Las canciones son parte fundamental del tesoro cultural con que cuenta cada pueblo. Nos inflamos de emoción cuando podemos decir, con la bandera ondeando en nuestro corazón, que tal o cual composición pertenecen a uno de los nuestros.
Las canciones son agentes de la complicidad cuando nos enamoramos o recordamos momentos gratos, amores inolvidables, gestas gloriosas, marcamos etapas memorables, resaltamos la belleza de nuestra tierra, las virtudes de la mujer amada o pretendida, el respeto por las personas laboriosas, aliviamos las penas de los golpes que nos causan las injusticias y las frustraciones, recobramos la fe y la esperanza en el futuro cuando nos extasiamos ante la hermosura de un texto y/o una melodía que nos zarandea el alma.
Son tantas las cualidades que podemos identificar en una buena canción (claro, no vayan a pensar jamás que me refiero a sandeces con que algunos descerebrados infectan la música) que podríamos publicar varios tomos enarbolándolas. Los sentimientos que nos generan las obras son tan disímiles como variados los ritmos, las temáticas y la musicalidad que les son intrínsecos.
La Repùblica Dominicana es cuna de muchos autores y compositores que nos llenan de orgullo y enaltecen la dominicanidad con su demostrado talento, en virtud de cuyas creaciones cosechamos el respeto y la admiración de nacionales de diversos paìses, por ende, a travès de la canciòn exportamos elementos y contenidos, que nunca deben soslayarse como significado de identidad, y visamos a muchos el pasaporte del entusiasmo por descubrir las bondades de nuestro terruño.
La Sociedad General de Autores, Compositores y Editores Dominicanos de Música, Inc., (SGACEDOM) forjada al fragor del sacrificio y la concertación, congrega varios cientos de los màs reconocidos y prolìficos autores y compositores de canciones populares dominicanos, como Rafael Solano, Juan Lockward, Luis Díaz, Cheo Zorrilla, Bienvenido Brens, Ramón Orlando Valoy, Palmer Hernández, Charlie Mosquea, Raldy Vásquez, Rando Camasta, Alejandro Martínez, Alicia Baroni, Manuel Jiménez, Enrique Féliz, Fernando Arias, Confesor Rosario, Félix Mirabal, Félix Veloz, Nelson Morel, Martín de León, Crispín Fernández, Frantoni Santana, Juan Valdez y Henry García.
Asimismo, Freddy Reyes, Polo Tovar, Miguel Rey, Sandy Jorge, Sonny Ovalle, Rento Arias, Rosa Pontier, Miguel Braho, Pedro Rymer, Melvin Rafael, Carlos T. Martínez, Josiph Santos, Mariano Lantigua, Herodys Ureña, Aquiles Díaz, Daniel Vásquez, Marcos Carreras, Endry Zarzuela, Winston Paulino, Cristian Encarnación, Freddy Valdez, Victor del Villar, Valerio de León, Levi Policarpe, Josmar Pérez, Junior Cabrera, Joe Nicolás, Daniel Monción, Ismael Olmos, Héctor Peña y Edgar López, entre otros no menos talentosos.
La SGACEDOM, fundada el 28 de enero del año 1996, amparada por la Ley 65-00 sobre derecho de autor e insertada, ademàs, en la Confederación Internacional de Sociedades de Autores y Compositores (CISAC), es una entidad de gestión colectiva sin fines de lucro que representa en nuestro territorio a una constelación de sus similares diseminadas por todo el mundo, que han depositado en nuestra sociedad autoral, bajo convenios de reciprocidad, la administración de varios millones de obras.
Nos hemos mantenido enfrentando las precariedades propias de organizaciones como la nuestra y, en ciertas ocasiones, esquivando el borde de los abismos por tales carencias, mas, siempre conservamos el entusiasmo y laboramos con paciencia y elevada fe, lo que nos ha permitido saltar los consabidos obstáculos.
Actualmente, ocupamos la casa marcada con el nùmero nueve (9) de la calle Doctor Bàez, en Gazcue, sita a unos pocos pasos del Palacio Presidencial, aunque nuestra realidad financiera contrasta con el local que nos alberga, razòn por la que allì nos manejamos con los pocos recursos que obtenemos por concepto de gastos administrativos, debidamente explicados en la tarifa homologada por la Oficina Nacional de Derecho de Autor (ONDA), en base a la que actuamos con total apego.
La SGACEDOM se sostiene con la deducción del 30% de lo recaudado por concepto de difusión o ejecución del repertorio que administra, lo cual es exiguo dado que muchos usuarios son reacios al pago de los debidos derechos autorales y es por esa razón que se desbocan con cuantos epítetos impublicables llegan a su mente, tratando de confundir a la opinión pública y enlodar la gestión de recaudación, administración y reparto de tales rubros.
Sus detractores no se han interesado por conocer los repartos que hemos realizado a los autores de aquí y de allá, ni mucho menos importa que nos audite la ONDA y que rindamos cuentas a los organismos internacionales que nos supervisan. Para nuestros enemigos gratuitos es insignificante que tengamos un capítulo de previsión social desde el cual se prestan adecuadas colaboraciones a colegas enfermos, envejecientes o que requieran paliar alguna urgencia extrema. Y ni decir de la recién inaugurada Escuela de Formación Artística, que dirige Benjamín Bujosa, en la que se imparten gratuitamente, y gracias a la solidaridad de meritorios colegas, clases de guitarra, piano, técnicas de grabación y otras materias.
Hay algo peor: el obstáculo que representan en casi todo el territorio nacional los ayuntamientos, instituciones que cobran “por la música” a modo de arbitrio, pero cuya factura es completamente ilegal, dado que la ley sobre derecho de autor deroga cualquier disposición anterior a ella que facultare a los cabildos a realizar tales labores de cobranza. La honestidad ha brillado por su ausencia en cada alcaldía cuando de limpiar este punto se trata. Al contrario, se resisten al acatamiento de la Ley 65-00 y hasta amenazas han proferido contra los representantes nuestros, evitando que se pague a quienes realmente corresponde el dinero generado por la ejecución de las obras musicales. Un abuso incalificable.
Pero los autores de canciones somos personas de paz y obreros de la sensibilidad. No somos revoltosos que precisemos de huelgas o pedreas para llamar la atención de las autoridades, a intención de obtener reivindicaciones que consideramos justas y realmente merecidas.
Los autores de canciones no le hacemos daño a nuestra patria, pues no se nos puede juzgar por las barbaridades que broten de las ideas vergonzosas de poquísimos mentes vacías, sino que buscamos siempre aportar cosas positivas. Es más, como institución y con nobleza gigantesca aceptamos firmar un pacto con la Secretaría de Estado de la Mujer para no escribir canciones que denigrasen a las damas o que incitaran a la violencia contra ellas.
Es por lo anterior que nos hemos dirigido por varias vías al Excelentísimo Señor Presidente de la República, doctor Leonel Fernández Reyna, solicitando formalmente cristalizar nuestro sueño de siempre: la adquisición de un local propio, desde el cual podamos seguir protegiendo a los autores y compositores criollos y del resto del mundo y enviando una señal inequívoca de que en la República Dominicana la protección al derecho de autor tiene un lugar especial en la agenda cultural criolla y, por ende, está garantizada.
Pero el mayor problema que seguimos enfrentando es la falta de una casa propia para continuar desarrollando nuestro labor a favor de los autores y/o compositores criollos. Las sumas que debemos erogar cada mes acogotan nuestras posibilidades de expansión en la medida deseada y alejan el ahorro de fondos que a la postre servirìan para obtener un techo propio, una verdadera utopía si tomamos en cuenta el elevado índice de morosos y la deprimente actitud de los ayuntamientos para escamotear lo que corresponde a los autores de las obras musicales.
Esperamos, con humildad, que nuestra solicitud reciba un rayo de luz favorable y, en caso contrario, seguiremos entonando melodías que al final del túnel compongan para nosotros la realidad de sobrevivir y existir para no cobrar el alquiler de nuestros servicios como buenos dominicanos.