Con la difamación por los medios ocurre algo similar que con la generalizada delincuencia y los defensores de los derechos humanos.
Los defensores de los derechos humanos descubren la parte nefasta delincuencia cuando la misma los toca a ellos o a algún familiar cercano.
Y eso pasa con la difamación. Hasta que no me embarran es libertad de expresión o derecho a informar.
Mientras no es a mí que me injurian y me difaman, me divierto con el que lo hace a través de un medio de comunicación. Felicidad y gozo frente a la pantalla, al lado de un radio, frente a mi PC o leyendo al diario o la revista.
Eso si, cuando el difamador me pone en su agenda y lanza venenos en contra de mi honra, descubro que la calumnia y la maledicencia son nefastas para la sanidad del sagrado derecho a informar y estar informado. me opongo rabiosamente al soberano derecho a difamar.
En el país se pretende darle libre albedrío a determinadas personas para digan de los demás todo lo que su imaginación sea capaz de atribuirle. A usted lo difaman, lo injurian, lo ponen en la cuatro esquina o hace un circo, lo vuelve un guiñapo y luego la inteligencia de quienes defienden la “libertad de expresión” se despacha con que eso es parte de la chercha y que no daña.
Si usted calla, no toma ninguna acción personal ni legal, y acepta que la embarrada de que ha sido víctima es una simple chercha farandulera, entonces el difamador repite orondo que su silencio obedece a que lo dicho por él es cierto y que no se atreve a encararlo.
Los defensores de la mal entendida “libertad de expresión” se mantienen en silencio, mas aun se suman al murmullo que dice que a usted le dijeron lo que no se atreve a responder, y agregan que “quien calla otorga”. Su sentencia está dictada por el tribunal de los difamadores.
Pero cuando usted toma alguna acción para que la sociedad lo desagravia de los infundíos, y decide ir a los tribunales, se aparecen los defensores de la “libertad de expresión” alarmados porque “hasta ahí no se debe llegar”, claro del lado de los difamadores, situándose en roles mediadores que no le encajan. Es un tipo de mediación que lo único que pretende es legitimar toda la infamia en su contra.
Siempre he creído que la mejor manera de preservar la libertad de expresión y el derecho a informar es respetando los principios que el oficio de comunicar, en especial de hacer periodismo, cual quiera que sea su especialidad.
El que hace uso de un medio tiene todo el derecho a ejercer su oficio, pero también tiene derecho el que es objeto del contenido informativo de ese medio a ser respetado.
Cuando una persona siente que se le ha agraviado por un medio de comunicación, tiene todo el soberano derecho a acudir a un tribunal a exigir que sea allí que se determine si la persona o medio que difundió lo que se entiende como agravio es real o falso.
Si se comprueba que lo divulgado es verdad, no hay violación a la ley y la Justicia no tiene más remedio que absolver al acusado. Pero si lo divulgado es falso, entonces es deber de la Justicia de reparar el honor de la víctima.
Y en eso la misma ley es previsora y deja abierta la posibilidad de considerar que el agravio más que a una intención obedeció a un error, o sea, que descargue al medio o periodista por el contenido difundido.
Pero si en el tribunal se demuestra que en contra de una persona o institución hubo una campaña sistemática de vilipendios, o sea, que existió la intención de dañar, entonces no hay forma de evitar que haya condena.
Este comentario ocurre a propósito de la demanda de Fausto Polanco y la Asociación de Cronistas de Arte (Acroarte) contra dos venezolanos, que a mi entender se han estado pasando de la raya en su rol de comentaristas de farándula.
Ahora bien, esto para Fausto Polanco, no crea que va en coche. La Justicia nuestra esta moldeada para discriminar socialmente los casos. No es lo mismo el hijo de una humilde familia de Cotuí ante la Justicia, que uno de Arroyo Hondo o Piantini, o dos niños mimados extrangeros, protegifos por la jet set dominicana.
La demanda podrá tener todos los argumentos posibles a favor de Polanco y Acroarte, pero a menos que el expediente caiga en manos de ciertos jueces que en ocasiones miran para otro lado y no siguen la regla del status quo, es probable que el expediente termine en uno de esos despacho dando por inadmisible la acción judicial.