Dos personas marcaron mi vida: mi padre biológico y Juan Bosch. Del primero aprendí lo que es el trabajo, la honradez y el amor por la familia. Bosch fue mi guía espiritual desde la primera vez, en que, circunstancias terribles relacionadas con su rol de gran dirigente político, me llevaron a una celda inmunda. Era el mes de abril de 1972 y tendrìa yo 17 años de edad. Para entonces habré de recordar, que el primo (Héctor García Tejada), con rango de coronel del Ejército, llegó en pantalones cortos con cinturilla y bragueta con cremallera ante el sargento de guardia del cuartel, y al preguntar por mí, el policía le contestó: “Ah, sí, uno de los comunistas de Juan Bosch, que fue traído ayer, junto a otros tres”. La galleta que atestó al alistado contra la pared, se escuchó del otro lado del muro, donde me encontraba en medio de la peor hediondez, seguida de la casi metrallante voz, de que “En mi familia no hay políticos ni ladrones”. Huelga contar detalles de aquel episodio en el cuartel policial del ensanche Felicidad, porque lo importante fue la forma como el nombre de Bosch se quedó en mi memoria y me marcó para toda la vida, a tal grado, que otras dos veces sufrí encarcelamiento por mi “boschismo fiebrù”, cuatro veces me cancelaron de trabajos y hasta llegué a pelearme con un juez. En el partido (el PLD), al que ayudé a fundar con el mayor de los sacrificios (vender periódicos, formar círculos de estudios, crear CTP, buscar cotizantes) he tenido siempre una militancia activa que contrasta con mi estilo de vida modesta. Reflexionar sobre la vida de Bosch, disfrutar sus escritos, seguir sus orientaciones y batirme con quien fuera por defender su honor y su moral, fueron siempre mi norte y mi perdiciòn. Por ello me peleè hasta con mi familia y hube de andar como el joven sin domicilio que necesitaba dormir, comer y asearse para no perder la autoestima. En una ocasión, ya mayorcito y siendo un hombre de trabajo, a mi jefe inmediato, le cogiò con que Bosch estaba loco. La Titi (Altagracia Paulino), me dijo, que el tipo (que había sido un alto dirigente de la izquierda revolucionaria), lo hacía para provocarme, pero pronto habría yo de hartarme de sus impertinencias y un día le dije “El loco es usted”. Al ratito estaba yo de patitas en las calles. Fue mi cancelación número tres. A pesar de los años y de que muchos de los peores enemigos de Bosch, (de los que en vida lo combatieron con mezquindad y le decían “loco”), hoy se dan la buena vida en el gobierno, no guardo rencor, de nada me arrepiento y salvo la asquerosidad que opera por una de las instituciones del sector eléctrico, reconozco en uno de esos otroras anti-boschistas, su calidad de buen funcionario. En otro sentido, no pierdo mi tiempo en deslealtades ajenas y a Juan Bosch lo sigo llevando en el recuerdo. De él no olvido, que me llamaba por mi nombre de pila y lo hacía en diminutivo, cosa que me hizo llorar un día (ya en el ocaso de su prodigiosa memoria), cuando saliendo de la Academia de Ciencias, no me reconoció, y doña Carmen tuvo que decirle: “Juan, es Santiaguito que te está saludando”. Entonces reaccionó y me dijo… “este, ah sí, Santiaguito, dónde dejaste a Aurelina”. Se refería a una compañera y admiradora que le había presentado en el Hotel Santo Domingo y que por su color y peinando él confundió con una jamaiquina. ¿¡Juan Bosch, el hombre que llamaba a todos por sus nombres, mirándoles directo a los ojos, estrechándoles sus manos; el político que captaba e importantisaba hasta los más mínimos detalles de sus relaciones personales, olvidándose de uno de sus más fieles seguidores!? ¡No lo podía creer! En otra ocasión, cuando me iniciaba yo como escribidor, pedí su opinión sobre un artículo para Vanguardia del Pueblo, y después de leerlo me preguntó, que cuál era mi propósito, si ser poeta o periodista, y al decirle que lo último, me pidió que rompiera el escrito y comenzará a escribirlo de nuevo, no sin antes explicarme, con la vocación del maestro, las marcadas diferencias entre la profesión y el oficio.
¡Qué grande fue Juan Bosch y qué político más serio! Como él, posiblemente en el país, los ha habido muchos o pocos, pero para mí, fue Bosch el primero. El maestro de todos. Si usted quiere saber lo que es la seriedad en un político, no lo mida sólo por su temperamento, ni por sus emociones en la vida pública. Mídalo por su conducta en su vida privada y llévele una lista de cotejos. Fue ahí donde Juan Bosch demostró su gran valía, su honradez y dio su gran ejemplo. Nadie puede decir que Bosch, hacía en privado lo que no era capaz de decir en público; tampoco que se reunía a escondidas con sus contrarios políticos para planear acciones contra el pueblo, ni que tuvo queridas e hijos con las sirvientas de su casa. Con su familia y con sus hijos, fue coherente y honesto hasta la saciedad, de la misma manera que lo fue con sus compañeros, compadres y amigos, muchos de los cuales terminaron enemistándose con él porque no los complació o favoreció. Casi todos terminaron ricos a costillas del pueblo y maldiciendo a Juan Bosch. Hermanos, hijos, nietos y sobrinos (as) de Bosch, son el mejor ejemplo. Ellos, en especial, doña Carmen, su honorable viuda; Patricio, Barbarita, y León, que todavía lo llora como el niño rebelde que lo amó, pueden testimoniar lo que digo, mejor que yo. Bosch, el mejor escritor dominicano, que fue Presidente de la República (el primer Presidente constitucional después del ajusticiamiento de Trujillo), y que pudo haberlo sido cuántas veces se lo hubiese propuesto, ha sido el gran moralista de la política criolla, y por ende, el gran calumniado de nuestra vida pública. Y lo ha sido, no por haber escrito en la flor de su juventud: “El Sino de Trujillo”, mientras otros ya viejos, le besaron el trasero al tirano, sino, porque como dominicanos, durante el pasado siglo, fue el continuador ideal del pensamiento de Duarte, y como político, artífice de nuestra democracia y un ejemplo de moralidad privada y pública. Fue tal su conducta ética, que algún día, (pienso yo), cuando la mentira corruptora que nos arropa decline y la verdad de la histórica resplandezca, los aportes de Juan Bosch, su gran ejemplo, los habrán de recoger con orgullo las futuras generaciones para levantarlos hasta el tope… “más arriba, mucho más”, como exclamara, a propósito de su “Canto a la Bandera”, nuestro insigne poeta Gastón Fernando Deligne. Y se hablará de Juan Bosch, como lo hago con orgullo ahora yo, como lo hacen muchos buenos dominicanos, lo mismo que de Duarte, Sánchez, Mella, Luperòn y Caamaño. ¡Y seguirá habiendo patria! Y ojalà, que también disfrutemos de una juventud comprometida y de la sociedad moral, por la que hoy, desde la rescatada cartera educativa, se afana la primera discípula de Juan Bosch, como lo es Alejandrina, trabajando 24 horas, los siete días de la semana, con renovado amor patrio e inusitado espíritu de dominicanidad.