A los dominicanos se nos hace difícil ponernos de acuerdo en asuntos que en cualquier país del mundo probablemente resulta fácil.
¿Qué imposibilita que se llegue pueda llegar a un consenso que permita que en Bahía de las Aguilas se desarrollen proyectos turísticos?
Para propiciar ese consenso lo que se debe es partir de dos hechos claves:
El primero es que se debe proteger el Medio Ambiente. Esa necesidad no se discute.
El segundo, que se debe proporcionar a la gente que reside en esa zona posibilidades de bienestar.
¿Cómo, entonces, combinar un esfuerzo en el que ambas cosas ocurran?
No nos parece que sea imposible llegar a un punto común, excepto que alguien pretenda fines más allá de lo que impondría la lógica en un caso como este.
Y no hablamos de que se escoja el proyecto francés, que pretende construir hoteles dentro del mismo parque, lo que sería un punto a discutir.
En España, existen otras experiencias, la que conocen las autoridades, que serían más viables dentro del concepto de desarrollo sostenible, en el que conviva el hombre con la naturaleza.
El Gobierno, rector de los destinos de la nación, tiene el deber de abrir un espacio de debate, en el que no solo se discuta el tipo de proyecto a emprender, sino las conveniencias económicas de uno u otro.
De esa forma, abrirían espacios a los ambientalistas para que conozcan cada proyecto y hagan los aportes y reparos requeridos y se logre un consenso, aunque ello no signifique unanimidad.
Pero lo que no se debe es armar un alboroto que no llegue a ningún sitio, y que impida una reflexión nacional de la cual surja la mejor recomendación.
La vigilancia para que no se haga un uso inadecuado de Bahía de las Águilas en necesaria, pero no se debe ignorar que en algún momento, esa riqueza natural tiene de ponerse al servicio de la paupérrima población que habita esa zona.
Cuando la naturaleza no representa bienestar para el ser humano que la habita, es poco lo que ella representa para los que desde lejos la contemplan.