PARIS, Francia.-Entre los días 24, 25 y 26 de abril yo debía de asistir y asistí a la Feria del Libro de Santo Domingo, la más grande de América Latina, y una de las más grandes del mundo. Los organizadores me habían invitado desde hacía casi medio año, y el intercambio de informaciones había sido la normal que se establece entre una feria y sus invitados. Una amiga me había dicho que lo de Cuba con su feria del libro era una mentira más del castrismo, igual lo de los precios bajos de los libros. La feria del libro dominicana, añadió, goza de una popularidad sin precedentes, los precios de los libros son bajos, y los libros no están censurados, lo que sí ocurre en Cuba. Yo debía asistir a Miami a la presentación del libro Cuba: Intrahistoria.
Una lucha sin tregua, memorias del Doctor Rafael Díaz-Balart, y organicé mi desplazamiento desde París, de tal manera que se pudieran combinar ambos eventos. Así fue. En Miami todo ocurrió como previsto, sin embargo, a punto de tomar el avión para Santo Domingo, me llama a mi teléfono celular, el poeta Raúl Rivero, que se había enterado a través de un periodista (no puedo citar su nombre) que algo se orquestaba en mi contra allá en Santo Domingo, que tuviera mucho cuidado porque las hordas castristas me estarían esperando en la capital de República Dominicana para impedir que yo impartiera mi conferencia, cuyo título era: Cuba: ficción y realidad en la obra de Zoé Valdés. Los que se dedicarían a dirigir esta operación, continuó Raúl Rivero, serían los funcionarios castristas López-Sacha y Carlos Martí. Yo no conocía a nadie en Santo Domingo, hice un par de llamadas al congresista cubano-americano Lincoln Díaz-Balart y a Oscar Haza, y enseguida supe que podía contar con personas honestas que me brindarían su apoyo, una de ellas el diputado Pelegrín Castillo. Otras no las cito aquí para no entregar sus nombres a la embajada cubana en la isla caribeña, y para evitar de este modo las posibles represalias en su contra. Yo pensaba que las agresiones se limitarían a las injurias y gritería a las que nos tienen casi habituados los revienta-conferencias de escritores exiliados, pero nada más lejos de lo que allí se urdía.
Los esbirros asalariados de la dictadura se organizaron con un plan más potente. Contaré paso a paso lo que me sucedió y lo que logré averiguar de sus preparativos: Me acompañaba en este viaje mi amiga, Enaida Unzueta, galerista de Miami. Ella conoce Santo Domingo como la palma de su mano, y adora a este pequeño país. En el avión íbamos conversando sobre los posibles sitios a visitar. En dos ocasiones, una mujer primero, luego un hombre, supuestos viajeros, se me acercaron para preguntarme si yo era la escritora cubana. Dije que sí la primera vez, pero en la segunda ocasión, un poco mosqueada, negué que fuese yo. Al emerger del avión nos estaban esperando un guardaespaldas armado hasta los dientes, aunque discretamente el arma se le notaba por debajo del traje, y un edecán de la feria.
También llegó una señora, enviada por el diputado Castillo, para ofrecernos su protección. Se me hizo el primer nudo en el estómago, “la cosa me huele mal”, comenté con Enaida. Nos sacaron por el Salón de los Embajadores, y de ahí atravesamos pasillos pocos frecuentados por los viajeros comunes hasta una salida segura, nos introdujimos en un automóvil de alta seguridad. Llegamos al hotel Intercontinental V Centenario, frente al Malecón, el mar estaba revuelto, pero aún así bellísimo. Recibí una llamada del escritor Avelino Stanley, sub-secretario de Estado para la Cultura, me dice que necesitaría hablar conmigo con urgencia. Nos citamos para las tres y treinta de la tarde, eran alrededor de la una. Tuve sólo el tiempo de instalarme en la habitación, de comer algo, y acudí a la cita en el restaurante del hotel. Lo acompañaban su esposa, y el escritor Marino Berigüete, autor de varias novelas, entre ellas una reveladora, El Plan Trujillo, editada por la editorial Norma, quien es además un político de mucho prestigio en su país, a los veintiséis años ya había sido Ministro del presidente Balaguer. Me explicaron brevemente cómo se desarrollaría mi actividad en la feria, limitándose sólo a eso. Pedí que me confirmaran sobre las amenazas recibidas por parte de la dictadura cubana a mi persona. Todas eran ciertas, respondió Avelino Stanley, pero aseguró que ellos controlaban la situación y que no me sucedería nada. Le recordé que semanas atrás Raúl Rivero no había podido impartir su conferencia en la universidad de Sevilla. Asintieron con la cabeza, se hizo un silencio que se podía cortar con una tijera. Marino Berigüete fue quien lo cortó, hablándonos de una posible escapada al día siguiente a Los Altos de Chavón, ciudad dedicada a los artistas. No estaba tan segura que debíamos irnos con él, pensé, por la noche tendría la conferencia y deseaba llegar puntual. Al mismo tiempo, como acababa de conocerlos, ninguno de ellos me inspiraba confianza, aunque me comporté de manera natural, pero no sería la primera vez que ante situaciones como estas los organizadores de una feria y los políticos me dejan descolgada y a la merced de la violencia de los sátrapas castristas, me ha sucedido en varias ocasiones. Entre cuidarme y mantener relaciones con el gobierno cubano, desde luego que algunos han preferido lo segundo. Esta vez me equivoqué, por suerte. Dos guardaespaldas me seguían a todas partes, hasta para entrar en mi habitación, puesto que en el hotel se hallaban hospedados miembros de la delegación cubana que participaba en la feria. Recibí dos llamadas en mi móvil, una de un periodista dominicano (tampoco citaré su nombre para no acarrearle problemas, el brazo de Fidel Castro es demasiado largo), deseaba entrevistarme y me dio la bienvenida, “a tu segundo país”, y me emocioné, porque es cierto que desde llegué este país me recuerda muchísimo al mío, huele igual, y la gente se parece también, aunque sin la amargura y el cinismo que ha sembrado el castrismo en el alma de los cubanos. La otra llamada resultó ser una amenaza: “Puta, te vamos a romper la cara”. No sentí miedo, pero pienso en mi hija, en mi familia. Llegué a la inauguración, atravesamos siempre con los guardaespaldas y con Marino Berigüete el tapiz de las letras, en lugar de un tapiz rojo, han colocado un tapiz con frases de escritores. Estreché la mano del Ministro de Cultura y me halagó, dice estar muy contento de mi presencia, agregó que soy muy querida en su país, esto lo reitera con mucho énfasis y bien alto. Sé que de este modo está pasando su mensaje a todos aquellos que se encuentran escuchando a una distancia considerable de nosotros. Se inició el acto de inauguración, y a la hora de presentarme, el joven locutor se refiere a mí como escritora canadiense, o sea ni siquiera anuncia mis segundas nacionalidades, española y francesa. Resulta que el embajador de Cuba, el coronel del ministerio del interior Omar Córdova Rivas, ha pedido que no me presenten como lo que soy, escritora cubana. Al día siguiente nos vamos a Los Altos de Chavón con Marino Berigüete, en el camino vamos escuchando música caribeña, Juan Luis Guerra, Armando Manzanero. No se me quita el dolor en la boca del estómago, estoy preocupada. Marino Berigüete es un hombre culto, que nos habla con mucho amor de su país y del mío, que nos enseña los lugares e intenta distraernos. Sigo preguntándole preocupada por lo que irá a suceder esa noche en la lectura. Suceda lo que suceda, asegura Marino, “no te harán daño”. Los Altos de Chavón es un sitio de ensueño. Advierto que él hace un par de llamadas para cerciorarse que la entrada será por una puerta secreta del teatro, que la sala de la lectura será revisada antes de que yo llegue, que no falle ningún detalle. Avelino Stanley llama para confirmarme que él estará conmigo todo el tiempo. Salimos del hotel con el doble de la seguridad, en tres autos. Al llegar a la feria entramos por una puerta rodeada de policías, se sube al auto un joven que actúa con la
4
energía del militar con una orden específica a cumplir. Dos cordones de policía me rodean, delante va mi custodia personal. Subimos en un ascensor sólo para el personal de servicio del teatro, y del ascensor vamos directo a la sala de lectura. Me informan que afuera están reunidos unos cien castristas, la mayoría visten camisetas negras con la cara de Hugo Chávez al frente y por detrás se puede leer: “Patria o muerte”. O sea, para despistar ahora no aparece la cara de Castro por ninguna parte, pero el lema de “Patria o muerte” es su sello personal, desde esa mañana han estado lanzando volantes con mensajes injuriosos en mi contra, y mentiras. Empezó el acto, la sala estaba repleta, advierto a los periodistas y fotógrafos a un lado. En la mesa nos encontrábamos Marino Berigüete, Alejandro Arvelo, director de la feria, yo, Avelino Stanley, y el periodista cubano Camilo Venegas, quien leyó sus palabras de presentación. Empecé mi lectura de poemas, canté la canción de Ricardo Vega Fábula del viejo cordero, termino con el poema Ficha del poeta y periodista, preso en Cuba, Ricardo González Alfonso. Hago un breve bosquejo de mi obra en relación al tema convenido. Hablo del cruel asesinato por parte de Castro de los doce niños y sus familiares, 75 personas en total, que se querían ir del país en el remolcador Trece de marzo, en el año 1994. Me detengo en el fusilamiento de los tres jóvenes negros que en el 2003 querían abandonar el país, también en una lancha de pasajeros. Explico mi relación con el periodismo y con los periodistas agredidos en el mundo entero, ya sea en Irak o en Cuba. Me da tiempo a comentar mis gustos literarios. Pero no ha sido fácil, entre los asistentes hay enviados especiales, uno específicamente se levantó a hacerme una pregunta sobre aquel famoso artículo que publiqué en El País cuando la visita del Papa Wojtila a Cuba, ahí empata con mi artículo de las caricaturas de El Mundo, cuestionó seguidamente mi posición religiosa, tiran por ahí para ponerme al público, en muy país muy creyente, en mi contra. Tengo que imponerme para que se calle y me permita responder en orden, lo consigo. El hombre comentó que se sentía vulnerado, que le estaban violando sus derechos, le respondo que vulnerado se sentiría si hubiese querido hacer esas mismas preguntas en Cuba y Castro no lo hubiese dejado, el hombre continúa en un cacareo programado, robotizado. Ya desde que leía mis poemas se escuchaba un escándalo tremendo abajo, las puertas de la sala habían sido cerradas a cal y canto, guardias de seguridad por dentro y por fuera. El escándalo se fue haciendo más cercano, empujaron la puerta, a patadas limpia, se oyó una gritería, golpes, forcejeos violentos. La puerta finalmente fue violentada, la abrieron a golpe limpio, los guardias de afuera se enfrentan a las hordas castristas. Los de adentro resistieron y cerraron nuevamente la puerta. Avelino Stanley pregunta si alguien más tiene algo que decir, empieza un hombre a escandalizar e insultarme, Stanley da por terminada la conferencia. De todos modos ya llevábamos más del tiempo previsto para mi conferencia. Yo fui a eso, a leer, a dar mis puntos de vista, y lo hice, no pudieron callarme. Pero pude cumplir mi objetivo gracias a los dominicanos, sin su apoyo me hubieran agredido físicamente, sin su apoyo, me hubiera pasado lo que casi al mismo tiempo le hacían a Marta Beatriz Roque en La Habana, le entraron en su casa, la arrastraron, la golpearon en la cara. Me marché de la sala con dos cordones de policía a cada lado, mis guardaespaldas, y más policías por delante. Enviaron un señuelo antes, con la cara tapada por una chaqueta, para despistar a los amotinados delante del teatro, que insultaban y apedreaban, sin saberlo, a la esposa del mismo Avelino Stanley. El auto en el que iba va blindado por dentro y por fuera, cuatro policías cubren las ventanillas con sus cuerpos, hasta que salimos a un tramo de calle lejano de la feria. El único que no dijo ni pío fue el apocado director de la feria, al día siguiente en los periódicos dio su punto de vista pasado por agua, junto al suyo estaba el del
agregado cultural de la embajada cubana, negando por supuesto, que ellos fuesen los culpables del desorden y de las agresiones. Entre los desorganizadores del evento se encontraban el acérrimo comunista formateado en Cuba, Praedes Olivero Féliz, Emilio Galván de Brigadas de Abril, entre otros conocidos castristas. Todos ellos apuntaban, como no podía ser de otra manera, que la Feria los había censurado, vapuleado, etc. Ya sabemos que los comuñangas son maestros en virar la tortilla. Yo ahora, en París, recuerdo todo esto con tranquilidad. Repito, no tuve ni tengo miedo, pero qué manera de enturbiarnos la vida esta gentuza. Así y todo, pude conocer una parte hermosísima del país. Boca Marina, La Romana, Los Altos de Chavón. Almorcé con un grupo de exiliados, abracé a periodistas cubanos muy valientes. Bebí cerveza Presidente y buen vino Saint-Emilión, en exquisitos restaurantes, saboree el riquísimo mofongo. Disfruté del mar color turquesa, ese mar caribeño tan perfumado. Estoy ahora leyendo a escritores dominicanos excepcionales. Fui a lo que iba y lo hice, dar mi conferencia. Una pena que no pude visitar y caminar libremente por la feria, donde los estantes de Cuba son numerosos, desde luego todos enarbolan inmensos retratos de Fidel Castro, y exhiben los libros oficialistas de la dictadura. Me cuenta una cubana exiliada que se acercó para preguntar si los afiches de Castro los vendían con los dardos, una de las jóvenes cubanas que atendía el stand disimuló una sonrisa.