Comentaristas ignorantes de los códigos sociales establecidos entre grupos e individuos, critican que determinados candidatos políticos utilizan en campaña, sobre todo en los afiches, su apodo de barrio, deploran estos nuevos críticos que los pintorescos aspirantes se hacen llamar como las comunidades los conocen desde niños. El nombre que desde siempre dijeron y oyeron en sus andanzas cotidianas.
Al momento de madurar e involucrarse en actividades políticas, se hace imposible responder a otro nombre, ensayar poses, desdoblarse hasta convertirse en culto y extraño para su propia gente, es más, insistir en eliminar el apodo que se ha llevado desde niño, estaría mandando la señal de que se está tratando de olvidar el barrio y darle la espalda a los orígenes populares que formaron al veterano hombre de política de hoy.
En ese sentido, si la comunidad interpreta que tal posibilidad de alejamiento existe, entonces las aspiraciones del candidato quedan sepultadas inmediatamente.
El razonamiento es obvio a partir de que lo primero que el núcleo social primario establece con un candidato, es la responsabilidad de votar por alguien que se parece al común de esa sociedad. Cumplido ese compromiso, se espera del candidato convertido en funcionario electo, cumplir con las promesas de campaña y reforzar desde la nueva posición de poder sus vínculos con los votantes responsables en su totalidad del éxito cosechado en esas elecciones.
En los barrios populares se respira aire de espontaneidad y lo informal es plato principal del día. Las esencias humanas deben permanecer intactas y eso los candidatos deben saberlo.
Recomendar a un político en campaña no utilizar su apodo, es recomendarle cambiar de naturaleza, cambiar de nombre, cambiar su verdad, cambiar la verdad y eso sería suicidio!