En medio del asueto de la fiesta de la Independencia nacional, cuando me disponía a ayudar a mi primogénito de siete años, Dimitri, me encontré con unas de sus labores que me ha despertado un gran interés. La misma consistió en buscar en el diccionario el significado de las palabras: ciudad, barrio y residencial; también establecer las diferencias entre ellas. Diré al final del escrito como hice junto a él, lo que creo es su primera investigación social (en el caso que sea como su padre).
La sola acepción de “ciudad” me hizo rebotar en el pasado, y recordar aquellas importantes teorías sobre el tema de la ciudad como objeto de estudio criminológico, la violencia urbana en América Latina, la planificación de las llamadas medidas de control de la violencia urbana, muchas de las cuales comprenden puntos de vista que han sido olvidados, dejados a un lado, o simplemente es que siempre han sido ignorados y en su lugar se preconiza hoy, la llamada solución policial –que en realidad es siempre una mala solución–, dado que la lucha contra la violencia de la ciudad ha de ser lo más comunitariamente posible, según los arteros principios de la política criminal de descentralización del fenómeno en cuestión, incluyendo el tratamiento a la comunidad, de asistencia fundamentalmente social; hay que tenerle mucho miedo a excluir: segregar, centralizar, burocratizar, reprimir, o simplemente ejercer el control de la delincuencia en forma dura y cerrada; y la Policía excluye. Desde mi humilde punto de vista este último planteamiento equivale a dos cosas: la primera es que tengo la percepción de que el Plan Nacional de Seguridad Democrática sólo emplea el criterio policial para enfrentar la delincuencia, y se carece de un instrumento para investigar científicamente el problema; en segundo lugar, la necesidad de emplear el tema de la ciudad para volver a explicar lo importante de que conozcamos, antes de cualquier actuación, eso que se ha denominado la naturaleza de la delincuencia, ya que la violencia de una ciudad es una singular manifestación de la existencia social, que puede variar positivamente y mediante un plan de acción continuado, verdadero, evitando los peligros, como por ejemplo, atreverse a buscar la solución a corto plazo de la delincuencia, controles policiales y militares rígidos, y en su lugar nos conviene valernos de la llamada policía local, que es la policía preventiva, y no la que vemos persiguiendo al delito grave, que es el crimen.
La ciudad como tema de estudio, para la región latinoamericana, data de la década de los años 50, y la cuestión que en aquel entonces presentaron los criminólogos, demostró a todos un punto de partida muy claro: Para algunos, la ciudad se ha vuelto “amigo”, y para otros, forzosamente, “el enemigo”. A partir de ahí es aceptada la fórmula de que luchar con la delincuencia tiene una relación directa con la planificación urbanística, y en ello tienen la mayor responsabilidad los gobernantes y los intelectuales. A los políticos del país los comprendo cuando tratan en sus campañas este asunto de la delincuencia en los barrios; pero, me temo que nuestros intelectuales puros, por muchos tiempo han tenido el temor de dirigir personalmente el problema del que se ocupan, o quizás es culpa del poder político o el candidato electo, que luego no le toma en cuenta, para desarrollar este y cualquier proyecto social. En mi caso, un ejemplo propio, es el tema penitenciario, del cual afirmo que tras sus 20 años desde que surgió la ley, nunca ha dirigido un intelectual especializado en esa área.
En el presente actual, este problema cuenta con un director que es policía y político a la vez. Sí, porque la violencia existe en las personas del mismo modo que la hay en las instituciones. Se puede, por tanto, decir que la violencia de las cárceles del país, se multiplica en relación a la violencia de la ciudad. Y la culpa es el principio que estamos enarbolando: el tratamiento de la delincuencia penal (el que está preso) es un problema científico, y para especialistas.
¿Pueden las ciudades volverse delincuentes? Sí, si empleamos políticas duras dirigida al delincuente individual y si la seguridad urbana es vencida por la seguridad privada, lo cual nos indica que tanto gobernantes, intelectuales, líderes comunitarios, jefes de familias, no se orientan en una misma dirección con respecto al modelo de sociedad, ciudad ideal, y los planes o la necesidad de construir un espacio de “buena vecindad”.
Las ciudades duras son los espacios inmorales y antinaturales que ocupan una parte del entorno social que cada vez más se hace indefendible, porque un gobernante no tuvo la conciencia de que eso que llamamos “sociedad”, “ciudad” o “barrio” son, en primer lugar, personas que esperaban vivir de la manera más natural posible, y no sumido en las carencias sociales más extremas y perentorias, que son las que paulatinamente las convierten en pesadillas urbanas, con gran tensión entre sus miembros. A una parte de la colectividad urbana, y debido a la falta de muchas otras inseguridades (techo, empleo, educción, recreación, salud y justicia) los miembros adoptan la modalidad de la pobreza irritada, en actitud de permanente estado de desesperación; en cambio, la otra parte, se ve compelida a la llamada pobreza agresiva, que es donde parte los estereotipos de la delincuencia estricta. Aquí puede verse que es la criminalidad es la consecuencia de la inseguridad urbana, y no al revés. Y sobre este principio es que deben partir los gobernantes y los líderes sociales de nuestro país, aunque me temo que no lo van a hacer.
Un simple periódico citadino me permitió edificar a mi pequeño hijo sobre las cuestiones que contenían su deber escolar. Aunque fue ilustrado lo más sencillamente posible, tenemos que: una “Ciudad” es igual a una población y a un conjunto de viviendas; en el “barrio”, lo que cuenta es que así se le llama a cada una de estas poblaciones en que se divide la ciudad; y en tercer lugar, están los barrios “residenciales”, que son los que poseen las mejores viviendas. Este modelo duplicado en la criminología da como resultado exactamente lo arriba expuesto sobre la violencia de la ciudad.
Deseamos sinceramente ayudar al Presidente de la República; por eso en la próxima oportunidad, nos vamos a permitir algunas recomendaciones que contengan las ideas acerca de la lucha contra la violencia urbana. La fórmula que vamos a proponer llevará por título: el instituto de criminología.