El presidente Leonel Fernández ha dicho que prefiere una modificación constitucional mediante una “amplia Consulta Popular”. Explico que ese sería un mecanismo mucho más democrático que la elección de una asamblea constituyente. Estas afirmaciones es preciso analizarlas con toda la seriedad que el caso amerita.
De entrada anotemos que estas declaraciones del primer mandatario son un cambio radical de la posición sustentada hasta el momento por el en torno al tema de la reforma constitucional. Este había sostenido en el pasado, cuando estaba en la oposición, que si su partido apoyara una reforma constitucional esta debía ser obligatoriamente, a través de una asamblea constituyente. El cambio es evidente y parece motivado en el hecho cierto de que ahora el no es de la oposición, sino que es el presidente de la república. Por demás, con poderes, a partir del próximo 16 de agosto, como nunca lo había tenido su partido. El cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez lo secundo de inmediato usando más o menos las mismas argumentaciones de Leonel Fernández.
Dijo su eminencia reverendísima que “creo es lo mejor, que la gente opine”; que haya una amplia “consulta” de todos los sectores. Que todos “los intereses se manifiesten”. Creo que en el caso que nos ocupa el alto sacerdote puede no alcanzar a ver las dimensiones de lo que esta apoyando cuando dice, repitiendo a Leonel Fernández que, es más democrático una “amplia consulta” que una asamblea constituyente, para modificar la constitución de la república. Pienso que es una ingenuidad por parte del prelado católico, quien se siente motivado a opinar todos los días de todo lo que se mueve en la Republica Dominicana. Esa ingenuidad, no es extensiva al presidente Fernández, que si alcanza a medir las profundas diferencias que implican una forma u otra de producir una reforma constitucional.
Creo válido, sin embargo, como dicen ambas personalidades, que se debe producir un amplio debate nacional sobre los contenidos de una nueva reforma a la constitución de la república. Que en ese debate deben participar todos los intereses creados y por crear en esta sociedad. Pero debemos estar claros que “consulta” es consulta, pero no es “poder de decisión” de los consultados. Bastaría poner un sencillo ejemplo de las diferencias entre consulta popular y asamblea constituyente.
Al inicio de este gobierno se anunció en Santiago que el estado aportaría 25 millones de dólares a un grupo de empresarios para la terminación de un gran centro clínico en esa hidalga ciudad. De inmediato se alzaron voces que cuestionaron la medida, hasta ese momento oficiosa. El presidente de la república, ante el crecimiento del rechazo a que se le otorgara dicho financiamiento al referido centro medico privado, a costa incluso del hospital José Maria Cabral y Báez, que no cuenta con todo lo que necesita para atender a la población más pobre que usa los servicios de dicho hospital público. Se dijo, además de que sería una competencia desleal a los médicos que ejercen la medicina en clínicas privadas. El presidente de la república declaró, en tono tranquilizador, que no se preocuparan los que se oponían al aporte al centro médico privado inconcluso ya que el iba a consultar “al pueblo”, es decir, que haría una “consulta popular” sobre el particular y que solo después tomaría la decisión. Y así fue.
Numerosas organizaciones y personalidades hicieron saber su desacuerdo con que se concediera semejante ayuda y pidieron al presidente que no cometiera ese error. Después de ser “consultados” el presidente decidió a favor de los empresarios, uno de los cuales regocijado confesó que fue un compromiso de campaña que el presidente de la república les hizo cuando solo era un candidato. En un mecanismo de consulta como el que se anuncia y, que es similar al que se usó en Santiago, en el ejemplo que presentamos, el pueblo Soberano delega su representación decisoria y solo es consultado. En el caso del Metro pasó exactamente lo mismo que en Santiago. La creciente oposición a la construcción de dicha obra motivo que el presidente designara una comisión de notables y probos ciudadanos que, recogiendo informaciones diversas de la ciudadanía llegó a la conclusión de que la obra no procedía, al menos en estos momentos. Es decir, que se hizo una “consulta popular”. El presidente dictaminó que a pesar de las recomendaciones de la comisión encabezada por Rafael Toribio la obra iría. El licenciado Toribio, hombre que se respeta, renunció a través de una carta pública y expuso las razones por las cuales renunció. Creo que al igual que muchos y muchas sintió que se le estaba tomando el pelo porque, como bien confesó poco tiempo después el ingeniero Daindino Peña, el metro era una suerte de sueño del Presidente de la República. Algo así como una parte del Nueva York chiquito que nos prometió el doctor Leonel Fernández. En este caso de nuevo la “consulta popular”, no fue aprobada.
La elección por parte de la ciudadanía de diputados como para integrar una asamblea constituyente es una delegación del pueblo a esos ciudadanos para que discutan una reforma que deberá volver al pueblo para ser aprobada o rechazada en un referéndum. La figura de la “consulta popular” es un mecanismo que usa el populismo de izquierda para quitar el poder de decisión a los mecanismos que la sociedad democrática moderna ha instituido. La Consulta popular encubre a los comités centrales y comités políticos. Esos son los mecanismos que al final deciden por el pueblo. Ampliamente consultado, eso si, pero profundamente engañado. Sino preguntemos al pueblo cubano y ahora también a los venezolanos.
La “consulta popular” no vincula, es solo eso una consulta. La decisión final se la reservan los burócratas del partido de gobierno.