No se trata de la magnífica novela en que el británico Graham Greene recrea la persecución contra la Iglesia Católica y saca a relucir la doble moral de algunos sacerdotes durante una época en México, sino de que el Gobierno debe sentirse tan bien como en la gloria con la autocensura que, según Estados Unidos, caracteriza a periodistas y editores en República Dominicana. Simplemente, porque no tiene quién le pida cuentas ni denuncie sus irregularidades, amén de contar con la más eficaz correa de transmisión para amplificar sus acciones, aunque se trate de costosas mentiras.
Pese a todo lo grave que resulta, llama la atención que la acusación se haya diluido sin respuesta, como una suerte de campana sin badajo. Pero esa reacción no hace más que ampliar el abanico de especulaciones y señalamientos sobre un ejercicio penosamente contaminado por la ignorancia, la irresponsabilidad y el mercantalismo más execrable.
Las manipulaciones y mentiras para asesinar honras o encubrir maniobras burdas, así como ese ominoso silencio a que alude Washington sepultan principios inalienables del periodismo. Todas las escuelas concuerdan en que el periodismo es una forma de poder y que, mal utilizado, el poder deviene en tiranía. En verdad hay nubarrones alarmantes, claramente evidenciados.
Parece que se ha olvidado, si es que en alguna ocasión se ha sabido, que el trabajo del periodista no consite en la integración al orden establecido; que consiste, al menos en una democracia, en investigar, descubrir, comprobar, desvelar, cuestionar, interrogar; desconfiar hasta que se demuestre la verdad. La impresión es que por aqui está normado, por supuesto que con honrosas excepciones, por una complicidad venal con la mentira, la simulación y el engaño en detrimento de la verdad.
El silenciado informe sobre la prensa del Departamento de Estado trae a colación aquel editorial, igualmente ignorado, de la revista Gaceta Judicial: "La comunicación: otra forma de llamar a la corrupción", a través del cual la publicación aseguraba que "la prostitución mediática dominicana ha rebasado los límites de la imaginación, y el comercio ruin que subyace en su dinámica ha asumido formas inequívocamente inverosímiles".
¿Serán ésas algunas de las razones que llevaron a Washington a afirmar que en República Dominicana hay autocensura en periodistas y editores? Sabrá Dios, aunque deja mucho que desear la afinidad de criterio para confundir, manipular o desacreditar que observan comunicadores, como si formaran parte de una red, distribuidos en todas las estructuras mediáticas.
Gaceta Judicial decía que había un periodismo de cartón, que se amolda sin escrúpulos a las conveniencias y vaivenes del poder político y económico, impuesto por falsos y detestables comunicadores, propiciando un deterioro de tal magnitud que los consumidores han terminado por no dar crédito a comentaristas y tomando con reservas no sólo análisis y opinines que se apoyan en la realidad, sino hasta la reseña de los casos que se publican. Con una prensa así el poder se sirve a sus anchas, como en la gloria.