NUEVA YORK.-El dominicano Manuel Castro, quien dirige el Centro Latinoamericano de Integración, es identificado como uno de los líderes de la protesta de este lunesen esta ciudad por el diario Universo,com de Ecuador.
La entidad que encabeza el dominicano está localizada en en Woodside, Queens. En un amplio patio del centro que dirige Castro, indica el diario, un grupo de inmigrantes pinta letreros para las manifestaciones.
Dice la crónica que Castro ha visitado todos los comercios de la calle Roosevelt y cree que cerca del 80% de ellos no abrirán sus puertas.
Al caminar por Jackson Heights, condado de Queens, que se parece a cualquier calle de Guayaquil, Cuenca o Portoviejo por la cantidad de ecuatorianos que la frecuentan, se percibe nerviosismo pero también mucho optimismo. Algunos huyen al diálogo.
Temen una trampa, en estos días en que funcionarios de Inmigración hacen redadas para desalentar las protestas previstas para este lunes.
Es viernes y una señora que vende “cocada esmeraldeña” cerca de la oficina principal de Delgado Travel, en Queens, simula hacer una llamada por celular. Articula unas pocas palabras y se va alejando lentamente. De improviso pega un sprint (arranque) atlético y desaparece. “Se asustó –dice otra señora que la acompañaba–, ha estado a punto de ser detenida tres veces”.
En Roosevelt y la 81 aparece, elegantemente vestido, una figura muy conocida aquí y en el Ecuador: Juan Álava, El trovador de los humildes, orgullo de Yaguachi. El intérprete de valses y pasillos sigue siendo alegre y dicharachero como hace 30 años era en Guayaquil. Lleva trece años en Nueva York, trabaja en los restaurantes ecuatorianos y peruanos con su show y es, además, profesor de guitarra y canto.
“Yo paro el 1 de mayo. Es una lucha por un ideal para conseguir que se nos dé la legalización. Todo sacrificio produce recompensa, así que hago un llamado a todos los ecuatorianos a respaldar el movimiento”, manifiesta Álava y enseguida invita a escuchar el valse Fatalidad. Afina su guitarra y su voz interpreta: “Nocturno de celaje deslumbrante…”.
Lejos de allí, en Woodside, Queens, está el Centro Latinoamericano de Integración, dirigido por Manuel Castro, dominicano, uno de los líderes de las protestas de mañana. En un amplio patio, un grupo de inmigrantes pinta letreros para las manifestaciones. Castro ha visitado todos los comercios de la calle Roosevelt y cree que cerca del 80% de ellos no abrirán sus puertas.
Ángel Calle, de Morona Santiago, con siete años viviendo como indocumentado en Nueva York, es uno de los más entusiastas pintores improvisados. Tiene tres hijos en el Ecuador y uno en España. “No los veo desde que llegué aquí y casi siempre sueño con juntarnos. No es el temor a las redadas lo que me atormenta, sino el estar lejos de mi esposa y mis hijos”, menciona con tristeza.
En una esquina de Queens, donde suelen pararse los jornaleros a esperar que los busquen para trabajos ocasionales, están tres quiteños que cruzaron por la frontera mexicana. Juan Seminario, como dice llamarse el más conversador, afirma que llegó hace siete años a Nueva York y que no logró un trabajo estable “por los papeles”.
Desde entonces se para en esta esquina. Tiene un hijo que ya cumplió 15 años y está con su esposa en Quito. “Nosotros trabajamos en lo que sea, construcción, limpieza. En invierno tenemos que soportar el frío y la nieve en la calle, de 5 de la mañana a 9 de la noche”, cuenta.
Su amigo Luis Caiza asiente. Tiene dos años desde que logró burlar los controles fronterizos llevado por los coyotes. “Uno tiene que trabajar muy duro todos los días. Para nosotros no hay domingos ni fiestas. El problema es que hay que mandar dinero a la familia y pagar al chulquero”, relata.
Luis González es el más joven. Tiene 23 años y dos en Estados Unidos. Los tres van a las marchas de mañana. “Si nos salen los papeles va a ser la mayor alegría para nosotros y nuestras familias. Mande por favor un saludo a nuestros parientes en Quito”, pide Caiza.
Walter N. nació en Babahoyo pero se crió en Guayaquil. Por eso acude con frecuencia al camión “Mi Guayaquil” que se para en la calle 80 y la Avenida Roosevelt, en Queens, en el que pide siempre un encebollado y paga seis dólares. “Es una manera de estar cerca de la patria”, indica con una sonrisa. Es indocumentado y tiene nueve años en Estados Unidos. Sus tres hijos quedaron en su país y desde entonces no los ha visto.
Sueña abrazarlos. “Es duro aquí, se trabaja para mantener a la familia, pero se extraña y se sufre”.
Eduardo Chata no teme dar su nombre. “Ya he perdido el miedo. He pasado muchas penalidades. Lo peor en estos siete años que llevo viviendo en Nueva York es no ver a mis hijos. Mi hija mayor tenía 11 años cuando yo me vine por la frontera. Hoy tiene 18 y si la veo, no la conozco”.