Si no mejor, al menos, por las macabras señales que ensombrecen el panorama, nada más oportuno que el título que he tomado de la imperecedera obra de Joseph Conrad, inspirada en los crímenes y atrocidades cometidos por el genocida rey belga Leopold II en el Congo africano, para exponer sobre una novela que recrea asesinatos, humillaciones, falsedades y desvergüenza durante la siniestra Era de Trujillo. Podía ser suficiente con las valiosas entregas en su columna de El Caribe del veterano periodista Miguel Guerrero, quien, a propósito, por su talento, capacidad, objetividad e imparcialidad honra el diarismo de opinión, pero no está de más agregar ideas que contribuyan a conformar el más amplio y sólido círculo para repeler el oprobio trujillista.
Se trata de "La fiesta del chivo", cuyos reproches comenzaron con la edición de la formidable novela en que el escritor Mario Vargas Llosa desnuda la sumisión, el envilecimiento y el servilismo de una élite que se postró a cambio de puestos públicos o favores de un tirano que administraba la nación como un feudo personal. Si bien la obra describe con crudeza barbaridades horrorosas, es en la película donde la falta de dignidad, de valor, de patriotismo y decoro afloran con repugnancia.
De Trujillo se sabía que era un dictador, criminal, perverso, megalómano y ambicioso; en definitiva, una inmundicia capaz de los más inicuos caprichos para satisfacer apetencias y delirios de grandeza. Pero episodios tan denigrantes como la sumisión de cortesanos que cedían al "Generalísimo" hijas de 12 y 14 años para que éste saciara su lujuria, con tal de tenerlos en gracia, se habían mantenido en las catacumbas de la historia.
Tuvo que ser un extranjero, por suerte de la dimensión académica, intelectual y literaria del doctor Vargas Llosa, que desentrañara episodios tan siniestros, porque aquí parece que no había quien se atreviera a recrearlos, quizás no por falta de capacidad, sino por miedo a exponerse, en el mejor de los casos, a una fulminante ráfaga de infamia.
En una época en que se reedita la adulonería, el alquiler, la compra y venta de conciencia y que hasta figuras con méritos renuncian a la dignidad para disfrutar de las mieles del poder, la novela ni la película podían ser recibidas con algarabía ni con mayor indiferencia. Pero, pese a la indignación de quienes han pretendido manipular la historia y acotejar los hechos a sus intereses personales, tal vez para justificar sus actuaciones, "La fiesta del chivo" es una obra con tanto valor, que, como observó Miguel Guerrero, ponen al pueblo dominicano en deuda con el doctor Vargas Llosa.
Son muchos los que hoy tienen una concepción diferente sobre Trujillo y una era que castró el espíritu de una sociedad y que incluso valoran con más fervor y devoción la integridad de la familia Mirabal. Patria, Minerva y María Teresa terminaron pagando con sus vidas, pero no fueron cedidas por sus padres, como penosamente hicieron otros, a la lujuria del tirano.
Como Conrad, con "La fiesta del chivo" Vargas Llosa ha penetrado al corazón de las tinieblas.