Teresa pueda esperar la próxima semana, ahora tengo que hablar de otra cosa. Ha hablado Santiago, ¿quién lo escucha?
La ciudad de mujeres con piernas de diosas y muchachitas con sonrisa de cristal, ha perdido a Vanessa y toda la sociedad, sin distingo de dinero en el bolsillo, se ha tirado a la calle con murmullo abrasador para expandir su repulsa al territorio nacional. Hasta las flores del 30 de marzo, taciturnas, lamentan la muerta de esta chica de 18 años y se preguntan por qué tanta violencia en una ciudad tan apacible y bonachona.
Vanesa Ramírez Faña, capullo de una familia santiaguera, cayó abatida horas antes de que el jefe de la Policía dijera que el índice de violencia se situó en 25% en un acto preparado por las autoridades para iniciar el Plan de Seguridad en las Zonas Turísticas.
Santiago expande, en estos días, un grito portentoso. Esta ciudad desnuda su torso para pedir con el pecho en el aire que las autoridades detengan la violencia, que dejen de hablar y actúen definitivamente contra un mal que nos atosiga a los de allá y a los de aquí, en esta capital donde los amantes de la noche se condenan a la televisión, al silencio o a la sabia lectura de un libro.
Dice el Voluntariado por la Seguridad Pública de Santiago (VOSES), una entidad que sigue las estadísticas de la actividad delictiva de esa ciudad, que en el trimestre enero-marzo pasado se registraron 328 robos, un aumento de 16 nuevos casos con relación al trimestre anterior; y que en los últimos tres trimestres los homicidios (56) no han descendido.
Pero una de las grandes preocupaciones de VOSES es el lobo feroz que todos tememos: que hace cinco años los robos se manifestaban de forma pasiva, sin lesión para las víctimas, pero ahora es alarmante que en la mayoría se use la violencia a mano armada y la violación a propiedad privada en casa habitada.
A José Miel, magnate con cara de niño, dueño de los micro-puntos de droga que carcomen la vida de los jóvenes pobres de Santiago, está acusado del asesinato del hermano de un fotógrafo. También amenazó a una valiente periodista santiaguera que con boca dura desnudó su desfachatez y le restregó el lodo de su espalda. Con petulancia, “Miel” sepultó la paz de la Villa Olímpica.
El fiscal, Raúl Martínez, un joven con cara de buena gente, grita para que le escuchen. Aspira a que José Miel sea apresado y responda en la justicia por las acusaciones. Qué raro!, mucha gente lo ve por las noches en el ensanche Espaillat y los huestes de Consuegra, el comandante policial regional, no quieren quitarse la venda, con el presagio de denuncias de soborno que envuelven al general en el funesto festín del narcotráfico.
Miguelina Llaverías fue baleada el 2 de octubre pasado por instrucciones del mismo hombre que a finales de los 70 ordenó, siendo su esposo, a uno de sus obreros violarla ante sus ojos. Nadie había apresado a Adriano Rafael Román por esos conciliábulos de la cultura machista-patriarcal que sepultan a las mujeres.
¡Qué raro¡ Seis meses después, una tímida acusación pesa contra este hombre cuasi-invisible para las autoridades, cuya sombra funesta arropa, con impertinencia, la tranquilidad de esta señora que ha decidido vivir con la sonrisa de las flores y nada más.
Cuando han pasado estos casos, y muchos otros que no se divulgan en los medios de comunicación ¿dónde están las autoridades?
Vanesa, obviamente, ya no está. Su recuerdo es la voz de un país que reclama el fin de la violencia y la criminalidad, más allá de los 26 barrios seguro, los escasos agentes policiales vigilando las calles, los arreglos con los tígueres y las cifras oficiales.
Dice un reciente informe de la Oficina Nacional de Estadísticas que del 2001 al 2005 se produjeron 9,300 homicidios, de los cuales 2,382 ocurrieron el año pasado y 629 en el primer cuatrimestre de este año.
Como siempre, las mujeres cargan pesado, puesto que han pasado de 106 en el 2001, a 191 en el 2005, la mayoría de manos de parejas intolerantes.
Dice Eduardo Galeano en su libro “Patas arriba, la escuela del mundo al revés” que en las naciones del continente los ciudadanos tendrán que conformar ejércitos particulares y construir fortalezas en sus residencias, pues los gobiernos, sin atacar las verdaderas causas de la delincuencia común y la violencia, son incapaces de detener la delincuencia.
Escuchemos a Santiago, tomemos su voz y retumbémosla en el país para pedir que las autoridades gubernamentales, de la mano con la gente, asuman medidas definitivas, sin parches; para que por fin podamos vivir en un país seguro, no en el barrio, y que los santiaguero sigan colgando su vida en las apacibles mecedoras cibaeñas.
Mi próximo artículo no será ni seña de este; expondrá una fuerte experiencia que por seis años llevo como espada en mis recuerdos.
Bye.