Antes de partir, regaló dejó su mejor sonrisa a los amigos de siempre y a quienes compartieron con ella ese tramo lúcido de la vida en que los jóvenes celebran con vigor las aspiraciones universitarias.
Mila, ya sé que no estás porque cada 18 de abril deposito una flor en memoria de tu sonrisa ausente. Aquel día el cielo se vino abajo: estaba en la redacción de Ultima Hora buscando donantes; ya sabes, venía la semana Santa y se nos iba la gente. Amigos y familiares, atentos a tus suspiros escasos, velábamos el incierto soplido de vida que tras la puerta del Intensivo, apenas alcanzábamos a sentir la retirada de un gladiador exhausto.
Doña Milagros y Carmen Elena lloraban y toda la tarde lo hacía con ella; las flores de Salcedo se quedaron sin alma y los portales de madera se resistieron a recibir la lluvia, al enterarse de la noticia.
Ese 18 de abril del 2000 no se nos olvida, perdimos tu alegría por siempre. Para mí, la tristeza fue doble: perdí la amiga de los consuelos certeros y los aplausos de mis aventuras. Me quedé sin teatro y sin público. Mi familia y los vecinos sintieron tu muerte en los tuétanos.
Nada. Lloramos al cantarte la misa de cuerpo presente en la iglesia de Conuco, en el Salcedo de los árboles de oro y las niñas inocentes, el de la adolescencia revuelta entre mandarinas y los naranjales de ese Cibao adentro que tanto llevabas airosa con tu “i” y los bailes campesinos. Nunca olvido el gemir de la lluvia al pasar el féretro por la puerta de esa iglesia modesta.
El cementerio se convirtió en un solo adiós. Adalgisa cantó y cayó redonda; el sepulturero tuvo la paciencia del que cierra la puerta al término de la fiesta; nos convidó también a la tristeza con su silencio abisma.
Fui todos los meses, durante un año, a llorarte, a recordarte. Llevaba flores y, sabes algo? las robaba del jardín del camposanto (ah, como te gustaban las locuras, te rendí homenaje) Y, sabes otra cosa? luego compré una planta de flores en la carretera y la sembré para que sirva de guardián eterno en la sepultura donde reposa tu sueño de doncella.
Mila, hoy son seis años allí acostada, en una tumba de pueblo apartada de tu casita de campo y el bullicio de esta ciudad de la que nunca asimilaste la dureza de sus gentes. Son seis años. Retengo, en lo más profundo de mi alma, tu solidaridad sin límites (como buena cibaeña), tu sonrisa límpida, tus afectos, tus lágrimas.
Mila, pido para ti lo que no he dejado de hacer con Junior: que el Señor te dé descanso eterno.