Lo que el pueblo haitiano necesita es recobrar la esperanza. Hoy sólo reina el pesimismo y la desconfianza y pocos creen que un nuevo gobierno democrático logrará cambiar el futuro inmediato de la nación.
Sin embargo, hay que tenderle la mano a Haití, para que deje de ser considerada la vergüenza de Occidente. Hay que restituir la estabilidad, para que cesen los enfrentamientos armados, los secuestros y las extorsiones. Hay que retornarle la ilusión, para que se detenga el éxodo de sus habitantes, principalmente hacia la República Dominicana.
Hay que devolverle la esperanza, para que ese edén terrenal, que descubrió Colón vuelva a ser, al menos, un lugar digno para vivir.
Debemos apoyar al presidente electo René Préval para que pueda devolverle la estabilidad política al país y pueda iniciar un proceso hacia el desarrollo, promoviendo la inversión extranjera y así generar empleos y dinamizar la estancada economía.
Da la impresión de que Haití fuera ajeno a todos: a los países vecinos, a la región, al continente, a la comunidad internacional. Y si no, ¿cómo se explica el hecho de que sea éste el país más pobre de América, que en materia de seguridad pública muy a pesar de la Misión Estabilizadora de la ONU su situación sea caótica y que un elevado porcentaje de menores sea víctima de desnutrición crónica y explotación infantil?
Este país es el más pobre del Continente, la esperanza de vida no supera los 50 anos, el 75 por ciento de la población vive por debajo de la línea de pobreza y más de la mitad de la población no sabe leer ni escribir.
La inseguridad y la corrupción siguen reinando en ese país, a pesar de la fuerza pacificadora de la ONU de 8,000 policías y soldados armados.
Las pasadas elecciones no son la solución a los problemas de Haití, pero sí traerán algo de estabilidad.
El desplome de la gobernabilidad en Haití es un legado del prolongado conflicto institucional, cuyos costos internos se pueden resumir como la destrucción o el socavamiento de los capitales humano, social, económico, ambiental y político, que cuantificados a vuelo de pájaro alcanzan miles de millones de dólares. Fuera de esos costos internos están los externos en los cuales incurren la comunidad internacional y la República Dominicana en particular como Estado vecino.
Para la ONU y sus gobiernos donantes comprenden el manejo de la crisis humanitaria, el sostenimiento una fuerza de paz, el enfrentamiento de la inestabilidad y la financiación del costo de la reconstrucción cuando termine el conflicto.
Es cierto que los costos en que incurren los gobiernos donantes para la reconstrucción, el mantenimiento de la paz y, en menor medida, la ayuda humanitaria, representan oportunidades de negocios para algunas industrias y compañías.
Sin embargo, para la República Dominicana, por su condición limítrofe con esa Nación, la situación es otra y está ocasionando en forma gravosa una enorme sangría al Presupuesto Nacional, que todavía no nos hemos detenido a cuantificar en términos económicos.
Estos gastos, entre otros, incluyen el manejo del flujo de refugiados con la consiguiente demanda de bienes y servicios y los costos operacionales para mantener de una fuerza de vigilancia importante en la frontera.
¿El Gobierno dominicano ha cuantificado estos costos a causa este conflicto ajeno? Me parece que no lo ha hecho y si lo hizo no quiere revelarlos por lo alarmante que presenta la cantidad.
Más grave aún es el riesgo de muerte como resultado de los enfrentamientos directos que se están dando aquí entre nacionales de ambos países y el impacto que los mismos puedan tener en las relaciones bilaterales.
Todos somos responsables de esa situación, pues no hemos sido capaces de emprender un amplio proceso de compromiso a los fines de producir cambios profundos en la política migratoria y sus procedimientos operativos.
Reconstruir Haití es un desafío más difícil y complejo de lo que generalmente se piensa. Supera de lejos los desafíos de procesos normales de desarrollo que, en los países que han pasado por una guerra, se amplifican debido a la herencia de los conflictos (destrucción física, carencia de recursos, fragilidad institucional, volatilidad política y traumas sociales) a la urgencia de los problemas y los retos simultáneos de la asistencia humanitaria y de la seguridad militar.
Esta transición hacia la paz es un proceso largo y tortuoso, que estará acompañado por ciclos repetidos de violencia. Este apoyo deberá tocar simultáneamente problemas económicos, sociales, militares y políticos.
La estrategia tendrá que ser un paquete integrado de asistencia para poder activar la economía, restablecer el marco de gobernabilidad, reconstruir y mantener la infraestructura social y abordar la asistencia a refugiados haitianos en países extranjeros para que puedan retornar.