Que por indiferencia, que es lo menos, miedo o privilegio no se quiera ver así, la verdad es que el impacto de la alianza rosada ha situado el ejercicio político en uno de sus niveles más ruines y degradantes: la compra y venta de conciencia. Y lo peor es la generalizada sospecha de que en esa denigrante operación se utilizan recursos públicos, que tan bien empleados estarían para mejorar la educación, como clamó la Conferencia Dominicana del Episcopado, o en un efectivo programa de seguridad ciudadana.
Nominaciones, posibles decretos y otras prácticas más humillantes marcan esta suerte de desvergonzado camaleonismo político que desnuda la ausencia de ideologías y principios en un pugilato que parece más bien normado por tarifas e intereses que el poder satisface en la medida de su conveniencia.
Era previsible que el acuerdo electoral de los partidos Revolucionario Dominicano (PRD) y Reformista Social Cristiano (PRSC) no generaría una adhesión entusiasta en la militancia de las dos organizaciones, que habría pataleos, broncas y estampidas. Lo censurable es que desde el poder se trate de debilitar y degradar el ejercicio político a través de la capitalización de disensiones normales en todo proceso como el que han trillado el PRD y el PRSC.
Tienen dirigentes y candidatos desplazados pleno derecho no sólo a patalear, sino hasta a renunciar de partidos y cambiar de ideas (que no es lo que está en juego), pero sería más comprensivo cuando las decisiones son resultados de un proceso de reflexión y no en medio de coyunturas, como ha ocurrido estos días. Que el transfuguismo sea una de las muchas variables de la política no lo justifica hoy, en que por demás la retórica desarrollista, modernizante y la inserción en la sociedad global marcan el discurso oficial.
Decepciona que figuras como el doctor Alejandro Santos, un senador que se distinguió por sus iniciativas, que fue de los primeros en denunciar cancelaciones políticas de maestros y que tronó por el impune atentado del 16 de agosto en Piedra Blanca, sea hoy de los protagonistas del degradante espectáculo pura y simplemente porque no fue el candidato de la alianza rosada. Es probable que el PRD y el PRSC incurrieran en un error al dejarlo fuera de la boleta, pero Santos debía entender que había que hacer sacrificios.
No es que él y dirigentes como el licenciado Francisco Bautista y el agrónomo Félix Rodríguez no tengan derecho a cambiar de partido, sobre todo si encuentran que el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) representa mejor los intereses de las grandes mayorías, sino que lo hagan por prebendas aun fuese de nominaciones congresuales, municipales, cargos públicos o sabrá Dios.
Es cierto que la política no es un juego de caballeros, sino una lucha de poder. Pero también es verdad que los desertores en condiciones tan suspicaces se exponen a ser medidos con el mismo rasero que figuras emblemáticas del transfuguismo y el oportunismo que denigran el ejercicio político en República Dominicana.