Al margen de las diferencias que se pudieron tener con los dos principales líderes reformistas ya fallecidos: su caudillo histórico Joaquín Balaguer y su más honesto colaborador, Jacinto Peynado, hay quienes consideran que ambos se crecieron en la postrimería de sus vidas políticas. Esa es la opinión de mucha gente con la que quisiera estar de acuerdo. Balaguer generó un odio terrible entre uno de los segmentos más importantes de la juventud dominicana de mitad del pasado siglo, fruto de la guerra ideo-política que en el país generó choques frontales a muertes después de la guerra patria de abril de 1965.
La historia da cuenta que en lugar de llevar unidad a la familia política, el ajusticiamiento de Trujillo (a cuyo règimen sirviò incondicionalmente Balaguer), agudizó los antagonismos, que a su vez eran azuzados desde los bloques económicos e ideológicos internacionales de la llamada “Guerra Fría”.
La represión que se impuso en el país desde la llegada de Balaguer al poder en 1966, con su “neo-trujillismo” o “trujillismo ilustrado” como todavía lo califican algunos, hizo que muchos jóvenes se radicalizaran en su contra y decidieran enrolarse en los grupos clandestinos de la época, casi todos reductos de la gesta heroica de abril.
De extracción humilde y noble (con una dirección pensante alimentada desde la clase media) una gran parte de aquella juventud se convirtió en carne de cañón de las acciones suicidas, los enfrentamientos desiguales y las reprimidas movilizaciones que regularmente terminaban con el asesinado de jóvenes en plena calle. Una de las consignas de la época, lanzada como arenga de combate por muchos dirigentes irresponsables, era de que “mientras más revolucionarios murieran más cerca estaría la revolución”.
La burda represión de los 12 años tuvo mucho que ver con las frustraciones heredadas de la revolución constitucionalista, pero su irrupción y crudeza partió desde la misma asunción del nuevo régimen, cuando el entonces flamante presidente Balaguer fue objeto de un complot para asesinarlo en Moca, dirigido por un grupo de jóvenes catorcistas cuya leyenda todavía corre por las callejuelas de la llamada villa heroica.
Juan Bosch, el más preclaro de los políticos dominicanos (y en consecuencia, el más calumniado), se convirtió entonces en el punto de equilibrio, asimilando una las partes más sanas de esa juventud, a través de sus prédicas y método de organización política.
Venía con su aura de ex-presidente derrotado por no subordinar sus actuaciones a los intereses extranjeros ni a sus lacayos criollos. Allí fuimos a parar muchos jóvenes en plena adolescencia y allí crecimos bajo la sombra del gran árbol boschista que sin lugar a dudas evitó que nos encausáramos por derroteros que sólo conducían a una muerte segura. Bosch no sólo balanceó el duro ruedo político de la época, sino que por su intervención y sus enseñanzas, menos jóvenes murieron en el país.
Para principios de los años 80s., tras la llegada al poder de don Antonio Guzmán, cuyo gobierno había amnistiado a todas las personas presas por sus ideas, Balaguer era considerado un “muerto político”, empero, fruto del fracaso del gobierno jorgeblanquista, el caudillo reformista regresó como el ave fénix en 1986, logrando mantenerse en el poder durante los diez años subsiguientes, en medio de un ambiente político ya no tan beligerante que le permitió hasta cierto punto mejorar su imagen ante la población. Ello ocurría pese a los traumas de 1990 y 1994, cuando respectivamente, Bosch y José Francisco Peña Gómez, alegaron que fueron despojados del triunfo electoral mediante sendos fraudes al estilo balaguerista.
La sangre, sin embargo, no llegó al río y los resentimientos se vieron superados con los nuevos aires políticos donde hubo de imponerse una etapa de concertación y consenso, que trajo consigo las importantes reformas constitucionales de 1994. Se redujo a dos años el mandato gubernamental del período -el último de Balaguer-, se estableció el sistema electoral de la doble vuelta, se convocó a elecciones para 1996, y tras el primer escrutinio en el que Peynado (como candidato presidencial reformista en lugar de Balaguer), quedó en un lejano tercer lugar, vino la actitud histórica del caudillo reformista, quien sorprendiendo (incluso, a muchos de sus más cercanos correligionarios), decidió apoyar al candidato presidencial del PLD y discípulo de Bosch.
Se trataba de Leonel Fernández, quien se enfrentaría luego a Peña Gómez, candidato del PRD, en una segunda y decisiva vuelta. Peynado, por su parte, más que sorprendido se sintió traicionado por su propio líder que nada hizo a favor de la candidatura reformista. Se recuerda que con Peynado, el PRSC sacó apenas el 14 por ciento de los votos, el porcentaje más bajo desde que esa organización, hacía unos 30 años, acudiera por primera vez a unas elecciones. Causa: la falta de apoyo de Balaguer, que en su lugar lo hizo tácitamente por Fernàndez, lo cual (descartado ya Peynado), quedaría confirmado después con el llamado “Frente Patriótico” que le aseguró finalmente el triunfo al candidato del PLD.
Las críticas de Peynado a Balaguer (tras los resultados electorales), fueron frontales y duras, y desde entonces, y pese a que Balaguer ( con 93 años y ciego) se presentó de nuevo como candidato presidencial en el 2000, el PRSC no ha vuelto a dar signo de recuperación. Ahora bien: nadie se imaginó, que al cabo de 8 años de aquellos acontecimientos que causaron distanciamientos y heridas entre los dos más connotados e insustituibles líderes reformistas, sería el mismo Peynado, quien repetiría la historia de su contradictor caudillo, cuando desde su lecho en un hospital de Miami, anunció su apoyo electoral al candidato peledeìsta, que por nueva ocasión lo era Leonel Fernández.
El reformismo postulaba esta vez a Eduardo Estrella, quien había sido escogido en una convención que fue seriamente cuestionada por los seguidores del propio Peynado, en medio de un episodio parecido al de 1996. ¿Se repetía la historia? ¿Actuaron Balaguer y Peynado por venganza, retaliación, egoísmo y recelos hacia aquellos que osaron desafiar sus liderazgos? ¿Hizo Peynado a Eduardo Estrella lo mismo que había recibido de Balaguer ocho años antes?
Pienso que sí, pero además creo, que al margen de las contradicciones que se pudieron tener con Balaguer y Peynado, y de las mismas marcadas diferencias que se les reconocían a ambos líderes reformistas, lo cierto es, que al final de sus días tomaron las decisiones más difíciles de sus respectivas carreras políticas, y para muchos, las más trascendentales y correctas. Balaguer, desde el podium, cuando en el Estadio Olímpico se anunció el “Frente Patriótico”, en 1996, y Peynado, desde su lecho prácticamente de muerte en el Hospital Monte Sinaì de Miami, en el año 2004. De todos modos, será la historia y no las opiniones parcializadas de uno u otro bando (incluyendo las de este humilde profano) la que tendrá la última palabra para juzgar políticamente a Balaguer y Peynado.