SANTO DOMINGO.-Si usted mira a su alrededor y saca cuentas, no es fácil encontrar una persona, que cuando se le plantea un problema solo le responda “Déjame eso a mí”
Una gente así era Ninotzka de las Mercedes Manzueta Sánchez, colega al cuadrado que acaba de partir para siempre, tratando de no llamar la atención, tal y como vivió.
La conocí en el afán periodístico un poco de lejitos, porque como ella cubría sociales, no coincidíamos nunca en actividades electorales, políticas ni congresionales, no se molestaba si le decía en tono de burla que sólo escribía de uñas y pestañas, a lo que me respondía “y tú de jabladores y ladrones”, para terminar ambas en la mejor carcajada del dia.
Aunque no lo admitiera, luchaba por la autenticidad, cruzándole en rojo a las críticas de todos. Apenas le gustaba pintarse, le importaba llevar su larga melena rubia, medio canosa, en una cola interminable, porque los nuevos cortes no eran si prioridad, era típica su larga falda, e hizo su vestir mas austero con mangas largas cuando empezó a ejercer la abogacía, que hizo con fervor desde el abril del 96 cuando nos graduamos llenas de ilusiones.
Mucho menos le importó casarse, con su “mejor sola que mal acompañada”, relajaba con la jamonería, cuando otros no pronunciaban esa mala palabra en su presencia, porque debía cuidar a Doña Mercedes, enferma hace años.
Lo más importante para mí es que no asumió su presencia en actividades sociales como propia, como miembro de esa clase, situación que a veces vemos en algunas colegas.
Me contaba que aprendió con Emely Tueny que cubrir el área de sociales era una labor como otras de la prensa, que no debía apartarse de ese principio, no creerse por arriba de todos, ni mirarlos por encima de hombro.
También llegó al Derecho creyendo “enderezarlo”, no dejando al periodismo, ése es un señor que no se abandona, él nos bota cuando quiere, sino buscando nuevos horizontes, la seguridad que este trabajo no da en la vejez, que no hemos logrado.
Pero la enteramos ayer, en medio del candente sol del mediodía, como era ella, la que nos daba ánimo, la que nos hacía reir cuando poníamos bembita, la que quiso no llamar la atención y ocultó su enfermedad hasta el final.
La nueva generación de periodistas debe saber que se fue una mujer extraordinaria, que le pesaba el ruedo, que no figurará en premios ni galerías, pero que estará en el salón de la fama de la honestidad y el buen decir de sus colegas.
Yo, que soy tacaña con las lágrimas, busqué un recodo en el cementerio para llorar por ella a solas, sin testigos, como me sale el dolor.
Nino, no tienes que pedirlo, no se lo digas a nadie. Recordarte con respeto… “déjame eso a mí”!