Todos los que defienden el Nuevo Código Procesal Penal gozan de seguridad las 24 horas y andan por las calles sobreprotegidos. Los mayores críticos del Código son los desprotegidos de la población, los faltos de seguridad, que se exponen cada día a una ola delincuencial en desenfreno. En los barrios los robos y los desmantelamientos, “las raterías”, como la definiera el activo jefe policial, se hacen a cualquiera hora del día, y de la noche, ni se diga.
No hay mayor ignorante que el que no quiere reconocer sus errores, de la misma manera que no hay mayor ciego como el que no quiere ver.
A los defensores del Código y con perdón de los honorables magistrados, parece que les están afectando ambos defectos, puesto que ya es patente que los delincuentes grandes y pequeños, le cogieron la seña al sambenito Código para actuar sin reparo y luego sacarle la lengua a víctima y policía.
El caso más sintomático ocurrió en la Urbanización María Trinidad Sánchez, de Santo Domingo Este, donde un humilde trabajador del volante sorprendió a un hombre, desmantelándole su vehículo en horas de la madrugada y en lugar de pelear se fueron a las discusiones.
El pillo, conocido en los alrededores como un “cae preso hoy y mañana te suelto”, al ver que el hombre con un madero en la mano, se mostraba impotente, se alejó caminando de lugar, esta vez con las manos vacías, voceándole al propietario del vehículo: “ahora ves y pon la querella en la policía…”.
Con rabia, el hombre hacía la historia al día siguiente, entre allegados que dividían sus opiniones de si valía la pena dejar las cosas así o querellarse a riesgo de que se cumplieran las amenazas del delincuente.
La advertencia, decía una joven abogada del mismo sector, era un arma de doble filo, pues podía interpretarse también que el “ves y pon la querella en la policía”, más que una amenaza velada, podía significar que ello no importaba al desmantelador puesto que la misma no prosperaría.
“Es el código, vecino, el tal código ese que es una fuente de motivación para los delincuentes”, decía la joven licenciada en leyes que narraba sus experiencias habituales en la Fiscalía de la Provincia, donde las querellas llueven y no dan abasto los policías para salir a buscar a los pillos, en el eventual caso de que un juez de garantía dé la orden de arresto.
Si el código restringe la actuación de los fiscales, a la Policía la tiene prácticamente con las manos atadas y por ello, son valederos los reclamos del jefe de la institución, refrendados por Agripino Núñez Collado, el empresariado y la Iglesia Católica, para el Código Procesal Penal sea revisado, modificado y adaptado en la sociedad dominicana.
No es que se vuelva a los procedimientos del viejo código de instrucción criminal, sino que, se establezcan principios y mecanismos que les permitan a las autoridades policiales y del Ministerio Público, actuar sin demora y sin limitaciones contra la delincuencia.
Si no hay respuesta ahora y oportuna, tarde o temprano la sociedad hará sus reclamos de otra forma y posiblemente por otras vías, ya lo verán.
Y los actuales defensores del código, que tienen guardianes en sus casas y andan con custodias y guardaespaldas por las calles, mientras la población simple y llana sigue completamente desamparada, se quedarán con la cara larga.
En tanto, mientras el hacha va y viene, a Dios que nos coja confesados.