Guardo en la memoria la imagen del inmenso Ricardo Carty disparando uno de sus espectaculares cuadrangulares en el Estadio Tetelo Vargas de mi ciudad natal, San Pedro de Macorís, cuando apenas siendo un niño aplaudíamos delirantemente junto a mi difunto padre Juan Díaz Hernández a nuestro equipo de siempre, Las Estrellas Orientales. Era una época de entrega de nuestros peloteros al pasatiempo que más emociona a los dominicanos. No existía esa ambición y tendencia exagerada hacia la acumulación del dinero. Y por demás, la gente en sentido general, era más sana.
Cuarenta años después, hay un cambio radical en las mentes y actitudes de los estelares jugadores de pelota nacidos en la República Dominicana, porque hoy ya no cuenta la Patria sino, los millones de dólares que se puedan obtener mediante uno de los fabulosos contratos alcanzados por algunos de esos atletas.
Es legítimo que un pelotero dominicano aspire a alcanzar la cima en el deporte que eligió y a través del cual obtiene el sustento y de su familia. El que logra trascender más allá de nuestras fronteras y alcanzar esa meta, merece la admiración de todos.
Simultáneamente, ese cambio de vida y posición social de esos jugadores obtenido gracias al esfuerzo y condición atlética, no le da derecho a burlarse y hasta llegar a menospreciar al terruño donde nacieron y cuyos habitantes les brindaron el apoyo y aliento que requerían en esa etapa de inicio.
Una gran parte de los profesionales del béisbol del país que sobresalieron y aún brillan en las Grandes Ligas provienen de hogares humildes, algunos provienen prácticamente de la indigencia, y gracias al respaldo moral de otros jugadores; entrenadores, familiares y amigos y -lógicamente por su talento-, lograron imponerse en este difícil deporte.
Pocos de ellos han sido consecuentes con ese pueblo que les aplaudió, idolatró y hasta mimó dentro y fuera del terreno. Conozco el caso de estelares del béisbol oriundo de bateyes e ingenios azucareros de la Sultana del Este, que ya ni siquiera miran hacia esos lugares cuando suelen venir al país tras agotar la temporada en las Ligas Mayores de Estados Unidos.
Y qué decir de aquellos, que hoy siendo millonarios no realizan ningún tipo de inversión económica en el país, aunque sí utilizan nuestra bandera en los estadios de la Gran Carpa cuando alcanzan alguna hazaña, exhibiendo un supuesto patriotismo que no es tal en realidad. Y peor aún, vienen al país en busca de exoneraciones y facilidades del Estado dominicano.
Excepciones como los superastros Miguel Tejada; David Ortiz, Albert Pujols, Bartolo Colón y Moisés Alou que decidieron representar a la República Dominicana en el Clásico Mundial de Béisbol, merecen la congratulación y respeto de todos.
Los ausentes al Clásico por los alegatos que fuesen, deben ser ignorados por el pueblo. Basta de tanta burla; utilización y desprecio. La presencia de uno de los mejores lanzadores en la historia del béisbol moderno, el estelar Rogers Clemens, quien con dignidad y honra está representando a su patria, Estados Unidos de Norteamericana, desmiente los alegatos de esos antipatriotas criollos que se negaron a acudir a la cita. Cuando una persona -por más encumbrada que esté económicamente- es capaz de negar su origen, su patria donde nació y se desarrolló, no merece ser considerado ser humano. Esos peloteros “dominicanos” merecen el olvido porque al final no hacen falta.
Lunes, 6 de marzo de 2006, Santo Domingo.