Mi hermano Isidro Tejada Gómez es un enfermo y su mal no tiene cura. Cuando pequeño sufría de asma como El Che, y por igual era el más guapo de la familia. El único que se atrevía a cruzar caminos malos, ríos y montañas en medio de la tiniebla sin que se le apretara el pecho y le temblaran las rodillas. "Isidro, no salgas para Puesto Grande a esta hora que te va a salir, el ciego Manta, el de los ojos de brasas”. "Lo mato si me sale, lo corto por la mitad como hace Berto Sánchez, allá en El Cruce, cuando mata un cerdo”. Así contestaba Isidro, siendo un enclenque, cuando se le hablaba de los peligros que le acechaban; y a seguidas se iba para donde la abuela Domitila, en la Fundación de Los Cáceres, sin importar la hora, la oscuridad de la noche, el mal tiempo, y apenas con un machetito para defenderse. Mi madre me cuenta que Isidro, flacucho a pesar de que no salía de la cocina, fue así desde que nació, valiente, temerario y decidido, y como tal se ha mantenido. Una vez, para demostrar su guapeza, retado por sus amiguitos, se fue al medio del camino a atajar la recua y cuando llegó el griterío a casa de que Isidro había sido aplastado por las patas de los animales, salimos corriendo en su búsqueda creyéndolo muerto, y tras el paso del atropellante cortejo, compuesto de mulos, caballos y también de ganado vacuno, lo encontramos golpeado y sangrante pero vivo, sujetado a una mata, a mitad de la pequeña cuenca del río, que en Moquita, ya para la época, yacía como una madre vieja. Llegó temprano a la Capital y su mayor pesar fue no haber podido traer la cocina… Por eso vino a regañadientes pero con su carácter atrevido, del que no le teme a nada, y en lugar de emprender travesuras, jugar pelotas y pelearse en las calles como ocurrió conmigo, le cogiò con los libros (cosa extraña para una persona de su temperamento), convirtiéndose, de esa manera, en un esclavo de “la metáfora de la lectura” y de paso en un rosca izquierda empedernido, que para colmo usa para escribir, la “mano equivocada”. Para algunos, Isidro es un impertinente, para otros, un genio, de esos admirados y casi nunca entendidos. Durante su adolescencia y los años dorados que rebasan la adultez y envuelven a uno en el romanticismo, Isidro, que fue en otrora un abstemio, no tuvo tiempo para atletismo, ni fiestas, y si acaso, alguna vez se enamoró fue para casarse con su actual esposa, Miguelina Caraballo, una espécimen maravillosa igual a él, que se hizo maestra de escuela; y de eso viven los dos, rodeados de sus dos clonadas criaturas, de computadoras y de libros. Si existe algún libro importante que Isidro no haya leído, pueda que sea “el origen de la pupù” que tampoco me he leído yo, o la obra cantinflesca que nunca se escribió. No hablo de libros de literatura que son para mí los preferidos, y la mayoría para él basura, sino, de base teorética y de conceptos, de esos que ponen a sus adictos a hablar prácticamente solos, en monólogos, como “El Hombre de la Rata”, de Rómulo Rivas, sin que nadie los entienda ni esperar respuestas. A Isidro hubo que dejarle un cuarto para él solito en la casa y allí, en torno a un camarote que el mismo diseñó, se hizo acompañar de los grandes maestros, los cuchumil discípulos, los iniciados y de todos los elegidos. Recuerdo que después de leer a los clásicos le cogiò con la sociolingüística y un día, habiendo yo sido estudiante de letras en la UASD y creyendo todavía que Noam Chomsky, (quien anduvo recientemente entre nosotros), no era un ser humano, sino, un semi-dios, me lo definió como uno de los grandes equivocados de la historia. Un “estùpido”, entendí yo. Cuando, a manera casi de censura le exige razones de su irreverencia hacia el lingüista norteamericano, creador de la Gramática Generativa, me contestó, que lo decía porque aquel, como Juan Bosch en República Dominicana, se habían metidos a políticos y críticos de las sociedades donde nacieron y en las que seguían viviendo sin entenderlas y sin que se les entendiera a ellos. Para la época (1992) ya Chomsky había escrito La Segunda Guerra Fría, La Quinta Libertad y El Miedo a la Democracia, entre otras obras críticas, de las que Isidro tenía conocimientos y yo no. Como seguidor que era de Bosch, le exigí entonces explicaciones de su crítica al fallecido líder político dominicano, y tras elaborarme un discurso al estilo sofistas, con el que no estuve de acuerdo, me pidió molesto que no lo malinterpretara. Al final me dijo que las dimensiones de Bosch eran para la socialdemocracia europea y no para la sociedad semi-analfabeta y de capitalismo tardío como la dominicana, según la definición del propio líder político. No es que Isidro fuera desafecto a ambas figuras, no, es que mi hermanito más pequeño, que estudió ciencias políticas en la UASD y anduvo de la mano de Cesar Pérez, como un duende, por los anaqueles del recinto de alto estudio, entendía que tanto Chomsky como Bosch, debían ser como él, un teórico a tiempo completo de diferentes temas, en especial los políticos, pero que no milita en ningún partido. Isidro fue la primera persona a quien le escuché decir, que con un Juan Bosch metido a político, un Bosch por demás, “incomprendido””, los dominicanos perdimos al único escritor que nos hubiese igualado a Guatemala, Chile, Colombia y México, dándonos un premio Nóbel. Para Isidro, que se ha leído todo los ensayos de Bosch, (desde Hostos, el Sembrador, hasta Clases Sociales en la República Dominicana) y no así sus novelas y sus cuentos, Miguel Ángel Asturias, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Octavio Paz, hubiesen sido niños de testas al lado del autor de Cuentos Escritos en Exilio. Por su estilo de vida modesta, con grandes privaciones, a pesar de talento y nobleza, junto a esposa e hijos, Isidro me produce una mezcla de rabia y admiración, pero al final me tranquilizo, recordando que después de hacerse hombre y ser atrapado por el síndrome de la lectura (la metáfora que habría nacido en la Biblioteca de Alejandría y que hoy cautiva la Internet) él siempre fue así, un ser prácticamente aislado alejado de su cocina, que dejaba de comer y comprar ropa y zapatos, para adquirir libros. Con perdón de Cheo (José Tejada Gómez) que tiene muchas páginas para la izquierda, creo que la de Isidro fue la mejor colección de libros de la familia y posiblemente la más grande biblioteca del barrio. Todavía, en la casa familiar habitada por mi madre y la abuela Domitila cuya edad rebasa los 101 años, me encuentro con libros ocultos de los de Isidro, que como su dueño parecen hablar solos porque ya nadie los lee. En estos días, ya un tanto físicamente recuperado, a Isidro le ha cogido con la genética y anda como un nomo por la red en busca de nuevos hallazgos, mientras todos sus hermanos aguardamos que se cumplan sus amenazas de antaño, de editar y poner a circular su primera obra.