Los principios éticos, la memoria histórica, la buena costumbre, combinados con actitudes y valore a veces en constante conflicto, son, al igual que las leyes escritas, normas para regir el comportamiento y la vida organizada de las personas. En esencia, las escuelas de derecho, como la del Common Law (anglosajona), y la literatura jurídica moderna que es ya un híbrido en la materia, se nutren de esa vasta realidad prima. Y se me ocurre incluir la verdad entre esos insumos que dan lugar a reglas con categoría de códigos y/o decálogos de conducta humana. Uno de los principales derechos de las personas es el disfrute de la verdad, como lo es el acceso a la cultural, a la información y al conocimiento. Es el nuevo Testamento, en San Juan 8-32, el que predica: conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Por vía del perdón, que se opone a la venganza y al ajuste de cuenta consagrados en las viejas leyes mosaicas e incluso en el Corán, Jesús inauguró la era de la vida en libertad, la era cristiana, para que el hombre y la mujer compartieran un nuevo destino en medio de la luz, la verdad y la alegría de existir, que es aquella que imponen, sobre todo, la riqueza espiritual y la tranquilidad de conciencia. “Yo soy el camino, la verdad y la vida, quien viene a mi va al padre y no perecerá”, dijo Jesús en voz alta para que todos lo escucharan y no alegaran ignorancia. Lo dijo por sagrada inspiración y no por haberlo aprendido en la Escuela Alejandrina, donde remotamente habría estudiado el salvador del mundo y a la vez el primer gran calumniado de la tierra, por lo que tuvo que cargar con una pesada cruz y morir clavado en una horrible escalera. Por eso, da pena y vergüenza, que en el marco de esos principios de patrimonio global y cristianos, de ilustración y libertad, la verdad, que como el sol, da luz y quema, se siga confundiendo con la brutal ignorancia y con la falsedad perversa, para andar de boca en boca matando reputaciones y contaminando el ecosistema. “Difama, difama que algo queda”, dijo Goebbels, cerebro del Anticristo-; agregando que “una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en verdad”. En "mentira verdadera", agregarìa yo, a propòsito de la cèlebre pelìcula titulada con esa dicotomìa palabrera. Repruebo y casi maldigo a Goebbels y me quedo con Víctor Hugo, quien postuló que el prejuicio ilustrado hace más daño que la falta de conocimiento. Pienso que la distorsión es lo que más se parece a la mentira y la injusticia a la ignorancia. Fábulas y mentiras se combinan muchas veces para generalizar falsas premisas que a diario se repiten y se reciclan, para seguir dando lugar a la prejuiciada ilustración y/o la ilustrada ignorancia, como talvez quiso decir más ampliamente el autor de Los Miserables en contraposición de lo sostenido más tarde por el genio propagandístico del mal y del Tercer Reich. Saliéndome de la parte más neurálgica del tema, y entrando un poco en materia, debo decir que la ignorancia, la desinformación y el analfabetismo integral, hacen tanto daño como la mentira. El arte, la literatura, la cultura en sentido general, están plagadas de esas premisas dichas y refrendadas, a veces, como categorías históricas y científicas. En nuestro país proliferan muchas de ellas que como cuentos de caminos y voces agoreras se recogen incluso en nuestro diarismo y libros de historia. Mentira, falsedad, fraude, falsificación, plagio, piratería, todos juntos, como el estrés forman actualmente una enfermedad compleja, con la que se sigue corroyendo la inteligencia humana.
Por ejemplo y a propósito de nuestra cultura, un día a alguien se le ocurrió afirmar y dejar por escrito, que los bantuses eran una etnia de las muchas que fueron mutiladas en el África para ser luego esclavizadas en América. Esa fue una creencia que se generalizó entre intelectuales e investigadores, hasta que vino alguien, como el viejo cazador de la selva que usa el paradigma para perseguir su presa, y descubrió que los bantuses no eran simplemente una comunidad racial, sino un conjunto de ellas que en el África formaban toda una cultura, “La civilización bantù”, como la llamó Baumann, integrada por una diversidad de tribus, dialectos y costumbres maravillosas que llegaron a ocupar las tres cuartas partes de la geografía africana. Los bantuses que llegaron a América, en medio de la vorágine de la esclavitud que se inició en 1520 en nuestra isla, proceden principalmente, de la zona Congo-Angola, donde integran, de hecho y de derecho, una de las más ricas tradiciones africanas, y cuyas reinterpretaciones en el Brasil, Cuba, Jamaica y República Dominicana, sobresalen hoy por sus grandes aportes en la música, la religión y la culinaria. Los principales géneros de nuestra música americana y antillana son creaciones bantusas, originarios del Cenquillo, que como el batuque en el Brasil que dio lugar a su Samba, originalmente sirvió de ovario para rememorar viejo ritos sexuales, religiosos y de fertilidad del África. La Rumba, el Son, la Cumbia, el Vallenato, el Tango, el Merengue y la Bachata, a mucha honra, es música bantusa de raíz africana.
Fue de Cuba que nos llegó la premisa de que el concepto de bachata como denominador de expresiones populares festivas, se derivaba de la voz africana cumbancha. Si partimos del hecho que los significados de las palabras se explican en sus códigos lingüísticos y contextos, y que en ese sentido muchos suelen adquirir variadas acepciones y cambiar semánticamente hasta llegar, a veces, a significar lo contrario, entonces la premisa debería ser aceptada. De ello nos habla la Sociolingüística y de forma más práctica, la Semántica, que según Pierre Guiraud consiste en el estudio del sentido de las palabras en espacio, tiempo y comunidad social y humana. En la mayoría de naciones latinoamericanas y en España, donde el castellano es el idioma oficial, tersura, por ejemplo, es una palabra que significa blancura, transparencia; en otras zonas del hemisferio simboliza la belleza humana, y en algunos lugares de Sudamérica, por atípicas razones históricas y sociales, es sinónimo de materia fecal y bestialidad femenina. En su concepción primigenia, eco significa repetición de un sonido, debido a los reflejos de las ondas sonoras por un obstáculo, pero progresivamente ha ido adquiriendo otras acepciones, como lo son las noticias vagas a cerca de un suceso, imagen que se proyecta, etc. Sin embargo las mismas letras e-c-o, en calidad de prefijo, aparecen franqueando lingüísticamente los conceptos de varias disciplinas científicas, como eco-grafía, eco-logía y eco-sistema. Mientras la ecología es el estudio de los seres vivos en su relación con el medio ambiente, el ecosistema es la unificación de todos los elementos que se conjugan en el mismo espacio, incluyendo los seres vivos y los géneros inanimados conexos. Está bien entonces que entre cumbancha y bachata se dé esa relación festiva populachera y non santa, pero lingüísticamente, desde su raíz y sus derivaciones, la relación no resiste ningún análisis socio-lingüístico con una conclusión feliz. El término bachata, al igual que pambiche que deviene de palm bich, y define una modalidad de merengue criollo, es una corrupción lingüística de la voz romance ballata, que como parte del ars nova, históricamente define un tipo de literatura musical de raíces profanas que se originó entre Francia e Italia, durante el Renacimiento y la Edad Media. Opuesta al ars antiqua de los siglos XII y XIII, que musicalmente se apoyaba en la liturgia, la polifonía tradicional y el canto llano, el ars nova, perfeccionó el contrapunto y abarcó otros géneros clásicos de la canción galante, como la frotola, el madrigal en sus dos etapas, la romanza, algunas de las cuales se difundieron por América durante los siglos, XVIII y XIX, yendo a servir de raíz lingüística y de recreación melódica de muchos de los géneros musicales americanos, incluyendo nuestra bachata. ¿A caso no eran criollas y romanzas la música que interpretaban Alberto Vásquez, Raudo Saldaña, Cundo Lockward y Rafael Escalán, en el país de principios de siglo? Junto a otros trovadores, fueron ellos, los que en plena madrugada, guitarra en manos, interpretando esa música y algún cuplé de moda, llenaron toda una época. De modo, que ambos géneros, la ballata y la bachata, no sólo se parecen lingüísticamente, sino en su misma trayectoria profano-social, con una inclinación a la estructura poética y musical simple, así como al amor pasional, ciego y no correspondido, que lleva al bachatero a desahogarse en una canción de amargue antes que suicidarse por el despecho de su amada.. De manera, que el análisis, desde este punto de vista sí tiene asidero, ya que la relación entre bachata (que actualmente es un genero de la música dominicana) y ballata (como una de las expresiones del arte musical nuevo en el centro de Europa) se da por partida doble, tanto en lo musical como en lo lingüístico. Por demás está decir, que cumbancha es una voz de origen africano, como rumba, merengue y cumbia. En lugar de la bachata, podría ser cumbia, el término musical derivado de cumbancha. ¿Verdad, que sí, Magino?
Este es el primero de diez.