New York.- Confesamos que otrora solíamos pensar que New York era una estafeta de la caroña con una ceguera espiritual de altas infecciones pero hoy queremos llevar en nuestras espaldas todas las esperanzas a un pueblo que emigra. Un tiempo atrás hubiésemos querido tejer este artículo con los hilos del pasado y afirmar o mejor dicho mentirnos, pues a pesar de nuestro exilio económico nos tentaba cual sensual mujer, el dichoso regreso a ese verde y tranquilo santuario de paz. Dicen que la muerte es la tragedia de la condición humana y quedarse en la República Dominicana con todas las herramientas pa’poder salir, es convertirse la vida en el operativo más bestial, pues la desolación que puebla la isla ya es insoportable. Hoy afirmamos que existe una ausencia de agradecimiento emergente de la figura que actualmente y por circunstancias, gobierna la nación, por ello pensamos que titubear por un minuto es normal, hacerlo toda la vida, preocupante.
Desde su nacimiento la ciudad de Nueva York ha sido albergue de razas. Ella es idéntica a sí misma; un pedazo de tierra el cual ha cautivado los sueños más lejanos de muchos humanos. Pequeño espacio lleno de empeño y fuerte identidad, repleto de creatividad e invenciones. Lugar donde podemos experimentarnos a nosotros mismos. Un mundo físico de reglas fijas.
Acariciando una realidad, casi afirmamos que la comunidad dominicana es la más soñadora de toda latinoaméricana, de no ser así, las líneas aéreas no abusarían tanto del bolsillo criollo. La gran dispersión de dominicanos en la urbe ha sido un motor de arranque para la musculatura financiera de Quisqueya. Detrás del nacimiento de cada negocio existe un porciento importante de nacionales dominicanos, ya sea como dueños o empleados; aunque últimamente hemos visto la grandiosa forma en que los dominicanos pierden el miedo y se arriesgan a forman parte de la pujanza económica de New York. Estos adquieren, no solo su sustento aquí, sino que cambian día a día el semblante de los que allá dejaron. Los ausentes están revestidos de coraje personal y capacidad de asumir riesgos y por ello su éxito en la transición.
Vivir una realidad paralela a las fantasías. Eso es de acuerdo a opiniones obtenida de muchos dominicanos que aunque mandan mensualmente lo recogido de sus cosechas en la gran manzana, ya no piensan en el regreso, e inclusive lo excluyen como última morada, pues aunque tubulares, han echado raíces aquí. Después de toda transición se aprende y nosotros también, hemos movilizado cada uno de los resortes a fin de internarnos en el ambiente que el destino nos regaló, sin sorprendernos el hecho de que nunca nos mantendremos al margen de la tierra que nos parió.
La energía de esta ciudad hace crecer a sus individuos y las razas se entrelazan, la nuestra más. New York suena en el silbido de sus trenes, ambulancias y el viento que cambia con las estaciones; en la risa de los niños en las piscinas. New York huele al compás de los diferentes aromas de sus múltiples dispendios de comida rápida, de sus cafés expresos, pollos rostisados y maní acaramelados, pero sobretodo New York late en las esquinas con la señora que vende la habichuela con dulce, o el chicharrón de puerco, el “primo” que te arregla la trasmisión cuando se te “jode”; en sus marchas en contra de lo injusto y en los beneficios que nos brinda desde que llegamos.