A Juan Bolívar Díaz, veterano periodista dominicano, se le atribuye haber dicho en un foro de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), que el gobierno dominicano compra a corresponsales periodísticos con fines políticos. La versión fue usada por Wilfredo Alemany, un ex militante comunista y hoy aliado de Andy Dahuajer, para regodearse (como el que come pasteles) contra el gobierno en el programa “Toque de Queda con Triàlogo”, que junto a Jaime Aristy Escuder, producen por el canal 45 de Tele–Radio América. La versión fue rebotada en un boletín de campaña del PRD que daba cuenta de que “Nunca como hoy hubo tantos reporteros, comentaristas y hasta presentadores de noticias asalariados del Estado”. DiarioDigitalrd, el medio más democrático, variado e independiente de República Dominicana, se hizo eco de todo lo dicho, en su entrega del 19 de abril. Si la versión atribuida a Juan Bolívar es cierta, lo primero que debo decir es que FELAP no es el foro más idóneo para hacer ese tipo de denuncias, ya que su historia está plagada de deshonras promovidas por sus propios otroras dirigentes que durante décadas se nos vendieron como serios. Más, comprar en este caso quiere decir pagar, sobornar, poner a alguien al servicio de otros por dinero u otro tipo de beneficio, algo que se parece mucho a la práctica de la corrupción y la prostituciòn, habida cuenta de que venderse o prestarse para la mentira a cambio de riqueza o gratificación, es un ejercicio sucio, descarado y deshonroso para todo profesional, pero más lo es cuando se trata de periodistas, que por obligación consustancial y decálogo del ejercicio, deben estar al servicio de la verdad. Luego, pienso que en República Dominicana hay periodistas al servicio del gobierno de la misma manera que los hubo en el pasado reciente, y lo seguirá habiendo, tratándose de un país pobre, con muchas necesidades y hambriento, con ambiciones desmedidas y desiguales que son incentivadas desde las cúpulas de los sectores público y privado, en especial por mafias políticas y empresariales cuya única profesión es hacer dinero y corromper. Su fin es enlodar a todo el mundo, dar a los otros los huesos y quedarse ellos con las tajadas y los medios para acallar. Vale decir, disfrutar el pastel que regodea y controlar el poder mediático para seguir censurando y evitar que los otros tengan las más mínimas formas de hacer valer su voz y sus derechos. Trátese también de una sociedad con una profesión periodística sin plazas de trabajo y mal paga, donde hay más periodistas y corresponsales “chiripeando” y “buscándoselas”, que los que ocupan un puesto de trabajo con salarios fijos para mantener a sus familias y sus hijos que los tienen como el que más y a mucha honra. De ahí, se desprende no sólo la censura, sino también, la autocensura que tanto daño hace a la profesión, y por ende, a la sociedad donde se ejerce o deberá ejercerse.
Ahora bien: en este país se ha hecho una maldita costumbre coger piedras para los más chiquitos, de la misma manera, que gente que anda con vigas obstruyéndole su visibilidad, ve pajas en el ojo ajeno. Hay gente que se ha hecho rica robando o al servicio de sectores poderosos con riquezas aplastantes, muchas veces, mal habidas, y les critica a otros que lo hagan. Gentes que viven como príncipes en una sociedad de grandes miserias, haciendo fortunas de sus crisis, pero ven mal que otros apenas sobrevivan. Gente que ayer fueron periodistas pagados, con sus espacios al servicio de ruines intereses y los peores gobiernos; funcionarios públicos, miembros de juntas monetarias, manejadores de millonarios capítulos de publicidad, embajadores extraordinarios y plenipotenciarios, cónsules, etc. Fue esa, una aberración copiada del trujillismo repugnante que en República Dominicana ha parido pichones de trujillitos por todo lado. Trujillitos que critican el régimen del ajusticiado tirano, pero que en su práctica reproducen el trujillismo, disfrutando ellos y nadie más de las mieles del poder, robando ellos solos y matando a los otros, no con garrotes y bayonetas, sino, con cuchillitos de palo. Despotismo ilustrado se le ha llamado a eso. Resulta, entonces, muy fácil hablar desde una arreglada tribuna y/o cómoda estancia para criticar la conducta de los que viven en el desamparo y la orfandad. Señalar que fulano es bueno o es malo en función del status social o el color del partido que le protege económicamente y le paga. ¿Y nosotros, qué somos? ¿Y ustedes, qué fueron? ¿Sobreprotegidos de Dios o ángeles venidos del cielo? Es como decir: “mi niño es bello y el del vecino es feo”, y “el mejor salcocho es el que hace mi mamá”, olvidándose del proverbio de que sólo existe un niño bello en el mundo y toda madre lo tiene y de que toda madre hace un caldo sabroso para el fruto de sus entrañas. Cuado se hace ese tipo de críticas, cuando se habla en esos términos, no son los gobiernos que resultan afectados, sino los periodistas. Los gobiernos, citados así en su globalidad, son un símil del Estado que no padece, no agradece ni guarda rencor. El Estado resulta entonces una suerte de vaca lechera, y peor, un botín para la incoducta politiquera, del que saca su gran provecho un reducido grupo de periodistas de la gran ciudad y no el grueso de corresponsales de la periferia. Entonces, vale el otro proverbio: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, o quizás aquella célebre lápida verbal de Don Rafael Herrera, en uno de sus mal comprendidos editoriales del Listìn Diario: “aquí, de una u otra manera, todos somos corruptos”. ¿Lo recuerdan? Más que ataques con sentido ético y críticas deshonestas, lo que más merecen los comunicadores dominicanos es solidaridad en estos días difíciles, con pocos empleos y bajos salarios; en tanto, hay colegas encopetados viviendo de foros y haciendo riquezas, mientras otros se juegan la vida y hasta la pierden luchando contra el narcotráfico y en beneficio de su comunidad. Corresponsales fueron Juan Andùjar y Johnny Martínez, y hoy son mártires de la clase. Lo fue Daniel Martìch y lo sigue siendo con honor William Alcántara allá en San Cristóbal Corresponsal lo es Félix Jacinto Bretón en el Cibao, y es una montaña de talento, servicio y honestidad. Casi un mártir lo fue en el pasado el propio Juan Bolívar Díaz, cuando le pusieron una bomba a su automóvil, no para acallarlo, sino para matarlo, por lo que tuvo que abandonar el país e irse a México para salvar la vida. Si lo que se quiere es hablar, (hablar de lo que sea) para llamar la atención, en el caso de nuestra clase, hagámoslo primero, de esos valores y de esos problemas. Por su trayectoria (ni de santo ni de rémora) Juan Bolívar debería ser el primero en hacerlo y los otros en imitarlo. Hagámoslo bajo el sentido de solidaridad, recordando la frase de Bertolt Brecht que tanto unió a los chilenos en la época aciaga de Pinochet: “Vinieron y se llevaron al hijo del vecino y me quedé callado, al otro día volvieron y se llevaron a mi propio hijo, entonces protesté”. No estamos defendiendo con esto la práctica del soborno, de la mentira y de la autocensura por dinero. Estamos hablando de algo que para nosotros es peor. Hablamos de la doble moral, de aprovecharnos de la ignorancia, la ingenuidad y un auditorio arreglado para vendernos y hacer creer que somos serios sin serlos, para criticar a quienes supuestamente no lo son. No estoy diciendo que Wilfredo Alemany o a quienes hace el coro en Triàlogo, no los sean. Pero por Dios, dejémonos de chácharas, que aquí todos nos conocemos, muchos andan con largas colas, y pocos podemos decir que somos serios sin exponernos a quedar desnudos en medio del tráfico o antes nuestros propios ojos… aunque se nos nieguen a ver la realidad.