Naturalmente que el incremento en la ola de asaltos, robos y atracos a mano armada preocupa sobremanera a toda la ciudadanía, y esa preocupación ha quedado manifiesta en la encuesta Penn, Schoen & Berland, cuyos resultados revelaron que el 82% de la población estaría dispuesta a apoyar un gobierno de manos duras que enfrente ese flagelo.
La gente tiene temor a salir de sus casas a cualquier hora del día y siente desconfianza de cualquier extraño que se acerque. Es decir, que existe una especie de temor colectivo, que crece como una maligna epidemia.
Pero la inseguridad y la violencia tienen, a mi juicio, otra cara.
Una cara que por lo regular no se ve reflejada en el espejo de los medios de comunicación con la magnitud que amerita, minimizada por las autoridades y hasta por la propia ciudadanía, hasta que no toca su puerta, pero que a larga amenaza con profundizar nuestra condición de Estado fallido.
Se trata del irrespeto por de las leyes y las normas de convivencia civilizada, sobre todo, en el caso de la Ley 241, que regula el tránsito de vehículos por calles, carreteras y autopistas.
Cada día se incrementa el irrespeto de los conductores a la luz roja de los semáforos, casi nadie se preocupa por colocar las luces direccionales y los carriles destinados a giros a la izquierda o derecha son utilizados con descaro por todos los choferes, no importa donde vayan.
Los motoristas y conductores de vehículos pesados no respetan la disposición que prohíbe circular por los túneles y elevados, y se hace caso omiso a todas las señales de tránsito.
Y todo esto ocurre ante la indiferencia de las autoridades gubernamentales, policiales y de la Autoridad Metropolitana de Transporte, que no terminan de asimilar que de trata de otra cara de la inseguridad ciudadana, que tendrá un impacto negativo sobre las generaciones futuras si de una vez y por toda no se enfrenta con rigor.
Resulta más fácil protegerse del ladrón y/o el atracador que se vale de la oscuridad para lanzar su zarpazo o del timador que utiliza ingeniosos trucos para engañar, que de un conductor imprudente e irrespetuoso de las leyes de tránsito, que un segundo puede embestir un vehículo, llevando luto a la familia.
Poco a poco calles, carreteras y avenidas se van convirtiendo en una selva, donde sobrevive el más osado, el más imprudente, y a nadie parece importarle.
La inseguridad también la promueven las carteras gubernamentales que tienen que ver con la construcción de infraestructuras viales cuando dejan al descubierto agujeros, zanjas y sin señalización.
También, las autoridades edilicias contribuyen a la inseguridad cuando permiten que las aceras sean ocupadas por negocios informales o vehículos, con el manido argumento de que son padres de familia, obligando a los peatones a tirarse a las calles.
Esa desfachatez en el cumplimiento de las leyes y disposiciones, que son las que hacen posible la convivencia pacífica y civilizada, ahondan males como la corrupción, la delincuencia y criminalidad, porque da la impresión de que vivimos en tierra de nadie.