En una aldea de montaña, un domingo en la mañana se reunieron en el pequeño parque varios parroquianos, con el propósito de analizar los principales problemas de la comunidad y tratar de buscarle soluciones. “Necesitamos con urgencia que nos traigan la energía eléctrica”, planteó uno. “Pero hasta que no hagan la carretera no pueden traer los postes”, razonó otro. “Por lo tanto, me parece que ahora mismo lo más importante es la carretera. “Con el perdón de todos—dijo el cura—me parece que una de las mayores necesidades de este poblado es el acueducto y, por supuesto, la construcción de una nueva iglesia, pues la existente se está cayendo a pedazos”. “Fomentar la agricultura, con apoyo técnico del Gobierno, es para mí lo prioritario, pues la gente siempre tiene necesidad de comida”, dijo un pequeño hacendado.
“Todo eso está muy bien—dijo un maestro—pero necesitamos con premura un liceo secundario, para evitarle a los estudiantes tener que ir al pueblo a hacer el bachillerato”. “Nadie ha dicho nada sobre el parque—intervino el síndico—Este parque donde estamos es demasiado pequeño. Hay que agrandarlo, incluso con la instalación de juegos infantiles”. “La seguridad ciudadana—planteó un ex militar—es, a mi juicio, lo fundamental. En ese sentido, creo que ahora mismo lo prioritario es un moderno cuartel policial, con una dotación que permita garantizar la paz y evitar los robos que comienzan a expandirse por aquí”.
Como se puede apreciar, en cualquier comunidad donde se necesitan obras públicas, hay diversas opiniones. Cada quien otorga prioridad a determinada obra según su visión política o de acuerdo a su conveniencia. Un contratista, por ejemplo, siempre abogará por la construcción de grandes obras, porque ahí está su negocio. Un sociólogo o con pretensiones de serlo teorizará diciendo que todas las obras grandes son “de relumbrón”, porque hay otras prioridades. El político, si está en el Poder, justificará los planes emprendidos por su Presidente. Pero si está en la oposición, criticará cualquier iniciativa porque para eso es la oposición, aunque en otros países más avanzados los opositores suelen reconocer muchas de las obras positivas que auspician sus Gobiernos.
En todo período histórico siempre se hablará de prioridades. Cuando Balaguer ordenó la construcción de las avenidas Luperón, 27 de Febrero y Kennedy, además del Centro Olímpico Juan Pablo Duarte, le dijeron hasta barriga verde, término aplicado a los sanjuaneros porque muchos de ellos, sobre todo los que vivieron a principios del siglo pasado, eran blancos y se les veían en las barrigas las venas azules, casi verdes.
Uno pensaba que los críticos de entonces jamás se atreverían a usar esas vías construidas por Balaguer. ¿Se imagina usted qué sería del tránsito si esas grandes avenidas no hubiesen sustituido a los estrechos caminos vecinales de entonces? Uno pensaba que los críticos tampoco asistirían al Centro Olímpico a ver todos los maravillosos espectáculos artísticos, culturales, religiosos y hasta políticos que se han presentado allí. Uno imaginaba también que los críticos de los túneles jamás los usarían, sino que los sembrarían “de yuca y plátanos”, como llegó a decir un prominente político, que ahora los utiliza todos los días, igual que los elevados construidos por el presidente Leonel Fernández.
Sucedió igual con el barrio de Los Maestros. Cuando Balaguer emprendió su construcción, en un sitio que entonces era una sabana de piedras y matorrales, mucha gente dijo que ese Presidente estaba loco, pues nadie iría a vivir allí. Pero cuando la moderna urbanización fue inaugurada, la lista de peticionarios de viviendas era tan grande que hubo que agregar nuevas urbanizaciones en el entorno. Hoy día, la sabana de piedras y de matorrales ha desaparecido, pues a lo largo de varios kilómetros a la redonda han sido construidos modernas avenidas, viviendas y centros comerciales.
El Palacio de Bellas Artes, hace más de 50 años, estaba en un monte cuando Trujillo dispuso su construcción, a pesar de la miseria en que en esa época estaba sumido el pueblo dominicano. Naturalmente, entonces nadie podía criticar, como es posible hacerlo ahora bajo un régimen democrático. El tiempo ha pasado y esa obra monumental sigue siendo imponente, pues afortunadamente a ningún político se le ocurrió demolerla, como alguna vez se pensó con respecto al Monumento de Santiago.
Los que tenemos vehículos, algunos lujosas yipetas con todo confort, podemos oponernos con todo vigor al proyectado Metro de Santo Domingo. Pero de lo no tengo la menor duda es que, una vez terminado, todos los utilizaremos. Los que tienen que ir a su trabajo tomando hasta tres y cuatro carros del “concho”, apretujados como sardinas y a veces en compañía de ciudadanos que al parecer tienen días sin bañarse, posiblemente no digan nada, pero bendecirán el Metro cuando sea puesto en servicio.
En el país hay muchas prioridades, es absolutamente cierto. Siempre las habrá, pues la población crece y cada día se necesitan más escuelas, hospitales, viviendas, servicios públicos, etc. Si no fuera así, el Presupuesto de la Nación sería siempre del mismo monto, sin crecimiento alguno. Y los Presidentes no dejarían huellas materiales.
En lo único que uno puede disentir con vigor es cuando las obras públicas se ejecutan sin concurso o la población no tiene informes precisos sobre el manejo correcto de los fondos, lo que choca con la ética que debe primar en toda gestión administrativa.
La ética es otra prioridad, pero esa sería otra historia.