Ante el horrendo crimen de Vanessa Ramírez Faña, una estudiante de medicina de 18 años en Santiago, todo el país se levantó consternado. El dolor ajeno se hizo propio. Fue así como todos lloramos a la joven asesinada. Las voces más potentes del litoral religioso, político, económico y social gritaron fuerte para reclamar el inmediato esclarecimiento del caso. La prensa, con grandes titulares no se quedó atrás.
No pasaron muchas horas cuando la Policía Nacional anunció el apresamiento de los supuestos responsables. Esas mismas voces se dividieron pidiendo medidas ejemplarizadoras que iban desde cadena perpetua hasta pena de muerte.
Un debate nacional sobre la puesta en vigencia de la cadena perpetua o la pena de muerte se inició inmediatamente. En los programas interactivos de radio se hicieron encuestas telefónicas donde los ciudadanos se alternaban gritando: "¡Pena de muerte!" o "¡cadena perpetua!". La indignación ciudadana era tanta que en todos los sondeos ganó por amplio margen la ¡pena de muerte!
Pocos días después, en Santo Domingo, un joven, también de 18 años, también estudiante de medicina, Eduardo David Rodríguez, también hijo de un médico, fue muerto en la avenida 27 de febrero esquina Privada, por un grupo de asesinos que desde hace años se divierten convirtiendo las calles en pistas de carreras con autos preparados para tales fines. La carrera de autos, donde se apuestan miles de pesos, era con las luces apagadas. La muerte de Eduardo David no pudo ser más dolorosa y brutal. Un primer carro lo embistió como si fuera un perro y otros le pasaron por encima destrozándolo.
Ese hecho, igualmente trágico, extrañamente no produjo la misma consternación, ni la misma rabia de la población que apenas se enteró de la noticia que, irónicamente, no fue publicada con el mismo despliegue.
La Policía en principio no hizo ni dijo nada. Las voces que horas antes pedían pena de muerte o cadena perpetua para los asesinos de Vanessa, en el caso de Eduardo David guardaron silencio. Para los asesinos de Eduardo David nadie ha pedido pena de muerte ni cadena perpetua. ¿Por qué no? A Vanessa la mataron vulgares delincuentes, desechos sociales, tígueres de los barrios pobres de Santiago.
A Eduardo David, en cambio, lo mataron los hijos de Papi y Mami, niños mimados que van a los mejores colegios y las mejores universidades del país y del extranjero para que luego hereden los destinos de la nación. Se trata de muchachos cuyos padres les regalan carros de lujo que alcanzan altas velocidades. Eduardo David no es el primer muerto. Y probablemente no será el último.
Cuando la Abraham Lincoln era la vía por excelencia para las carreras de autos, en más de una ocasión la Policía los arrestó. Pero los padres y las madres, valiéndose de su poder y de su influencia, los reclamaban. Algunos fueron llevados a sus residencias por oficiales que debían pedir excusas por la detención del muchacho que casi nunca estaba sobrio.
Si en este país se impone la pena de muerte, como reclaman algunos, sólo irán a la guillotina los jodidos y sus hijos. Los pobres y sus hijos serán los condenados. Ningún rico, ningún hijo de rico, recibirá pena de muerte. ¿Cuántos delincuentes de cuello blanco están en la cárcel, cuántos han cumplido condena? En este país el que se roba un millón es un señor. En cambio, el que se roba un peso es un ladrón.
Dicen que todos somos iguales ante la ley y ante Dios. Pero hay unos iguales que son más iguales que otros, ante la ley, y ante el mismo Dios. Los menos iguales que sus semejantes son los que Eduardo Galeano llama "los nadies", ésos que "cuestan menos que la bala que los mata".
Se supone que una vida es una vida, no importa de quien se trate, si es rico o pobre, si es religioso o no, si pertenece al partido de gobierno o forma parte de la oposición, si le gusta la política o la odia, si le gusta el béisbol o el fútbol, si es negro o blanco, si es obrero o empresario.
¿Quién ha pedido la pena de muerte o cadena perpetua contra los que le robaron más de cien mil millones de pesos a éste país a través de los fraudes bancarios? ¿Cuántos muchachos y muchachas pudieron ser sacados de la miseria humana, de la pobreza cultural y material con cien mil millones de pesos? ¿Cuántas escuelas, cuántas fábricas, cuántos hospitales, cuántas guarderías infantiles, cuántas escuelas vocacionales, cuántos centros de rehabilitación para adictos a las drogas pudieron haberse construido con más de cien mil millones de pesos? A los que desfalcaron al país, el gobierno los protege.
¿Quién pide cadena perpetua contra los corruptos de la administración pública que se roban todos los años más de 30 mil millones de pesos en comisiones, sobrevaluaciones y otras mañas? ¿Pena de muerte para quién? Para los que siempre están condenados a la pobreza, a la marginalidad, para los que no tienen otra alternativa que robar, incluso matar, para sobrevivir. Para ellos, insisto, será la pena de muerte.
Ellos nacen condenados. Su signo es la muerte. Siempre la muerte.