Si algo hay que reconocerle a Leonel Fernández es su ángel, inteligencia y gran amor por el país que lo vio nacer. Tiene, igualmente, una gran capacidad para reflexionar y no cometer errores, que yo me atrevo a relacionar con “Hacia una Cultura de Pensamiento” de la que nos habla David Perkins y que él como lector privilegiado, conferencista y acadèmico, debe conocer mejor que yo. La ya consagrada estrella del PLD llegó en donde está hoy (a la cúspide), en base a una aura per se y a la abnegación que mostró siempre dentro de su partido, donde por declinación o sacrificio no ocupó cargos en el plano municipal y legislativo del Estado de ninguna categoría; y se recuerda, que una primera vez fue elegido por las bases para que fuera diputado y una jugada de última hora de la cúpula de su organización, refrendada por el propio líder Juan Bosch, lo sacó del ruedo y él aceptó tranquilo y callado, como el más disciplinado de los compañeros. Fue así que creció y se dio a querer entre los peledeistas, que 1994, siendo ya miembro de sus Comités Central y Político, lo eligieron como candidato vicepresidencial para que acompañara a Bosch. Lo mismo ocurría en la población, en cuyo seno su conducta ejemplar cautivaba, y de paso, desconcertaba a los observadores más incrédulos. “¡No lo puedo creer, mentiras, esos son inventos!”, se les oía decir en los corrillos y las peñas entre íntimos, a algunos “garúes”, que creyéndose herederos políticos como se hereda un título de nobleza, aspiraban a estar en el lugar que ocupa hoy Leonel Antonio Fernández Reyna. Sé de uno, ya no propiamente político ni gurù, biznieto de un ex-presidente, que se emborracha para terminar diciendo: “¿¡Si Leonel llegó a donde está, por qué yo no, que lo heredo!?”; y lo hacía, de la misma manera que otro hijo de igual ex-presidente, creyéndose guía espiritual del pueblo dominicano, recelaba del liderazgo político de Bosch, de quien no sólo perdió en ese plano, sino también en el amoroso. Preparación, sencillez y destino, se combinaron para que el hijo de doña Yolanda Reyna Romero llegara desde el Estrado y desde la simple Defensorìa Pública (donde por años se desempeño en beneficio de gente pobre muy pobre, que no tenía con que pagar un abogado), a la primera magistratura del Estado. A nuestro juicio, pocos políticos, dentro de la anarquizada historia dominicana de la segunda y aparente tercera repúblicas, llegaron a crecer y posicionarse hasta el nivel más alto del Estado y la sociedad, con la limpieza, la gallardía y la legitimidad con que lo ha logrado el actual Presidente de la República. Como uno de los primeros propagandistas que tuvo Leonel Fernández dentro de su partido, me enorgullezco de eso y de ser su amigo. Por eso pienso que el Presidente Fernández debe seguir trabajando 24 horas y los siete días de la semana, (24 más 7) como lo viene haciendo; pero también debe cuidar y cuidarse. Debe cuidar de su buen nombre, de sus verdaderos amigos, de sus compañeros, de sus nombramientos, de su correcto pasado, y sobre todo, de su futuro como político en “la juventud de la vejez”, donde se encuentra. Debe recordar, que lo importante no es como se comienza, sino, como se termina. Y como aspiro a que termine mejor que como comenzó, le pido, que haciendo honor a sus palabras: “Prefiero no tener pantalones, antes que obrar en perjuicio de los dominicanos”, no promulgue la nueva Ley de Juegos de Azar” (De Casinos), aprobada por segunda vez por el Congreso, dentro de la cual se legaliza la operación de las máquinas tragamonedas en las bancas de apuestas que proliferan en el país. Tanto usted como yo, señor Presidente, amigo de los años duros, nacimos desnudos, pero como hombres, como adultos, más que por asunto de pudor, debemos llevar pantalones. Estoy seguro, que los suyos, que sé, lleva bien puestos, se afirmarán si se niega a poner su firma en una ley que hace un daño terrible a nuestros jóvenes, e incluso, a los adultos, obreros y trabajadores de nuestros barrios y comunidades, que en perjuicio de sus hijos más pequeños que son los más necesitados, acudirán a esos lugares a jugar el sustento de sus familias. Los juegos y en especial los llamados traganíqueles, son una amenaza para la estabilidad social y un incentivo para el estado de violencia y criminalidad (que también, como fruto de la globalización), sufre la población dominicana. De nuevo, observe esa pieza, señor Presidente, que va en perjuicio del pueblo, y deje que sean los legisladores quienes de manera automática, la conviertan en ley definitiva con una nueva aprobación, si es que a ellos, haciendo deshonor a su conciencia, así les place y les parece.