A pesar de las transformaciones y cambios drásticos que se vienen produciendo en la sociedad, me atrevería a afirmar que la vida se resume en un bolero, como dije en la puesta en circulación de mi más reciente novela. Durante más de cien años, el bolero ha sido un reflejo casi fiel de los anhelos, alegría y desesperanza de la población, y de su forma de pensar y sentir.
Aunque muchos vaticinan la eminente muerte del bolero, ese popular género, cuyos orígenes resultan confusos y discutibles, aletea como pez fuera del agua, negándose a perecer, porque forma parte del alma de los pueblos.
El bolero reflejó en su lírica la visión de que las prostitutas eran pobres e indefensas mujeres, lanzadas a esa vida por una sociedad injusta o/y por el abandono de un hombre infame. Me llega a la memoria “Pobrecita golondrina”, y este verso: “Pobrecita golondrina que aventura por los mares del champagne y el dolor”.
Pero además, estaba la prostituta rescatada del burdel por un hombre consciente de la injusticia de su destino, que aquí tuvo su expresión popular en la decisión de “honrar a un cuero”, y que fue muy frecuente en una época cuando ese tipo de negocios pululaban. Uno de los boleros que simbolizan esa realidad fue “Luces de Nueva York”, magistralmente cantado por Jhonny López.
“Fue un cabaret donde te encontré bailando, vendiendo tu amor al mejor postor, soñado/ Y con sentimiento noble, yo te brinde como un hombre mi destino y corazón…”.
El cabaret como lugar de farra, de encuentro social y espacio para ahogar las penas del desamor y las desigualdades sociales, encontró en el bolero un aliado y promotor de sus encantos.
Las abismales diferencias sociales, que fueron mucho más marcadas en los siglos pasados que en estos tiempos por los cambios en la movilidad social, fue un tema que no escapó a la inspiración de los compositores, cuyos boleros fueron popularizados por los intérpretes de la época.
Cabe recordar composiciones como “El bardo” y “El plebeyo”, popularizadas en voz de Lucho Gatica, llamado la Voz Continental, y de Pedro Infante, entre otros.
En estas melodías la pobreza era vista como una especie de mancha en ocasiones por designio divino, y la falta de riqueza el obstáculo insalvable para alcanzar el amor de una mujer de “sociedad”.
Este verso de El bardo, del insigne cantautor puertorriqueño Bobby Capó, ilustra esa especie de auto-compasición que sentía el hombre por su realidad socio-económica: “Se enamoró un pobre bardo de una chica de la sociedad/Era su vida la del pobre payaso que reía con ganas de llorar/ Y la niña que no sabía nada, que el bardo la adoraba, con otro se casó/ Y cuentan que una noche de luna, bajo un manto de estrellas, murió el trovador/ y dicen los que lo conocieron que esa noche se oyeron la queja de un amor”.
En el caso de “El plebeyo” la rebeldía contra las desigualdades sociales, sobre todo en asunto del amor, explota en significativos versos: “Después de laborar, vuelve a su humilde hogar, Luis Enrique “El plebeyo”, hijo del pueblo, el hombre que supo amar y que sufriendo va esa infamante ley de amar una aristócrata siendo un plebeyo él”. Y con un especie de grito reclama respuestas: “¡Señor porque los seres no son de igual valor”.
La traición y el engaño, con sus desenlaces en ocasiones fatales, y el desamor, elementos comunes a este y todos los tiempos, sigue siendo la temática preferida por los compositores de boleros. “Amigo de qué”, “El preso número 9”, “Boda gris” y “La cárcel de Sing Sing” (la lista se haría interminable), son algunos de los ejemplos de que no hay sentimiento vinculado a la relación hombre-mujer que no escape a la estrofa o al verso de un bolero.
Y a mi parecer uno de los boleros mejor logrado en término poético que hacer referencia al desamor es “Y me haces pensar”, popularizado por la exquisita voz del cantante cubano Lino Borges y el “As” de la canción mexicana, Marco Antonio Muñiz. “Son tus besos tan fríos, que en los labios míos la muerte me van dejar/ y yo sé que con esa mirada, una puñalada tu me va a dar”.
Pero no sólo a las “discapacidades” económicas y la marginalidad social ha hecho alusión el bolero, también a las físicas (“Aunque no te han visto mis ojos, te ha visto mi corazón”, en alusión a la ceguera de José Feliciano), a la grandeza y bondad de la madre y la ingratitud de algunos hijos (“El retrato de mamá”) y en menor cantidad, a las virtudes del padre (“Mi padre”, “Mi viejo”).
A medida que la mentalidad de la sociedad fue cambiando, transformándose, el bolero se fue acomodando como una sombra al sentir y al palpitar del pueblo, pero sin olvidar su carácter romántico y evocador.
También ha sabido contarnos tragedias, epopeyas y actos heroicos. Las voces aunadas de Miguel Matamoros, Rafael Cueto y Siro Rodríguez nos hacen vivir – como si fuera el primer día y fuéramos testigos de excepción- el trágico naufragio del Morro Castle.
Es que el bolero es fiel compañero de soledades, de cuitas y farras y no exige una tarjeta de crédito ni una cuenta bancaria cuando de agujerear un sensible corazón se trata. En cada verso y estrofa de un bolero descubrimos los matices y el palpitar perenne de la vida, y en cada sorbo de su verdad agridulce, el añejamiento de una cosecha que no pierde vigencia.