por el poder estadounidense, que condiciona las actuaciones de la Organización de las Naciones Unidas o actúa al margen de ella en la presente situación.
Bush (hijo) pondría, pues, sus pies en esta isla asumiendo que pisa una parte de su traspatio. Así lo concibe su anfitrión formal en este lado de la isla, el presidente Leonel Fernández. ¡Qué vergüenza!
El peso de una visita de Bush, y hasta del anuncio de la misma, es eminentemente simbólico, aunque muchas tareas serían encargadas personalmente por él a sus servidores del área, sobre todo si, como informa el Listín Diario, coincidirá con Alvaro Uribe Vélez y con los presidentes centroamericanos.
No es extraño el anuncio de su visita y no sería extraño que, efectivamente, se produjera. Es la marca del paso de los acontecimientos a nivel de la isla, del continente y de la aplicación de la política exterior de Estados Unidos a nivel general.
Si en el discurso sobre el estado de la Unión el primer martes de este mes Bush no habló de América Latina es porque en los ataques preventivos, las recetas neoliberales y los montajes electorales como único elemento definitorio de la democracia, está incluida su posición, la de la Administración que encabeza y la de sus estrategas, en torno a la política mundial.
¿Para qué iba a detallar la marcha del Plan Colombia y a llamar la atención sobre el incremento de la presencia militar estadounidense en América Latina y en el Caribe?
Actualmente, la ocupación en Haití es el principal elemento vinculante entre la Administración Bush y varios Gobiernos de América Latina incluidos en la lista de los que se apartan de los proyectos neoliberales. Con Brasil y Chile ocupando puestos principales en la formación de la fuerza ocupante, Bush vendría a esta región con pretensión de presentarse como un colaborador más.
Con o sin desmentidos, es factible la visita de Bush y sus asistentes y servidores de aquí y de allá pueden jugar a anunciar que sí en un momento y que no en otros momentos. No hay que olvidar la histeria antiterrorista y la necesidad de prevenir manifestaciones de repudio como las que ocurrieron en Argentina. La Isla de Santo Domingo sería convertida en un gran cuartel, en combinación con los lacayos de esta parte y de la parte que ocupa Haití.
Y el anuncio llega justo en los momentos de mayor tensión en las relaciones de Estados Unidos con Cuba y con Venezuela. Denuncias de espionaje por parte de jefes de la Embajada en Caracas y destapada la agresión con acciones de la Oficina de Intereses en La Habana.
En momentos de definición, como es el actual, los lacayos se ven obligados a mostrar su condición. Y lo están haciendo. Hay que exigirles que los halagos al visitante los pronuncien en su propio nombre. Porque para el pueblo, para los sectores conscientes, para los hombres y mujeres sensibles, es imposible prestarse a reforzar ese infamante coro…
– LILLIAM OVIEDO