En nuestros pueblos (por lo menos en la región del Cibao, de donde precisamente es oriundo Marino Vinicio Castillo) desde tiempos lejanos se dice que, cuando una persona acepta un dinero que no ha ganado como consecuencia de su trabajo, este le puede quemar o romper el bolsillo del pantalón donde lo guarde. La sipnosis de ese adagio busca enseñarnos que hay dinero que uno no debe aceptar sólo porque sí, no importa las buenas intenciones del “donante”, porque en un momento determinado esa actitud “generosa” podría acarrear alguna dificultad al beneficiario, en el momento en que menos lo espere.
Eso precisamente le está ocurriendo a Vincho Castillo, como consecuencia de los 174 mil dólares que le “borraron” de Baninter en el 2003, días después de explosionar en el centro de ese banco una bomba financiera que hizo un hoyo por el orden de los 54 mil millones de pesos. Lógico que ese dinerito con el que Vincho fue favorecido es relativamente insignificante por la magnitud del fraude pero, para el reconocido abogado, es una terrible mancha en su “hoja de servicio”.
Y tan grande es esa estigma, que el propio abogado utilizó gran parte de su “Respuesta” del pasado domingo, para dar su versión de todo lo relacionado con ese “préstamo”, mostrando su disgusto por la forma como la autoridad monetaria y la Procuraduría General de la República manejaron públicamente su caso.
Pero, tengo la percepción de que Vincho Castillo, lejos de restaurar su imagen de hombre probo, con esa intervención alborotó mucho más el avispero, simplemente porque los argumentos que esgrimió ni a un ignorante de los cánones legales del país se le puede justificar y aceptar que incurriera en fallas legales y procedimentales que ahora lo presenten ante la opinión pública como una persona mala paga o, peor aún, que se benefició directamente del festín económico que arruinó a Baninter.
Fue el propio Vincho quien dijo el domingo que esos 174 mil dólares fueron un préstamo que le facilitó el banco en 1995, a una taza cero de interés, pero del cual nunca pagó un centavo y que, ocho años después, en la vorágine que absorbió esa entidad bancaria, su presidente Ramón Báez Figueroa decidió borrárselo de un plumazo.
Uno no se explica cómo Vincho Castillo, un hombre extremadamente versado en asuntos legales, si fue verdad que le prestaron ese dinero, nunca se acordó de honrar la deuda y, más aún, que permitiera que se le condonara de la manera irregular en que se hizo y en el momento en que tal cosa aconteció, es decir, cuando se procedía a borrar deudas, con miras a salir lo mejor librado posible del problema legal que se le encimaba a los ejecutivos de ese banco.
Como definitivamente es frontal el enfrentamiento de Vincho Castillo (a quien el “alias” que le pusieron en el expediente no le gustó para nada y con razón) con las autoridades monetarias y del ministerio público del gobierno en el que es también funcionario, ahora queda por verse si renuncia de su secretaría de Estado; si el Presidente Leonel Fernández lo cancela o si en ese aspecto todo siga igual, a pesar de los encontronazos que se avizoran en los tribunales, cuando comience el juicio contra Báez Figueroa y compartes.
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