El periodista, comunicador o simplemente una persona que cuenta con el beneficio de contar un espacio en los medios de comunicación, tiene un poder desmedido que lo engrandece o empequeñece, según sus ideas. El que escribe un artículo se sitúa por encima de aquellos que no lo hacen, y al tener el acceso a un medio masivo para expresar sus ideas, entra en ventaja cuasi-poderosa con relación a las demás personas, con relación a los lectores.
Un artículo puede enlodar o limpiar reputaciones; salpicar con el odio más insano la imagen de cualquier institución o persona, o revestir de la más absoluta transparencia los actos públicos, privados o personales. Es ahí donde el autor tiene un poder amplio sobre el que no escribe para ningún medio.
Los articulistas tienen un poder unidireccional sobre los demás; es por eso que el equilibrio debe primar en los contenidos y no avasallar a quienes están en desventaja, indefensos ante el poder desde arriba ejercido por quien tiene la oportunidad de publicar su opinión en un periódico o cualquier otro medio impreso.
Expongo el recuerdo de una colega que, reproduciendo un malsano chisme de poca monta, escribió contra este autor (en un periódico) comentarios en una columna cargados de una pestilencia tal que motivó mi silencio y el ánimo de no remover mis palabras para ofender.
El que escribe, naturalmente, se expone a la réplica y a la crítica pública.
La Era Digital ha cambiado el panorama, pues en los periódicos de hace algunos años, el articulista podría recibir la réplica a través de sus editores; los diarios digitales e interactivos han cambiado el panorama.
En los digitales es prácticamente sin intermediarios que responde quien se siente afectado y el editor generalmente es implacable el agrandar el colador por donde deberán pasar los más sádicos comentarios y las palabras más aberrantes e insultantes del lector.
Yo me apego a la tolerancia en el periodismo digital y en virtud de esa posición agradezco a todos aquellos que enviaron sus comentarios a mi artículo anterior titulado “Consejos para ser un buen yipetú”.
Algunos esos comentarios estilaron odios tan inmisericordes como aquel que me tildó de “resentido social”, escrito por personas que hasta hoy han sido mis consabidos amigos, sin sospechar yo el termal de agua fétida y rencores añejos que se arrastra en el fondo aparentemente límpido de nuestra amistad.
Respeto a todo el mundo más allá de mis opiniones, incluyendo a quienes han destruido su vida por los estragos del alcohol y a quienes han preferido gente de su mismo sexo para disfrutar los placeres infinitos del amor.
Gracias a todos los que me defendieron y acabaron; al fin y al cabo la vida es tolerancia y negociación día a día. El que no la ve así está perdido.