Leoncio Ramos, el más grande de los abogados penalistas del llamado período de oro del derecho penal dominicano, fundador de la criminología dominicana, fue sin duda la primera figura del Penitenciarismo dominicano; toda una singular personalidad nacional de principio del siglo XX. En su tiempo goza de prestigio, consideración y admiración por sus dotes de académico, de científico y político. Es una voz que clama en el desierto, con respecto a la criminología, ciencia que él solo se encargó de introducir en el país, hace muchos años, y, sin embargo, aún no avanzamos nada. Gracias a él debemos el primer proyecto de legislación de prisiones, pero dudo que autoridad alguna en esta materia lo conozca.
Había dedicado los últimos 40 años de su vida al conocimiento académico de esta ciencia europea (la criminología) y dedicado muchas horas de estudio para su formación personal y en favor de la formación científica de la criminología en el país; pero había arado en el mar: el maestro Ramos ha sido olvidado, no se han publicado ni el cincuenta por ciento de sus trabajos, entre los cuales dedicó con fruición inusitada a los problemas penales, criminológicos y penitenciarios de nuestro país.
Corrían los años 70 del siglo pasado; estaba muy cerca de cumplir su labor titánica, de más de cuatro décadas dedicado al derecho penal y a la criminología, de la que sin dudas, había sido un autodidacta. No alcanzó a fundar el Instituto de Criminología que tanto anheló, pero sí dejó un diseño y otros importantes proyectos.
Personaje de más de una faceta, no siempre revelada al hombre que vive deprisa, ni debidamente precisada entre los que intuyeron su pensamiento, pero desconocen su verdadera obra. El ilustre profesor Leoncio Ramos atrajo la atención muy tempranamente, entre los primeros abogados que fundaron el derecho en el país. Ha sido reseñado y juzgado en colecciones dedicada a los clásicos del derecho penal dominicano; en su nombre se han patentizado doctrinas de criminología, de parte de quienes fueron sus alumnos; todos hablan de él como el precursor de la ciencia criminal en el país; la más concentrada aproximación de su gran aporte a las ciencias penales y a la criminología está representada por el Dr. Raymundo Amaro Guzmán, que ha hecho posible la publicación de una parte de su abundante obra. No obstante, se le recuerda de manera fragmentaria.
Leoncio Ramos fue siempre un hacedor, un temperamento activo, inquieto, trabajaba con pasión. Era un poco músico, tocaba la mandolina. Con 40 años de edad estudió radio y televisión; fue radioaficionado, carpintero, electricista, viajero excelente…pero sobre todo fue penitenciarista. Sobre este último aspecto dedicaremos estas líneas que
corresponde al título que de él ponemos a circular.
Nació en 1894, en Las Piñas de Cotuí, ciudad cabecera de la provincia Sánchez Ramírez. Su padre, un comerciante, se opuso a que estudiara. Sus primeros estudios lo realizó en la escuela rural, estancia en la que es protegido en sus aspiraciones por un tío de nombre Ramón, de quien se sabe había fundado el periódico El Progreso, en La Vega.
A los 20 años de edad se convierte en un revelador de su vocación científica; conoce al Padre Fantino Falcó, quien lo nombrara por primera vez profesor y quien lo quiso como
un hijo. Después, al final de su vida, habría de jubilarse con más de 40 años de docencia universitaria, en 1962. Se graduó de abogado a los 26 años de edad (así consta en la G.O. 3116, exequatur Nº. 215), y ejerció brevemente en la ciudad de La Vega. Poco tiempo después es designado Juez de Primera Instancia y Procurador de la Corte de Apelación en La Vega. Sus funciones alcanzaron a los tres poderes del Estado:
Consultor Jurídico del Poder Ejecutivo (1931), Juez de la Corte de Apelación de Santo Domingo (1931-32), Juez de la Suprema Corte de Justicia (1932-34), Juez del Tribunal de Tierras (1938), Senador por Santiago (1942), cargos que se repitieron en más de una ocasión.
Exacto en sus planes de estudio e investigaciones, es recordado por quienes lo trataron como un espíritu metódico, puntual, inteligente y recto. Leoncio Ramos era alto, cobrizo, tenía la nariz aguileña, los ojos negros, y muy expresivo. Fumó durante toda su la vida.
No tenemos una idea precisa de cuando comenzaron a surgir sus primeras publicaciones. Es notorio que en el cese de su última función como Juez de la Suprema Corte de Justicia (noviembre, 1951) se consagró al estudio de la criminología y de la ciencia penitenciaria. Lo esperaba la etapa más difícil de su vida: La de investigador y académico.
Fue el primer profesor que obtuvo una cátedra de derecho penal por oposición en la Universidad de Santo Domingo, de entonces. Y fue el profesor más distinguido de la cátedra de criminología, de la que se encargó por muchas décadas.
Sus obras, escritas para la satisfacción de sus alumnos, y por tal razón fueron
escritas mimeografiadas como cátedras de trabajo académico, comenzaron a aparecer en la
década de los 50. Esfuerzo éste que ejecutó el mismo Leoncio Ramos, con su propio peculio.
En 1954 aparece su monumental libro «Notas para una Introducción de la Criminología»
–sin duda el primer libro de texto en la materia–; luego serían los textos de «Notas para la Introducción del Derecho Penal», que empezó a escribirse en 1944, y publicado en 1965 por ONAP, bajo la conducción de don Raymundo Amaro Guzmán, seguido de «Introducción al Derecho Procesal Penal» (1967), pendiente de publicación oficial, así como una enorme cantidad de trabajos que fueron recopilados en diarios y, sobre todo, en la Revista Ley y Justicia, que fundara él mismo en 1963, y que tuvo vida efímera, pues funcionó hasta 1972.
El 27 de febrero de 1970 anunció sus proyectos de un nuevo sistema penitenciario. Estas ideas partieron del año de 1945, época en que se había pronunciado sobre el particular a través de escritos sobre la cárcel de Sing-Sing (New York), aunque es más afortunado el estudio sobre un «Programa de Estudios para la Preparación Técnica del Personal de los Presidios», llevado a cabo en su corta estancia en La Haya, Holanda, en 1967.
Así nació también este singular Anteproyecto de Trabajos Penitenciarios que acompañamos de importantes notas de estudios y apuntes ya tratados en sus Notas de Derecho Penal, de otrora. Demostraba así, ser la persona más enterada sobre cuestiones penitenciarias de la época, y el primero en plantearla en nuestro país, con la autoridad de un auténtico especialista.
Pocos meses antes de morir anunció su deseo de convocar a los hombres buena voluntad en la conformación de un Instituto Nacional de Criminología. Pero no logró materializar el anhelado sueño.
Eran sus últimos desempeños. Murió en Santo Domingo, el 1º de octubre del año 1971, a los 76 años de edad, a consecuencia de un edema pulmonar. Desde 1995, una calle en la ciudad capital lleva su nombre, junto a otras ilustres glorias de la ciencia criminológica dominicana.