Es un ejercicio permanente de soberbia el que hay en el país. La impunidad, la violencia enseñada en las pantallas y los ejemplos de los padres, son quizás sus alimentos. La soberbia viene como una cascada abrasante, sin remilgos. El que anda en la yipeta, aplasta; el que viste bien, pisotea el mal vestido; el guardia, al ciudadano; el policía, a los muchachos del barrio.
Desde el poder, la fiesta de la soberbia se pone más interesante, pues va desde las yipetas lujosas que salen del Palacio Nacional, hasta la pléyade de funcionarios prepotentes prestando oídos sordos a los gobernados.
En las calles, los ciudadanos aplican la soberbia a sus iguales: trancan la vía para que el otro ceda, muestran armas para atemorizar, roban la paciencia del que espera en fila entrando directo al funcionario o ejecutivo.
Es un ejercicio permanente de soberbia el que hay en el país. La impunidad, la violencia enseñada en las pantallas y los ejemplos de los padres, son quizás sus alimentos.
Estamos en un país donde el que denuncia al soberbio, al corrupto, al mafioso, la justicia lo reprime, lo condena; y limpia al “prestante”, al que paga millones por un curul congresional que esfume el erario público; descarga al que comete “indelicadezas” al tomar para sí dinero público.
En un país así, qué se puede esperar en cinco años? Y qué le enseñamos a nuestros hijos?
Será que nos comeremos todos en la calle.
El autor es periodista y amante de los mercados de pulgas.