ROMA.- En su primera ceremonia papal de Jueves Santo, Benedicto XVI cumplió ayer el mandato de Jesús lavando los pies a doce hombres y explicó que el servicio a los demás debe manifestarse de tres maneras: perdonarse, soportarse y purificarse mutuamente. El Santo Padre llevará esta noche la Cruz en la primera y la última de las estaciones del Vía Crucis en el Coliseo, retransmitido en directo por Mundovisión.
Benedicto XVI celebró por la mañana en la basílica de San Pedro la Misa del Crisma en la que se consagran los óleos que servirán para la ordenación de sacerdotes y la unción de los enfermos.
Rompiendo con la tradición de Juan Pablo II, que escribía cada Jueves Santo una carta a los sacerdotes, Benedicto XVI se limitó a comentar en su homilía la dignidad y la tarea del sacerdote.
El Papa se extendió en la importancia de la vocación divina, que a veces puede parecer excesiva para las propias fuerzas, como le sucedió al veterano pescador Pedro de Betsaida cuando, al ver la pesca milagrosa, se consideró indigno y dijo a Jesús: «Aléjate de mí porque soy un pecador».
El Santo Padre invitó a los sacerdotes «a conocer más a Jesús y a escucharle en la «lectura divina» de la Sagrada Escritura, no de modo académico sino espiritual. La lectura de la Sagrada Escritura tiene que ser oración» mental individual, como hacía Jesús cuando se retiraba solo al monte a rezar.
El Papa advirtió a los sacerdotes que «el activismo puede ser incluso heroico, pero el actuar externo queda sin frutos y pierde eficacia si no nace de la íntima comunión con Dios».
Su homilía, a la vez comprensiva y exigente, terminó con la cita de una carta de don Andrés Santoro, el sacerdote romano asesinado hace unos meses por un muchacho fanático en Trebisonda mientras rezaba ante el altar.
Como casi todas las personas de esa ciudad turca en la costa del Mar Negro son musulmanas, don Andrés escribía: «Estoy aquí para vivir en medio de esta gente y permitir a Jesús que viva entre ellos prestándole mi carne.
Sólo se puede salvar ofreciendo la propia carne. Hay que echarse a las espaldas el mal del mundo, hay que compartir el dolor, absorbiéndolo en nuestra propia carne como hizo Jesús».
Benedicto XVI acudió por la tarde a la basílica de San Juan de Letrán, la catedral del obispo de Roma, para celebrar la Misa de la Cena del Señor, que recuerda la institución de la Eucaristía en el Cenáculo de Jerusalén.
La liturgia del Jueves Santo incluye la lectura de la Pascua judía, tomada del Libro del Éxodo, y del evangelio de San Juan que relata la última Pascua de Jesús, pocas horas antes de su arresto nocturno en el Monte de los Olivos.
Pero el gesto más elocuente es el de lavar los pies a doce personas recordando el último servicio material que Jesús prestó a sus apóstoles cuando ya estaban sentados a la mesa y cuya repetición les encargó según «el ejemplo que os he dado».
MIEMBROS DE DIVERSAS ASOCIACIONES
Mientras la salud se lo permitió, Juan Pablo II solía lavar los pies a sacerdotes, pero Benedicto XVI prefirió lavar los pies de doce laicos, miembros de diversas asociaciones y movimientos, según explicó la diócesis de Roma.
Así como el sacerdocio se limita a las personas que reciben el sacramento del orden, el apostolado es tarea de todos los cristianos, y Benedicto XVI aprecia mucho los movimientos eclesiales que lo promueven en todo el mundo y a los que ha dado cita el próximo 4 de junio, Domingo de Pentecostés, en la Plaza de San Pedro.
El Papa comentó en su homilía el pasaje evangélico «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin», con acentos que recuerdan su primera encíclica, «Dios es Amor».
El Santo Padre afirmó que «Jesucristo se arrodilla ante nosotros y nos presta un servicio que realizaban los esclavos: lava nuestros pies sucios para que seamos dignos de tomar asiento a su mesa».
Según Benedicto XVI, «Dios no es un Dios lejano, demasiado distante y demasiado grande para ocuparse de nuestras bagatelas. Precisamente porque es grande puede interesarse también por nuestras cosas pequeñas».
Pero lo esencial del mensaje del Papa fue la invitación a imitar, de modo concreto, el gesto de servicio de Jesús y el amor personalizado de Dios.
El mandato de Jesús -«también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros»- significa, según el Santo Padre, prestar especial atención a las personas que sufren o que son poco apreciadas.
Pero significa «sobre todo, perdonarnos incansablemente los unos a los otros, soportarnos mutuamente y aceptar que nos soporten, y purificarnos los unos a los otros dándonos mutuamente la fuerza santificante de la Palabra de Dios».