Las elecciones del 16 de mayo pasado no son legítimas. Los resultados son fruto del fraude, de la intimidación, del soborno, de la compra de cédulas, de la ocupación militar de las juntas municipales para evitar el conteo, cambiar las actas, robarse las urnas y crear un estado de terror en prácticamente todo el territorio nacional. El presidente Fernández escribió en 1990: "Sabemos que un país gobernado en base a resultados electorales fraudulentos, es un país donde no hay garantía para nadie, ni siquiera para los que hacen el fraude".
Es por eso que las elecciones de mayo deben ser declaradas nulas. Un principio jurídico establece que "lo ilegal lo corrompe todo". Y en consecuencia, lo anula todo.
Un proceso electoral viciado por la fuerza del dinero no puede ser legitimado. Por lo menos por una sociedad que se respete.
El país vio la compra descarada de candidatos y dirigentes de la oposición como si fueran reses. El país vio cómo un gobierno completo, encabezado por el presidente de la República, abandonó sus funciones para lanzarse a la caza de los opositores. El país vio a los miembros de las Fuerzas Armadas y la Policía convertirse en militantes del partido de gobierno. El país vio horrorizado los secuestros, los apresamientos y hasta el ametrallamiento de dirigentes y simpatizantes del PRD y el PRSC.
El Banco Central, en una nota que no ocupó la atención de los medios, señala que los gastos del gobierno en asuntos personales subieron un 23% en el primer trimestre del año, sin que hubiera aumento salarial, lo que equivale a más de dos mil millones de pesos. Ese porcentaje será mucho mayor en éste segundo trimestre, cuando la campaña electoral tomó más auge. Quiere decir, que el gobierno terminará gastando más de cinco mil millones de pesos del presupuesto nacional durante la campaña contratando botellas. Esa cifra, inaudita para un país tan pobre como el nuestro, no incluye los cientos de millones en publicidad y a través de la Tarjeta Solidaridad, ni el gasto en combustible, dietas de funcionarios y demás.
Lo repito: El PLD no ganó limpiamente en ninguna provincia. Hizo trampas. Utilizó los recursos del Estado y las instituciones del Estado para imponerse, para avasallar. Y lo sigue haciendo.
Y lo que es peor, pretende, a través de las fuerzas mediáticas de que dispone, que todos nos crucemos de brazos, que aceptemos la "derrota" con dignidad, porque el que "perdió, perdió, y el que ganó, ganó". Pero ocurre que sobre la base de la imposición militar, de la extorsión y del fraude no se construye la democracia, ni la gobernabilidad. El gobierno no ha sido proclamado en las 25 provincias que alega ganó, y ya está anunciando cambios profundos en la Cámara de Cuentas, en la Junta Central Electoral, en el Senado, la Cámara de Diputados y la Suprema Corte de Justicia para garantizar el control absoluto de todos los poderes del Estado. Luego dicen: "No vamos a avasallar". ¿Y qué es lo que han hecho con el dinero y con los militares? Ahora dicen que quieren un pacto inviolable. ¿No fue el presidente Fernández quien 5 minutos después de haber firmado el pacto de la civilidad se montó en un helicóptero y rompió el pacto "sonsacando" opositores?
Nos encaminamos hacia una dictadura de partido. El PLD no es el PRD. El PLD es un partido con una disciplina casi estalinista, que no acepta que sus miembros se expresen libremente. Un partido de fundamentalistas que quiere imponer, como dice Consuelo Despradel, "El Leonelato". El PRD, en cambio, es una federación de grupos, una especie de torre de Babel. Los cabezas de grupos nunca se ponen de acuerdo. En esa federación de partidos que es el PRD todos quieren ser presidentes de la República, todos quieren ser líderes. El PRD es un partido sin doctrina, sin principios, sin disciplina y sin cabeza.
El Partido Reformista está muy lesionado, muy diezmado por las por las divisiones. El PLD apuesta a su desintegración.
El país no camina hacia adelante. En materia institucional va hacía atrás. El Leonelato, sin sustento ético, político e ideológico, deberá representar 50 años de atraso político. El caudillismo es un anacronismo. Volver a él es separarnos 50 años luz del resto del mundo. Fidel Castro no se repite. Chávez resultó de una coyuntura muy particular en Venezuela.
De todos modos, confío en que El Leonelato no se imponga más que en el PLD. No así en el país. Y que, como dijera hace 16 años el propio Leonel Fernández: el pueblo dominicano termine "imponiéndose, ganándose el derecho a vivir mejor dentro de un régimen de verdadera democracia, distinta a esa caricatura repugnante detrás de la cual se esconden el abuso y los privilegios".
Después de esas palabras, no queda más que decir…