Frases, pensamientos y alocuciones se combinan con importantes episodios históricos para convertirse en materia de distorsiones y premisas falsas que se generalizan. .¿Lapsus mentales, márgenes de errores, gajes de oficios, entuertos naturales de sociólogos e historiadores? Lo descarto. Todo es el producto de la ignorancia, y de prejuicios con ribetes de ilustración. "Prejuicios de clases y raciales", dirìan algunos. En el caso de la historia, abundan los inventos y las fábulas muchas veces para restar méritos y matar reputaciones. De ello, deviene la aparición de héroes y algunos padres de la patria que no fueron más que entreguitas y asesinos de lesa humanidad en perjuicio (prejuicio) de verdaderos prohombres (sin nombres) y combatientes de causas nobles. La misma historia dominicana, desde la época precolombina, está plagada de esas distorsiones e injusticias como veremos oportunamente. Un caso que nos ha llamado siempre la atención es el de la música de nuestros aborígenes, el Areito, del que sólo nos queda el nombre y las sátiras de las comparsas en épocas carnavalescas. Sin embargo, todavía prevalece en el país, sostenida incluso por algunos intelectuales, la premisa de que entre los componentes de la música dominicana está el Areito de los Tainos. Me atrevo a asociar ese criterio a la prejuiciada corriente del indigenismo que levantaron en América notables escritores de tendencia europeísta, con el malsano fin, (entre un principal de carácter colonialista), de negar el aporte del negro a nuestra cultura. Manuel de Jesús Galván, autor de la novela Enriquillo, fue quizás uno de los más ingenuos de esos autores. De la cultura precolombina, cultura de los Tainos (además de Caribes y Siboneyes) propias de las antillas mayores, nos quedan algunas sobrevivencias, mayormente lingüísticas y culinarias menos las musicales. Sobrevivencias indígenas reales y en múltiples facetas existen en otras regiones de América, sobre todo en el Sur y en el Norte del más joven de los continentes, en donde por razones que ameritan de una explicación aparte, las poblaciones nativas y sus descendencias mestizas, heroicamente lograron sobreponerse a los métodos de exterminio y “pureza de sangre” que ejecutaron los regímenes coloniales. En Cuba y Santo Domingo la brutalidad del “amo español” y el sistema legal que le servia de soporte, tuvo efectos aterradores y desgarrantes, a tal extremo que los 250 mil “indios” que habían en la isla a la llegada de Colón, distribuidos en 5 cacicazgos, en 25 años se redujeron a 12 mil, según el informe de los padres Jerónimos que sirvió de base a la Repartición de Alburquerque. Ya para mitad del siglo XVI (1550) de los Taínos como seres humanos sólo quedaba el rumor, y las lamentaciones de buenos frailes al estilo Las Casas y Montesinos, porque a decir de obispos como Diego de Sarmiento en Cuba, los indios: “como no tengan que hacer, no se ocupan sino en areitos y otros vicios y disoluciones”. En carta dirigida a la corona, Sarmiento precisaba: “Como sean libres no harán sino holgar y hacer areitos y en ello perderán vidas y ánimos, los vecinos sus haciendas y vuestra Majestad la Isla”.
SOLO NOCIONES. Hay que suponer que la música de los Taínos, el Areito, a contrapelo de los prejuicios de Sarmiento y otros europeos con ínfulas de raza superior, era una manifestación festiva y ritual, rica en rasgos simbólicos y recreativos. Una de las anotaciones mas completas de las que se tengan noticias, sobre la música de los Taínos, aparece en la obra Historia General y Natural de las Indias, la obra más objetiva en su género escrita por Gonzalo Fernández de Oviedo. El historiador español y cronista de Indias posterior al Descubrimiento, habría hecho sus anotaciones observando el Areíto de los Taínos de Santo Domingo. “Tenían estas gentes -escribió el cronista- la buena y gentil manera de rememorar las cosas pasadas e antiguas; y esto era en sus cantares y bayles, que ellos llaman areyto, que es lo mismo que nosotros llamamos bailar cantando…Es por mas extender su alegría y regocijo, tomándose de las manos algunas veces e también otras trabábanse brazo con brazo, ensartados o asidos muchos en regle (o en corro así mismo), e uno de ellos tomaba el oficio de guiar (o fuesen hombre o mujer), y aquel daba ciertos pasos adelante e atrás, a manera de contrapás muy ordenado….”.Refiriéndose a los instrumentos de los Taínos, Oviedo explicaba: “Algunas veces con el canto mezclan un atambor, que es hecho de un madero redondo, hueco concavado, e tan grueso como un hombre e más o menos, como le quieren hacer; e suena como los atambores sordos que hacen los negros; pero no le ponen cuero, sino unos agujeros e rayos que trascienden a lo hueco, por dos rebombas de mala gracia. El atambor ha de estar echado en el suelo, porque teniéndolo en el ayre no suena”. El buen fraile Las Casas, también se refirió a los atabales roncos de madera, hechos todos sin otra cosa pegada” de los Taínos. Y añadía, que los instrumentos tenían “unos cascabeles muy sotiles, hecho de madera, muy artificiosamente, con unas piedrecitas dentro”. Fue precisamente Las Casas quien en 1531 propuso el uso del Areito para facilitar la evangelización de los aborígenes, pero como sostiene Alejo Carpentier, “aquellos tenían la palabra hambre demasiado encajada en las mentes para pensar ya en componer cantos y bailes con el estribillo de Santa María”. Carpentier, al referirse a los instrumentos de los Tainos, señala que en excavaciones se encontraron sonajeras de adorno, que podían servir en los bailes para marcar los ritmos al compás del cuerpo. Asimismo los Taínos usaban el guano o fotuto, la trompa de caracol conocidos por muchos pueblos marítimos. Sin embargo -apunta Carpentier- no ha llegado hasta nosotros un instrumento apto para producir una escala por la que podríamos establecer un parentesco revelador de la música aborigen. Y expone que en el caso de su país, Cuba. puede aplicarse la ley general establecida por el argentino Carlos Vega, cuando dijo que “al llegar los conquistadores, los pueblos indígenas menos adelantados y los de categoría media se hallaban en las costas del Atlántico y en el centro del sur de nuestra América. Si algunos elementos de su vida material pasaron a engrosar el caudal de los vencedores, ni una sola melodía, en cambio, ni una sola nota, ni una danza (…) fueron adoptadas por los habitantes de origen europeo”. Explica que guiados por un provinciano prurito de restar importancia a las aportaciones negras que tanto contribuyeron a caracterizar la música cubana, “algunos autores locales gastaron grandes energías en querer demostrar que dicha música cuenta, entre sus varias raíces, con la raíz aborigen. El hecho es -precisa Carpentier-que ignoramos totalmente como era la música de los primitivos habitantes de cuba, y para sacarnos del impasse sería necesario un descubrimiento tan providencial e improbable como el de areitos notados por Miguel Velásquez (un mestizo, considerando el primer músico cubano), por ejemplo en los primeros años de la colonización. A su juicio el único areito que se ofrece “a nuestra curiosidad, es el discutido y famoso areito de Anacaona, de transcripción dudosa, reproducido por Bachiller y Morales en su obra “Cuba primitiva”. Ni la escala, ni el ritmo, ni el carácter melódico de este areito, escrito en nuestro sistema, con sus ocho compases de copla y cuatro de estribillo, tienen el menor aire aborigen ni guardan relación ni contacto con otras músicas primitivas de América”. Señala que los “defensores de la autenticidad” cuando intentaron ofrecer la música aborigen en una obra terminada, como fue el caso de Eduardo Sánchez de Fuentes con el Areito de Anacaona, cometieron una olímpica distorsión. Otros llegarían a la ridiculez de mostrar supuestos areitos que no serían más que una mezcla de la tradición europea y la negritud musical que despreciaban. Tal es el caso del areito extraído de Santo Domingo, el cual se asemeja sorprendentemente, según comprobaciones, “a ciertas canciones y rondas infantiles del siglo XVIII, del tipo Y’avait un Petit Home, Momme Tití Carabi, Mon Amí, y otras que cantaban los hijos de colonos franceses establecidos en Saint Domingue (Haití) antes del levantamiento general de los esclavos en 1791”. En cuanto a las palabras, Carpentier asegura que contenían un estribillo de una copla cantada en la corte del rey Christopher, el cual se iniciaba con el vigoroso apóstrofe sonoro: Aia Bombaia, Bombe/ Lamma Lamma Queana/. En tanto que el pretendido Areito se iniciaba con los incisos: Aya Bomba ya Bombay/ la Massana Anacaona/, cuyas letras reproduce Willian Seabrook, en su obra The Magic Island, como un canto vudú recogido por Price Mars, y que Droain de Bercy y Moreau de Saint Mery habían citado ya anteriormente, con algunas variantes, según el autor de la música en Cuba. Se recordará que el nombre de la música indígena, Areito, es el titulo de una de las producciones musicales de Juan Luis Guerra, donde ni siquiera el tema “Naboria Daca Mayanimacana” de lengua taina que significa “Soy tu siervo, no me mates”, contiene algún ingrediente musical de nuestros primitivos pobladores. Con ello Juan Luis, asesorado por el acreditado investigador Marcio Veloz Maggiolo, no procuró mayor pretensión que rendir un homenaje a los Taínos. Nuestra isla, uno de los asientos de la exterminada población taina, posee actualmente una de las más ricas culturas musicales de América Latina y El Caribe y en ella no aparece un sólo género de carácter aborigen o que contenga ingredientes del Areito en su estructura. Toda nuestra música, el Merengue, la Bachata y Los Palos de Vela en sus diversas manifestaciones, al igual que la cubana, es música de raíz afrobantusa con una gran recreación europea e hispana. ¡Que nadie se confunda!, ¿verdad, Magino?